La Carta a las familias de Juan Pablo II, escrita con motivo del «Año Internacional de la Familia», es un documento original: por sus destinatarios directos, sin intermediarios, las familias; por su estilo coloquial, como el de un Pastor que se dirige paternalmente a unas familias reunidas en su derredor. Es un canto, lleno de -lirismo religioso, al amor conyugal y al amor familiar.
La carta resume, con claridad y selectividad, y en tono predominantemente positivo y esperanzador, las enseñanzas fundamentales de los grandes documentos de este siglo sobre la familia: la constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II (P. II, cap. 3); la encíclica Humanae vitae, y la exhortación apostólica Familiaris consortio.
Parte del misterio trinitario como modelo originario de la familia. Se halla penetrada de sentido bíblico y refleja amplia experiencia pastoral, con alusiones claras, sin sentido polémico, pero con firmeza, a los grandes males que amenazan a la familia en el momento actual.
La familia es el primero y más importante de los caminos de la Iglesia, según la carta. El problema reside, en último término, en la fidelidad al proyecto de Dios sobre la familia; lo cual exige necesariamente la oración de la familia, por la familia y en la familia. La familia se presenta, en la carta, como el centro y el corazón de la «civilización del amor», anhelo de la Humanidad en esta encrucijada histórica que nos sitúa ante las puertas del tercer milenio de la era cristiana.