La misión del sacerdote se dirige a que toda la humanidad se convierta en Eucaristía, acción de gracias y alabanza, culto a Dios y caridad hacia el prójimo. El Papa actual ha aludido, en este contexto, a san Juan Crisóstomo cuando relaciona el sacramento del altar con el «sacramento del hermano» necesitado o del pobre, como dos aspectos del mismo misterio. El sacerdocio es como un don inmenso que pide humildad, caridad universal y servicio infatigable y generoso. No obstante, para hablar del sacerdote hay que hablar primero de Cristo, y luego –como ha señalado el Cardenal Walter Kasper– ante todo del sacerdocio común de los bautizados. El servicio de los sacerdotes a los cristianos y a todos los hombres, radica, según Benedicto XVI, en su pertenencia a Cristo: «Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación…». El sacerdote –escribía el entonces Cardenal Karol Wojtyla en un importante texto sobre la santidad sacerdotal– se encuentra, por así decirlo, en el centro mismo del misterio de Cristo, que abraza constantemente a toda la humanidad y al mundo, más aún a toda la creación visible e invisible.