Esta nueva carta apostólica de Juan Pablo II, en la que se proclama el año que va de octubre de 2002 a octubre de 2003 Año del Rosario, ofrece unas importantes reflexiones sobre el tradicional rezo del Rosario, oración contemplativa que, a través de la Virgen María, permite al orante cristiano ahondar en el misterio salvífico de Cristo: «El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología [...] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor», comenta el Papa al comienzo de la introducción. El documento aporta también la contemplación de un nuevo ciclo de cinco misterios que podrían llamarse «luminosos», y que, vinculados al jueves en el ciclo semanal, desgranan la vida pública de Jesús: su bautismo, su autorrevelación en las bodas de Caná, su anuncio del Reino de Dios, su transfiguración y la institución de la Eucaristía.