Los dos libros que se incluyen en este volumen no aparecen en la Biblia hebrea, aunque sí en la Septuaginta y en la Vulgata. Por ello son catalogados como «deuterocanónicos». Como se podrá ver por los comentarios incluidos en estas páginas, salvo escasos escritores eclesiásticos de los siglos iii-v, la Iglesia Católica los ha considerado inspirados por Dios y dentro del canon bíblico, como lo definió el Concilio Ecuménico de Trento (1546) y lo ratificó el Vaticano I (1870). En los tres primeros siglos cristianos, los escritores citan el libro de la Sabiduría como inspirado por Dios. En los siglos siguientes, a excepción de algunos, como san Atanasio, san Jerónimo, san Epifanio o san Juan Damasceno, por ejemplo, consideraban la Sabiduría como libro apto para la edificación de los fieles, pero no para probar los dogmas, y también como canónico. Así, san Agustín defendió su inspiración frente a los semipelagianos. Estos titubeos afectaron a muchos comentaristas patrísticos, que no se fijaron con detenimiento en este libro. A pesar de ello, el lector contemporáneo puede encontrar en estas páginas las interpretaciones más importantes de las distintas regiones cristianas de la Antigüedad. También las dudas sobre la inspiración del texto de Sirac, o libro del Eclesiástico, y sobre todo al carácter primordialmente moral de su contenido, pusieron en un segundo lugar los comentarios de los exegetas cristianos de los primeros siglos. De esta manera encontramos el primer comentario completo sobre este libro a finales del siglo viii, de manos de Rábano Mauro. No obstante, sus exhortaciones a la práctica de la virtud fueron objeto de muchos sermones y exhortaciones patrísticas. Un ejemplo de este interés de la exégesis primera son las glosas paradigmáticas de los autores orientales y occidentales del cristianismo antiguo que recuerdan las páginas del presente volumen.