El autor, convencido de que el género «vida de santo» aún aguarda por su amanecer, desde los tiempos de París se apa­sionó por la «santa de los tiempos modernos», la que sufrió tentaciones contra la fe, aridez en la oración, incomprensio­nes en la comunidad y exceso de protección familiar. Corrió el peligro del infantilismo y supo dejarlo a un lado, intuyendo genialmente que no hay penetración del Evangelio si no es con espíritu de infancia. La línea tenue que se traza entre in­fantilismo e infancia es la que ella dibuja con su talento y he­roísmo. Fue madura sin dejar de ser niña. Alegre, inteligente, divertida, irónica, delicada, humilde, penetrante, dulce, actriz y directora de escena, sintiendo la llamada de todas las vocaciones, un teólogo ha dicho que es ella la que lleva hasta sus últimas consecuencias la espirituali­dad de la Nueva Alianza. Muere en el umbral del siglo XX y comprende cuáles serán los males del tiempo que se aproxi­ma (intolerancia, indelicadeza, falta de humor, aspereza, ca­rencia de sentido íntimo, poco respeto a la verdad y ninguno a la belleza); y hace de su vida una obra de arte. Y lo que se intenta contar en este libro es el argumento de una vida que se quiso autocrear como una obra de arte. Por eso es tan profunda la observación de Von Balthasar: Teresa vivió una existencia teológica e invita a cada cristiano, a cada uno según su vocación, a que haga lo mismo.