Bien sea porque se ha insertado de un modo casi exclusivo el clásico tratado De Deo creante en la antropología teológica (con la consiguiente mengua de una suficiente reflexión ontológica sobre el mundo), bien sea porque los teólogos de oficio, generalmente poco familiarizados con la literatura concerniente a la imagen física del mundo, se lo piensan dos veces antes de internarse en un territorio poco transitado por ellos y enseñoreado -al menos así se cree comúnmente- por una consmovisión monista-materialista, lo cierto es que, tras el auge que conoció la temática de "la creación" en la teología de los años 50 y 60 (evolucionismo, Teilhard, "Humani generis", etc.), el pasado decenio asiste a su eclipse del horizonte teológico. Parece como si los teólogos se hubiesen apropiado del título de una célebre novela contemporánea: "El mundo es ancho y ajeno". Y eso no es bueno. Después de todo, el primer artículo del Creado se refiere precisamente a la fe en Dios "creador del cielo y de la tierra"; lo cual pone de manifiesto que no se puede plantear la cuestión de Dios (la cuestión teo-lógica por excelencia) sin plantear la cuestión del mundo. O a la invesa: que la cuestión del mundo es uno de los aspectos de la cuestión de Dios.
Tras un profundo y concienzudo repaso a la teología bíblica del Antiguo y el Nuevo Testamento, a la historia de la doctrina y a la reflexión teológica sobre el tema (1ª Parte del libro), el autor aborda en la 2ª Parte lo que él llama las "cuestiones fronterizas", tratando de recoger los problemas que la realidad plantea a la visión cristiana de la propia realidad, esto es, a la fe en la creación. Y el primer problema es, indudablemente, la existencia del mal: ¿Cómo puede ser creación de Dios una realidad que sufre y hace sufrir?
Viene despues una cuestión que ha cobrado en los últimos años candente actualidad: la crisis ecológica. La habitabilidad del mundo en que vivimos está amenazada, y ello representa una interpelación de primer orden a la fe en la creación. Será difícil encontrar un tratamiento teológico más profundo y apasionante de este tema.
Hay, por último, una amplia gama de cuestiones que suelen agruparse bajo el rótulo común de "diálogo fe-ciencia". Sobre ella versan los tres últimos capítulos del libro.
Si algo queda claro tras la lectura de este libro, es que nos hallamos ante uno de los pocos teólogos que han abordado ese "diálogo fe-ciencia" con absoluta seriedad y en un plano de igualdad con los científicos interesados en dicho diálogo. Nos atrevemos a afirmar que es éste uno de los libros más importantes escritos en los últimos veinte años.