Los salmos son las palabras que Dios introduce en la boca del hombre para enseñarle a hablar con Él, como hace un padre con su hijo. En las iglesias de Siria, al libro de los Salmos le llaman el corazón de Dios. Nuestros hermanos mayores, los judíos, y los primeros cristianos aprendieron a rezar con estas oraciones inspiradas por Dios, que el mismo Jesús empleó para orar. Estos poemas reviven las promesas salvadoras de Dios realizadas en la historia del pueblo elegido y, al mismo tiempo, apuntan hacia el Mesías que las cumplirá definitivamente. Todo el Antiguo Testamento anticipa y prepara los misterios de la Nueva Alianza realizada por Jesucristo, pero los salmos aluden de una manera continua, aunque variable, a la persona del Salvador. En este libro se comentan con detalle veintiún salmos, para ayudar a los lectores a encontrar en esas oraciones el eco de la vida y las enseñanzas de Jesucristo, de modo que las palabras de esos poemas les sirvan para escuchar a Dios y para comunicarse con Él.
Muchos consideran que la relación personal con Jesucristo está reservada a gente con especial sensibilidad hacia las cosas de Dios. Pero la verdad es que, sin el encuentro personal con Jesús, no hay vida cristiana, sino solo catolicismo cultural.
No existen dos maneras de ser cristiano: la ordinaria -Misa dominical y poco más- y la extraordinaria -los que siguen de cerca a Jesús, y tienen una relación viva con Él-. La relación personal con Jesucristo vivo, en la Eucaristía y en la meditación de la Palabra de Dios, debería verse como algo normal para un cristiano.
Tenemos muchas oportunidades en la vida para conseguirlo aunque, eso sí, sabiendo que Dios suele hablar bajito.