Un ángel, ligeramente estrábico, es enviado a la tierra para redactar un informe sobre los seres huma-nos. Animal bípedo, autoconsciente, versátil, neuró-tico. Un ser muy complicado, el hombre. La complicación afecta a todas sus funciones. Piensa y ama y sufre complicadamente. Es un ciempiés con juanetes. Inventó el pleonasmo, la carrera de obstáculos, los botones de la bocamanga y las objeciones filosó-ficas a los sistemas filosóficos. Pero al autor del in-forme le ha impresionado especialmente la relación tan complicada que los humanos tienen con Dios. Algunos prefieren caminar hacia la vida eterna andando sobre zancos. Otros se esfuerzan en cons-truir una altísima escalera para llegar hasta Dios mientras éste, a su lado, pacientemente les va su-ministrando yeso y ladrillos. Son complicados en su orgullo, pero no menos en su humildad. ¿Y el famo-so progreso humano a través de los siglos? A de animal, B de Boston. Hoy como ayer, en vez de acercar el taburete al piano, siguen empeñados en arrastrar el piano hasta dónde está el taburete.
Señora nuestra. El misterio del hombre a la luz del misterio de María (1957) y Cristo vivo. Vida de Cristo y vida cristiana (1963) son dos obras de notable originalidad teológica y literaria. Las dos pertenecen a su juventud de escritor y las dos llevan la marca de la madurez con que José María Cabodevilla enriqueció su obra ya desde los inicios. Por si fuera poco, sus múltiples y generosas ediciones acreditan el favor que encontraron en el público. Agotadas hace mucho tiempo, ambas seguían contando con el aprecio de sus lectores habituales y siendo requeridas por muchos que nunca las tuvieron a su alcance. Unos y otros tienen de nuevo a mano dos obras clásicas de la espiritualidad del siglo XX salidas de la finísima pluma y de la agudeza mental de uno de los escritores más sutiles y más entregados a sus lectores de la pasada centuria.
Si la parábola del hijo pródigo es el «evangelio del evangelio», su resumen más elocuente, sin duda el padre que ahí se describe es la mejor descripción que el evangelio nos ha dado de Dios Padre. Se trata de un padre cuya misericordia excede no sólo la comprensión del hombre, sino también la fe del creyente. Porque es una misericordia asociada a algo más admirable que ella misma y sobre lo cual apenas se habla, algo que el simple concepto de misericordia no incluye: la alegría que Dios experimenta al perdonar a sus hijos, el hecho portentoso de que unas criaturas puedan afectar así al Creador. ¿Dios, impasible? No se es padre impunemente: el amor ha hecho vulnerable a Dios, lo ha hecho capaz de alegría y de sufrimiento, porque lo ha hecho extremadamente sensible al amor o desamor de sus hijos. En su larga y honda meditación, nada convencional por cierto, Cabodevilla ha contemplado detenidamente al padre de la parábola como imagen privilegiada de Dios Padre, una imagen que es no sólo la más reveladora y fidedigna de todo el evangelio, sino también la más asombrosa, la más desconcertante.
La novedad básica de esta obra radica en que las bienaventuranzas son estudiadas exclusivamente como maneras o modalidades de amor. «La pobreza, la mansedumbre, la misericordia, etc., todos estos sustantivos representan nada más que adjetivos del amor, el cual se revela como un amor pobre, manso, misericordioso, etc.». Ocho maneras de amor que engendran ocho formas de dicha, pues las bienaventuranzas constituyen, ante todo, un mensaje de felicidad. Cabodevilla insiste una y otra vez en el carácter paradójico de esta felicidad, inherente a unas situaciones o a unos estilos de vida que nunca dejarán de ser penosos, desgraciados y probablemente irrisorios. En la segunda parte del libro, dedicada a las bienaventuranzas en general, desarrolla más ampliamente el tema de la paradoja en cuatro títulos que son cuatro antinomias: «Dichosos los desdichados»; «Alegría en la tribulación»; «Plenitud de la ley y abolición de la ley»; «El que pierda su vida, la salvará». La obra se cierra con un canto al Hijo del hombre, «primer bienaventurado». Según el autor, la vida de Jesús constituirá siempre el único comentario necesario y suficiente a las bienaventuranzas.
Primera edición en rústica de la misma obra publicada en esta colección en tela (1ª ed., marzo de 1984).