Este libro reúne textos «de intención teológica. Sin embargo, no provienen de una enseñanza orgánica que se relacione con algún punto central del dogma o de su historia, ni de una investigación prolongada sobre un tema en particular; tampoco he pensado poder escribir sin irreverencia, en singular, esta noble palabra teología. Y, ya se trate de la historia de la exégesis, de la teología política, de la vida espiritual o de las religiones comparadas, todo fue ocasional, tanto en el sentido banal de que tenía que acoger una petición con vistas a un congreso o un trabajo colectivo, como también —aquí está el verdadero sentido— porque una situación dada, cuyo problema podía ser serio, parecía invitarme a intervenir en algún debate.
Hay lectores cuya atrevida curiosidad ama también las comodidades: quieren que se reúnan los fragmentos. Algunos no han cesado hasta que he consentido en su deseo. La complicidad de un atrevido editor hizo el resto. Así que aquí están algunos de estos fragmentos. Abarcan cincuenta años […], tal vez ayuden a recordar momentos de nuestra historia religiosa de la que tantos acontecimientos trascendentales, tantos derrumbes, tantas novedades o tantas transformaciones masivas ahora corren el riesgo de volverse incomprensibles o de caer en el olvido» (Henri de Lubac, Prefacio).
Henri de Lubac (Cambrai 1896 ­ París 1991), jesuita francés, fue uno de los teólogos más relevantes del siglo xx, cuyo pensamiento teológico tuvo gran influencia en el desarrollo del Concilio Vaticano II, sobre todo por su participación en la Comisión Teológica que preparó dicho concilio. Fue, desde 1929, profesor de Teología fundamental y de Historia de las religiones en la Facultad de Teología Católica de Lyon­Fourvière, además de miembro de la Comisión Teológica Internacional y consejero del Secretariado para los no Cristianos. En 1982 fue creado cardenal por Juan Pablo II. De su amplia bibliografía editada en castellano destacan, entre otras obras, Por los caminos de Dios, Budismo y cris-tianismo, Meditación sobre la Iglesia, El drama del humanismo ateo y El misterio de lo sobrenatural. La BAC, junto con la Fundación Maior, ha publicado La Escritura en la Tradición.
Título original: Théologies d'occasion. Traducción de Juan Carlos Mateos. Estudio preliminar de Samuel Sueiro, CMF
Libro publicado en coedición con la Fundación Maior
Nueva edición de esta obra fundamental de Henri de Lubac, con un nuevo prólogo de Valentí Puig: «El lector de El drama del humanismo ateo regresa una y otra vez a una de las verdades cristalinas del prólogo: `No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no puede organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que, sin Dios no puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre`. Vivimos un tiempo en el que hay que tener muy en cuenta, con Claudel, que la verdad no tiene nada que ver con el número de personas a las que persuade. Un cristianismo de choque --dice Lubac-- no puede ser un cristianismo de fuerza».
Con un estilo penetrante y lúcido, Henri de Lubac traza en este libro la semblanza espiritual de tres filosofías, centradas en tres hombres decisivos para la cultura moderna: Comte, Feuerbach y Nietzsche. Las doctrinas de estos tres pensadores inspiran tres filosofías de la existencia social, política e individual, que hoy ejercen una influencia considerable sobre la vida misma. Humanismo positivista, humanismo marxista y humanismo nietzscheano son, más que un ateísmo propiamente dicho, un antiteísmo, y más concretamente, un anticristianismo, por la negación que hay en su base. Por opuestos que sean entre sí, sus mutuas implicaciones, ocultas o manifiestas, son muy grandes y tienen un fundamento común, consistente en la negación de Dios, coincidiendo también en su objetivo principal de aniquilamiento de la persona humana.
A los nombres de Comte, Feuerbach y Nietzsche se añade, en el estudio de Henri de Lubac, el nombre de Dostoievski, con su imponente testimonio a favor de la fe. Dostoievski no es más que un novelista. No ofrece en modo alguno un sistema. No aporta ninguna solución a los tremendos problemas que plantea a nuestro siglo la organización de la vida social. Pero de sus obras, de la magia incomparable de su literatura, se desprende con hiriente claridad esta verdad: que si el hombre puede organizar la tierra sin Dios, sin Él no puede organizarla más que contra el hombre; que el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano. ¿No es la historia contemporánea la confirmación trágica de esta intuición?