Muchos confiesan ser creyentes pero no practicantes pues no participan en la vida de la Iglesia, unas veces por una fe poco arraigada y otras quizá por el abandono de las prácticas de vida cristiana de la infancia. La falta de coherencia en la conducta termina por construir un dios subjetivo, hecho a nuestra medida, lejos del Dios real que se ha revelado a los hombres y ha marcado pautas morales para que vivamos conforme a nuestra naturaleza humana. Así se entiende la importancia y necesidad de «practicar» la Fe. El conocimiento de Dios y de nosotros mismos implica necesariamente una conducta moral que en definitiva nos dignifica y acerca a la felicidad.
Dios es Luz, pero la mirada humana queda deslumbrada si observa directamente. La Belleza arrebata y entusiasma como un reflejo divino. Contemplar la Inteligencia del cosmos también. Todas las cosas nos dicen: Él nos hizo. Dios es Amor personal y habla desde el eterno Silencio abriendo su intimidad a los que pueden entender y entrar en amistad íntima. Así se descubre que el Dios único vive en una comunión de Amor entre Tres. Dios es Único, pero no solitario. Los seres humanos caminamos entre nieblas y necesitamos respuestas para que nuestra vida se ilumine. Solo ante la luz del Dios Bueno se ilumina el misterio del mal. Poco a poco, usando razón y fe, el autor va descubriendo a este Dios que siempre es más, y se acerca a los hombres y mujeres de buena voluntad y que quieren escuchar.
Va dirigido a los que posiblemente nunca se han planteado la vocación sacerdotal; a los que sí han «sentido algo distinto» alguna vez, pero tratan de «escapar» porque es demasiado lo que tienen que dejar; a los que en su familia tienen una vocación sacerdotal, don extraordinario, pero que no acaban de entenderlo.
A los que nunca se han planteado rezar por los sacerdotes para que a partir de ahora lo harán con esperanza; a los que sí, que aunque les cuesta aceptarlo, quieren sonreír al Señor y decir «Sí, aquí estoy porque me has llamado, para hacer tu voluntad…» (I Sam 3)