¿Por qué el Evangelio no es -con demasiada frecuencia- el criterio y la fuerza que organiza nuestra vida y nuestra convivencia con los demás?
Quizá esto nos suena a sermón. O lo vemos como una serie de mitos y leyendas increíbles. Y hasta suele ocurrir que haya quienes ven en el Evangelio un libro de religión, uno más entre tantos otros que ni interesan ni convencen a mucha gente. Y es que, a poco que se piense, se nos puede ocurrir una pregunta que no es fácil de responder: ¿podemos asegurar que los pueblos y países en los que más se lee el Evangelio son aquellos en los que la gente es más honrada, más honesta, más sincera, más fiable, más buena gente? En otras palabras, ¿por qué no vemos la coherencia -que deberíamos ver- entre Evangelio y Ética?
Sin duda los cristianos necesitamos un encuentro con el Evangelio que produzca en nosotros la misma reacción que produjo en quienes lo vieron y lo oyeron en tiempo de Jesús: entusiasmo en los que sufren y rechazo en los causantes del sufrimiento. Se comprende por qué el papa Francisco insiste tanto en que llevemos siempre con nosotros un ejemplar de los evangelios.
Y en que lo leamos con frecuencia.