«El don de la vocación al presbiterado, sembrado por Dios en el corazón de algunos hombres, exige a la Iglesia proponer un serio camino de formación, como ha recordado el papa Francisco, con ocasión del discurso en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero (3 de octubre de 2014): “Se trata de custodiar y cultivar las vocaciones, para que den frutos maduros. Ellas son un ‘diamante en bruto’, que hay que trabajar con cuidado, paciencia y respeto a la conciencia de las personas, para que brillen en medio del pueblo de Dios”».
«Es preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento de la reconciliación, pero también como lugar en el que “habitar” más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la misericordia divina, junto a la presencia real en la eucaristía».
Con estas palabras, el Santo Padre Benedicto XVI se dirigía durante el reciente Año Sacerdotal a los confesores, indicando a todos y cada uno la importancia y la consiguiente urgencia apostólica de redescubrir el sacramento de la reconciliación, tanto en calidad de penitentes como en calidad de ministros.
Junto a la celebración eucarística diaria, la disponibilidad a la escucha de las confesiones sacramentales, a la acogida de los penitentes y, cuando sea requerido, al acompañamiento espiritual son la medida real de la caridad pastoral del sacerdote y, con ella, testimonian que se asume con gozo y certeza la propia identidad, redefinida por el sacramento del orden y que nunca se puede limitar a mera función.