La historiografía americanista ha constatado una renovación eclesial en la América Latina de las Repúblicas a partir de la segunda mitad del XIX, especialmente tras el Concilio Vaticano I (1870). ¿Cómo se transmitió la fe y la vida cristiana durante la primera mitad de la centuria? La primera parte del libro ofrece perspectivas esclarecedoras. En 1823 Roma tomó contacto directo con América y, superando la oposición de la corona de España –que esgrimía sus «derechos» de Patronato Regio–, Gregorio XVI, de 1831 a 1835, nombró a los obispos de México, Argentina, Uruguay, Chile y Perú; además, designó un delegado apostólico en Uruguay. La presencia en el Concilio Vaticano I de cuarenta y tres prelados hispanoparlantes y ocho brasileños expresa el trabajo institucional realizado. La segunda parte del libro expone el desarrollo conciliar en Latinoamérica en torno al Vaticano I: la aportación de los conciliares latinoamericanos al Concilio Ecuménico y la génesis y labor de los doce concilios provinciales celebrados en la América hispanoparlante de 1863 a 1897, durante los pontificados de Pío IX (1845-1878) y de León XIII (1878-1903). En la tercera se abordan dos temas muy discutidos en torno al Bicentenario de la Independencia: la participación del clero en la política activa y las relaciones Iglesia-Estado. El II Concilio neogranadino (1873) vivió un serio debate acerca del primero de ellos; el metropolitano Vicente Arbeláez, sostuvo una propuesta lúcida y anticipadora. El Delegado Apostólico en Bogotá, Mieczyslaw Ledochowski, en un informe a la Sede romana (1861) optaba por una separación, acompañada del mutuo respeto, que apoyó en la experiencia de libertad vivida por la iglesia neogranadina bajo ese régimen.
Se presentan en este libro diversos estudios, realizados a lo largo del tiempo, que pueden dar al lector una imagen de la vida de la Iglesia en América Latina, durante los siglos XVI a XVIII. En ellos se percibe el caminar esforzado, entre logros y lágrimas, del vivir cristiano en un mundo colonial.
La parte I se dedica a la primera evangelización y eclesialización ameri-canas. La parte II se centra en el siglo XVIII. El nervio principal de estos estudios son los concilios considerados regalistas, convocados por Carlos III de España por el «Tomo regio» (Real Decreto del 21 de julio de 1769), y que se celebraron en México (1771), Manila (1771), Lima (1771-1772), Charcas (1774-1778) y Santa Fé de Bogotá (1774). Fueron promovidos por el monarca para lograr la colaboración de los prelados americanos al proyecto de reforma del reino