Edición bilingüe preparada por Juan Antonio Gil-Tamayo.
Cecilio Cipriano Tascio (comienzos del s. III – 14 de septiembre del 258) se convirtió al cristianismo en edad madura y pronto llegó a ser Obispo de Cartago. Durante un decenio guió con firmeza y autoridad la Igle­sia africana en un periodo de grave crisis, mar­cado por las persecuciones, la peste y los cismas, dando muestras de una gran personalidad cris­tiana y unas dotes admirables de pastor cercano y atento a las necesidades de los fieles. Toda su producción literaria deriva directamente de su celo y actividad pastoral, respondiendo a los problemas y situaciones que afectaban a la co­munidad cristiana africana. Su misión fue co­ronada con la palma del martirio, algo que contribuyó a confirmar y extender su fama más allá de los confines africanos y de su tiempo, hasta constituir una figura ideal de obispo y mártir, considerado por muchos como el mayor teólogo de la «Iglesia» antes del siglo IV, y que representa uno de los testimonios más claros e importantes de la doctrina sobre la communio eclesial y sus implicaciones.
Juan Antonio Gil-Tamayo es profesor de Patrología e Historia de la Iglesia Antigua en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Doctor en Teología y Licenciado en Filosofía y Letras (Filosofía), realizó también el bienio de especialización en teología y ciencias patrísticas en el Instituto Patrístico «Augustinianum» de Roma. Ha centrado su campo de investigación en los estudios patrísticos en el ámbito latino.
Cecilio Cipriano Tascio (comienzos del s. III – 14 de septiembre del 258) se convirtió al cristianismo en edad madura y pronto llegó a ser Obispo de Cartago. Durante un decenio guió con firmeza y autoridad la Igle­sia africana en un periodo de grave crisis, mar­cado por las persecuciones, la peste y los cismas, dando muestras de una gran personalidad cris­tiana y unas dotes admirables de pastor cercano y atento a las necesidades de los fieles. Toda su producción literaria deriva directamente de su celo y actividad pastoral, respondiendo a los problemas y situaciones que afectaban a la co­munidad cristiana africana. Su misión fue co­ronada con la palma del martirio, algo que contribuyó a confirmar y extender su fama más allá de los confines africanos y de su tiempo, hasta constituir una figura ideal de obispo y mártir, considerado por muchos como el mayor teólogo de la «Iglesia» antes del siglo IV, y que representa uno de los testimonios más claros e importantes de la doctrina sobre la communio eclesial y sus implicaciones.