En la Bula de convocatoria del Año Santo del 2000, Incarnationis mysterium, Juan Pablo II señalaba, entre los signos «que oportunamente pueden servir para vivir con mayor intensidad la insigne gracia del jubileo», la purificación de la memoria. Esta purificación cabe entenderla como un proceso de liberación de la conciencia personal y común de todas las formas de resentimiento o de violencia que la herencia de culpas del pasado puede haber-nos dejado. ¿Cómo afrontar este reto? Mediante una valoración renovada, histórica y teológica, de los acontecimientos implicados que conduzca a un reconocimiento correspondiente de la culpa (si la hubo) y a un camino real de reconciliación.
A este fin, la Comisión Teológica Internacional ofrece ahora a toda la Iglesia el servicio del presente documento, fruto de intensos estudios y numerosos encuentros mantenidos entre 1998 y 1999. El texto resultante ha contado con la aprobación del Presidente de la Comisión y Precepto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, el cardenal J. Ratzinger.
Juan Pablo II sintetiza lo esencial del mensaje cristiano: en Jesucristo se da la plenitud del encuentro del hombre con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Juan Pablo II ha centrado sus catequesis, durante la celebración del gran jubileo de los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, en los temas capitales de la fe cristiana para impulsar la vitalidad de la Iglesia. En Jesucristo se da la plenitud del encuentro del hombre con Dios, y también el pleno descubrimiento de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Traducción del texto original francés (Le second souffle de Vatican II) por Bartolomé Parera Galmés.
Después de algo más de treinta años, el Concilio Vaticano II sigue estando presente en muchas de nuestras discusiones. La experiencia muestra que tanto los que lo rechazan como los que lo enarbolan tienen un punto en común: no han leído sus textos. Muchos se limitan a algunos temas, en los que fundan el «espíritu del Concilio», lo cual es una noción de geometría variable. Por esta razón, meditar los grandes textos del Concilio en la coyuntura actual significa confiar en un segundo aliento, en un nuevo impulso. Y así, esta modesta contribución no tiene otra finalidad que dar qué pensar y avivar la mente, para inscribirse en esta tradición viva de la Iglesia, en su reflexión y en su plegaria.
Gérard Defois nació en 1931 y fue ordenado sacerdote en 1956. Es doctor en Teología. En 1990 fue nombrado Arzobispo de Sens, Obispo de Auxerre y en 1995 Arzobispo de Reims; fue, también, Secretario de la Conferencia Episcopal Francesa.
«La conmemoración de ciertas fechas especialmente evocadoras del amor de Cristo por nosotros suscita en el ánimo la necesidad de "anunciar las maravillas de Dios", es decir, la necesidad de evangelizar. Así, el recuerdo de la reciente celebración de los quinientos años de la llegada del mensaje evangélico a América, y el cercano jubileo con que la Iglesia celebrará los 2.000 años de la Encarnación del Hijo de Dios, son ocasiones privilegiadas en las que, de manera espontánea, brota del corazón con más fuerza nuestra gratitud hacia el Señor. Consciente de la grandeza de estos dones recibidos, la Iglesia peregrina en América desea hacer partícipe de las riquezas de la fe y de la comunión en Cristo a toda la sociedad y a cada uno de los hombres y mujeres que habitan en el suelo americano».
Bajo esta perspectiva pastoral, el papa Juan Pablo II lanza, a través de la presente exhortación apostólica, un apasionado llamamiento a mantener viva la evangelización de América. Para ello repasa, con minucioso y profundo sentido analítico, las especiales condiciones de un continente en el que aún perviven complejas situaciones de injusticia social, de alarmante precariedad económica, y de relaciones étnicas y multiconfesionales que es preciso reconducir hacia un lugar común de encuentro.
Juan Pablo II nos recuerda en esta Carta apostólica una idea que está en la base de la vida cristiana: afrontar el sufrimiento como camino de salvación, no sólo personal sino para toda la Iglesia y la sociedad.
En esta Carta Juan Pablo II trata del sentido cristiano del sufrimiento humano, que unido al de Cristo tiene sentido corredentor. Este volumen recoge, además, las declaraciones del Papa en el libro Cruzando el umbral de la esperanza, sobre el misterio de la presencia del mal en el mundo compatible con la omnipotencia de Dios.
«La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón «día del Señor» o domingo. Así pues, en este día los fieles deben reunirse para, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, resurrección y gloria del Señor y dar gracias a Dios, que los hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pe 1,3). Por consiguiente, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también un día de alegría y de liberación del trabajo. No debe anteponerse a ésta ninguna otra solemnidad, a no ser que sea realmente de gran importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico».
Con estas palabras remarcaba el Concilio Vaticano II (SC 106) la centralidad e importancia del domingo, como celebración gozosa de la resurrección del Señor. Ahora, el papa Juan Pablo II presenta a la comunidad cristiana una nueva carta apostólica, en la que se incide, una vez más, en el valor y grandeza de este día, destacando en él una quíntuple referencia celebrativa: la creación, el misterio redentor de Cristo y la donación del Espíritu Santo, la Iglesia, el hombre y el tiempo. Referencias todas ellas que hacen que la celebración se extienda al día entero, y no sólo al momento puntual del encuentro litúrgico.
La encíclica Fides et ratio se inserta en esa larga tradición que desde los Padres de la Iglesia, de Oriente y Occidente, ha visto entre la fe y la razón humana un entendimiento no sólo posible - sino necesario. La verdad es una y ambos caminos conducen a ella, contribuyendo a su conocimiento y difusión. La intención de esta Encíclica queda patente en este párrafo que forma parte de sus conclusiones:
«La Iglesia, al insistir sobre la importancia y las verdaderas dimensiones del pensamiento filosófico, promueve a la vez tanto la defensa de la dignidad del hombre como el anuncio del mensaje evangélico. Ante tales cometidos, lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia. En la perspectiva de estas profundas exigencias, inscritas por Dios en la naturaleza humana, se ve incluso más claro el significado humano y humanizador de la palabra de Dios. Gracias a la mediación de una filosofía que ha llegado a ser también verdadera sabiduría, el hombre contemporáneo llegará así a reconocer que será tanto más hombre cuanto, entregándose al Evangelio, más se abra a Cristo».
Nuestra Iglesia del tercer milenio necesita testigos, místicos, para que nuestro mundo no se muera de frío. La exhortación apostólica Vita consecrata no es fósil del pasado, sino que es un pórtico que introduce a la vida consagrada en el siglo XXI.
EL AUTOR
Card. Carlos Amigo
Nacido en 1934 en la localidad vallisoletana de Medina de Rioseco, ingresa en la orden de Hermanos Menores (Franciscanos), donde es ordenado sacerdote en 1960. Estudia Filosofía en Roma y Psicología en Madrid. Tras ejercer la docencia, asume diversos oficios de gobierno en su Orden. Nombrado Arzobispo de Tánger (1973) y de Sevilla (1982), cubrió cargos significativos en la Conferencia Episcopal Española. Desde 2003 es Cardenal de la Santa Iglesia Católica Romana. Presentó su renuncia a la sede arzobispal de Sevilla el 2009. Cuenta en su haber con numerosos artículos y libros de temas eclesiales, referidos sobre todo a la Iglesia y a la Vida consagrada en España. También merecen una mención especial sus estudios, de orientación pastoral, sobre las relaciones entre cristianos y musulmanes.
La presente exhortación apostólica recoge el fruto de los trabajos del Sínodo de 1994. Más allá de superficiales valoraciones de funcionalidad, propias de una cultura utilitarista y tecnocrática, la asamblea sinodal reafirmó la importancia de la vida religiosa como signo concreto de entrega radical a Dios y de la caridad que anima a la Iglesia en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero. Por eso, la Iglesia nunca podrá renunciar a la vida consagrada, porque esta vida expresa de manera elocuente su última esencia «esponsal». Estas páginas constituyen así un verdadero tratado de vida religiosa, estructurado en torno a tres ejes capitales: consagración, comunión y misión. En ellas renueva el Santo Padre las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que han sido punto de referencia luminoso para la reflexión del Sínodo; alienta a las personas consagradas a comprometerse con nuevo ímpetu, e ilumina al Pueblo de Dios para que se haga más consciente de la necesidad que tiene la Iglesia de una vida religiosa renovada y fortalecida.
La carta apostólica Tertio millennio adveniente, que la BAC se complace en ofrecer hoy a sus lectores, es un documento luminoso y lleno de esperanza en el que Juan Pablo II expone los hitos fundamentales del itinerario que la Iglesia tiene que seguir para preparar el gran jubileo del año 2000 y el espíritu con que ha de celebrarse. En estas páginas vuelca el Papa su profunda visión de la historia de la humanidad, atravesada por el río caudaloso de la Revelación, del Cristianismo y de la Iglesia. «El año 2000 nos invita a encontrarnos con renovada fidelidad y profunda comunión en las orillas de este gran río», y ha de ser para la Iglesia ocasión de fortalecer su fe, de buscar la unidad entre los cristianos, de ahondar el diálogo con las grandes religiones, de afrontar el desafío de la crisis de valores que sufre nuestro tiempo y de «hacerse voz de todos los pobres del mundo». Por encima de todo, el Papa anima a los cristianos a encaminarse a las puertas del nuevo milenio con una actitud de auténtica conversión y penitencia, de manera que, fieles a la acción del Espíritu, manifiesten al mundo el genuino rostro de Dios y preparen el advenimiento de una nueva primavera de la Iglesia.
El ecumenismo es una prioridad y un tema dominante en el ministerio de Juan Pablo II. Por esta razón, a nadie puede extrañar que, treinta años después del Concilio Vaticano II, quiera imprimir un nuevo impulso al diálogo ecuménico, con el deseo de que, en los umbrales del nuevo milenio, avancen los cristianos con paso decidido hacia la ansiada meta de la unidad. Por ello, el Santo Padre alienta con entusiasmo a crecer en la comunión, a reforzar el espíritu de fraternidad entre todos los cristianos y a intensificar el diálogo teológico. Sitúa la unidad en un claro contexto de fe, en la estela de la oración sacerdotal de Cristo, y la contempla desde la perspectiva del designio de Dios, que antes o después se realizará. A esta luz, la encíclica presenta un enfoque original. Considera que en nuestro siglo, a causa de las persecuciones sufridas por todas las Iglesias, «los cristianos tenemos un martirologio común». En todas las Iglesias ha habido mártires. Este hecho demuestra que, «si se puede morir por la fe, se puede alcanzar la meta cuando se trata de otras formas de aquella misma exigencia», es decir, de la exigencia de restaurar la plena unidad como expresión de la común fidelidad a Cristo.
Esta nueva encíclica de Juan Pablo II, la undécima de su Pontificado, quiere ser una confirmación precisa y firme de la grandeza y el valor inviolable de la vida humana y, al mismo tiempo, una acuciante llamada dirigida a todos los hombres abiertos sinceramente a la verdad y al bien para que respeten, defiendan, amen y sirvan a la vida, a toda vida humana. No sólo renueva y confirma solemnemente la doctrina católica sobre el aborto, sino que también aborda otras cuestiones directamente relacionadas con el valor sagrado y funda-mental de la vida del hombre, como la eutanasia, el homicidio, la pena de muerte, la guerra y las agresiones al medio ambiente. «El anuncio de este Evangelio de la vida ―dice el Papa en la introducción― es hoy particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e indefensa». El Papa dirige su más apremiante invitación a todos los miembros de la Iglesia ―pueblo de la vida y para la vida― «para que juntos podamos ofrecer a este mundo nuestro nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana».