Sinopsis: La carta a los Hebreos posee una forma y un contenido que la diferencian netamente del resto del epistolario paulino. Presenta, entre otros temas, una elevada cristología y una profunda comprensión de Jesucristo como Sumo Sacerdote. Las Homilías sobre la carta a los Hebreos, de Juan Crisóstomo, de las cuales se han seleccionado numerosos textos, sirven como hilo conductor de este volumen por varias razones: constituyen el primer comentario completo sobre dicha carta que ha llegado hasta nosotros; han ejercido una gran influencia en comentarios posteriores, ya sea en Oriente como en Occidente; y poseen una elocuencia indiscutible reconocida a lo largo de los siglos. Igual que en otros volúmenes de esta colección, los textos seleccionados proceden de una gran variedad de autores, ya sea desde el punto de vista geográfico como cronológico, pues van desde Justino Mártir y Clemente de Roma, de finales del siglo I y comienzos del II, hasta Beda el Venerable, Isaac de Nínive, Focio y Juan Damasceno, de los siglos VIII y XIX. La tradición alejandrina está bien representada por Clemente de Alejandría, Orígenes, Atanasio, Dídimo y Cirilo de Alejandría, mientras que la tradición antioquena se pone de relieve en autores como Efrén de Nisibi, Teodoro de Mopsuestia, Severiano de Gábala y Teodoreto de Ciro. Los Santos Padres occidentales están presentes en textos de Ambrosio, Casiodoro y Agustín, y los orientales, en comentarios de Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Eusebio, Cirilo de Jerusalén y Jerónimo.
Sinopsis: Se recoge en este volumen una selección de Actas de los mártires redactadas en África que, desde el punto de vista histórico, abarcan desde el año 180 hasta el 304, en que se emanan los cuatro edictos de Diocleciano que marcarán el fin de las persecuciones.
La elección ha sido principalmente geográfica, por lo que se encuentran escritos de diferentes épocas y tendencias doctrinales, incluyéndose también algunas actas que han sufrido reelaboraciones donatistas.
La selección, por tanto, incluye la Passio Marcelli y la Passio Felicis.
La literatura latina cristiana nació en África, puesto que allí se hicieron las primeras versiones latinas de la Biblia; allí surgieron, de la mano de Tertuliano, los primeros tratados teológicos en la lengua de Roma; y allí se escribieron, antes del final del segundo siglo, los primeros documentos martiriales en latín: las Actas de los mártires escilitanos.
Es lógico, por tanto, emplear el criterio geográfico en una selección como ésta.
El martirio, concebido como testimonio cruento en favor de la fe, representa, en todas las actas, la forma suprema de perfección cristiana, el modo más sublime de imitación de Jesucristo.
Esta concepción es el resultado de un lento progreso en el que se unen testimonio del Evangelio y muerte cruenta.
Antes de esta fusión, el testimonio por Cristo ya había asumido con san Pablo un carácter de participación en los sufrimientos y pasión del Redentor, y en los escritos joánicos la muerte de Cristo está en íntima relación con el testimonio que ha venido a dar al mundo.
Este testimonio es una prerrogativa de la comunidad porque es la misma existencia de la comunidad la que desencadena la persecución.
La Passio Perpetuae constituye la obra maestra de la literatura hagiográfica, por su patetismo y amplitud de miras, la obra más bella y original de toda la literatura cristiana de los primeros siglos, el arquetipo de todas las demás obras de este género.
La influencia de esta passio en las posteriores es un hecho claro que habla del gran valor que se ha dado siempre a esta obra.
"Y comenzando por Moisés y por todos los profetas [Jesús] les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él" (Lc 24,27).
Los Padres de la Iglesia indagaron a fondo en el Antiguo Testamento en busca de mensajes proféticos referidos al Mesías, y descubrieron que pocos libros bíblicos contienen tantas referencias mesiánicas como los Doce Profetas, también llamados los Profetas Menores no por la menor importancia de sus escritos, sino por la brevedad de los mismos.
Animados por el ejemplo de los escritores del Nuevo Testamento, los Santos Padres hallaron numerosos paralelismos entre los evangelios y los libros proféticos. Entre los acontecimientos profetizados encontraron no sólo la natividad, la huida a Egipto, la pasión y resurrección de Cristo, y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, sino también la traición de Judas, el temblor de tierra en la muerte de Jesús y el velo del Templo rasgado. Cada detalle asume así un enorme significado para la doctrina cristiana, como en el caso del bautismo, la Eucaristía y la relación entre la Antigua y Nueva Alianza, entre otros.
En estas páginas encontramos textos -algunos de los cuales se traducen al castellano por primera vez- de más de 30 Padres de la Iglesia, que van de Clemente de Roma, Justino Mártir e Ireneo de Lyón (siglos I-II) a Gregorio el Grande, Braulio de Zaragoza y Beda el Venerable (siglos VI-VIII). Desde el punto de vista geográfico las fuentes se extienden desde los grandes Capadocios -Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa-, Juan Crisóstomo, Efrén de Siria e Hipólito en Oriente, hasta Ambrosio, Agustín, Cipriano y Tertuliano en Occidente, además de Orígenes, Cirilo y Pacomio en Egipto.
Este volumen constituye, pues, un tesoro del que se pueden extraer riquezas antiguas y nuevas, para una mejor comprensión de la sabiduría de los Santos Padres.
El Evangelio de Mateo destaca como uno de los textos bíblicos preferidos por los Padres de la Iglesia a la hora de estudiar y proclamar la Palabra de Dios.
La tradición de comentarios patrísticos sobre Mateo comienza a mediados del siglo tercero con el que lleva a cabo Orígenes.
En el occidente de lengua latina, donde los comentarios no aparecieron hasta aproximadamente un siglo más tarde, el primer comentario sobre Mateo lo escribió Hilario de Poitiers a mediados del siglo cuarto.
Desde entonces, el primer Evangelio se convirtió en uno de los textos más frecuentemente comentados por los Santos Padres. Entre ellos sobresale el comentario de Jerónimo, en cuatro libros, y el Opus imperfectum in Matthaeum, obra muy valiosa, aunque anónima e incompleta. Se conservan también fragmentos de catenas griegas, que se derivan de comentarios realizados por Teodoro de Heraclea, Apolinar de Laodicea, Teodoro de Mopsuestia y Cirilo de Alejandría.
Las antiguas homilías también ofrecen extensos comentarios sobre el primer Evangelio. Destacan entre ellas las noventa homilías de Juan Crisóstomo y las cincuenta y nueve de Cromacio de Aquileia. Además, existe un buen número de homilías dominicales y de días festivos compuestas por grandes figuras, como Agustín y Gregorio Magno, entre otros.
Esta rica abundancia de comentarios patrísticos, muchos de los cuales presentamos aquí traducidos al castellano por primera vez, nos ofrece un generoso y variado alimento sobre la antigua interpretación del primer Evangelio.
Los Padres de la Iglesia consideraban que los evangelios no se debían emplear, primariamente, para el análisis y estudio personal; por ello se leían y se explicaban dentro de la liturgia de la comunidad cristiana. Los textos evangélicos servían para orientar y corregir pastoralmente a los que se habían comprometido a seguir el camino de Jesús. Si bien los evangelios de Mateo y Juan eran, en general, los preferidos por los Santos Padres, cuando llegaba el tiempo de Navidad, Pascua y otras fiestas importantes, el que más se utilizaba era el de Lucas, debido a la narración que contiene sobre la infancia de Jesús, y a otros pasajes que solamente se encuentran en este evangelio.
Durante el periodo patrístico primitivo, la tradición de la lectura continuada (lectio continua) de los evangelios se desarrolló de tal manera que en un ciclo de tiempo determinado se leía, en secciones, un Evangelio completo, y se explicaban estas lecturas con homilías durante la liturgia diaria o semanal.
De entre las homilías que se han conservado, este volumen recoge textos de Orígenes y Cirilo de Alejandría. Pero aparte de las homilías, poseemos tratados teológicos, cartas pastorales y catequesis diversas en las cuales los Padres también afrontaron distintos temas exegéticos. Al igual que en otros volúmenes de esta colección, los lectores encontrarán escritos que van del siglo primero al octavo, pertenecientes a Padres de Oriente y Occcidente. Entre los más célebres podemos citar a Ambrosio, Atanasio, Agustín, los Capadocios, Juan Crisóstomo, Juan Damasceno y Beda el Venerable; y entre los menos concocidos a Juan Casiano, Filoxeno de Mabbug y Teofilacto.
Este volumen nos ofrece tesoros de sabiduría antigua -algunos de los cuales se traducen por primera vez al castellano-, que permiten a los Santos Padres hablar con agudeza y convicción a la Iglesia de hoy.
En los capítulos 12-50 del Génesis se narra la historia de los patriarcas Abrahán, Isaac, Jacob y José. Para explicar el significado espiritual de los relatos patriarcales, los Santos Padres acudieron a las cartas de Pablo, a los discursos de Pedro y Esteban en los Hechos de los Apóstoles y al autor de la Carta a los Hebreos. Ellos fueron sus principales maestros, aunque se puedan encontrar en el Nuevo Testamento otras alusiones a la historia de los patriarcas. La escuela de Alejandría, en particular, siguió el uso alegórico de Pablo acerca de la historia de Sara y Agar en la interpretación de los relatos del Génesis. Por su parte, la escuela de Antioquía evitó la interpretación alegórica pero se propuso encontrar aplicaciones morales en los primitivos relatos. Para todos ellos aquellos acontecimientos indicaban las promesas de los tiempos futuros, la nueva era revelada en la resurrección de Jesús.
Entre los principales comentaristas de lengua griega incluidos en este volumen se encuentran Orígenes, Dídimo el Ciego, Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría. En cuanto a los de lengua latina, podemos citar a Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, Cesáreo de Arlés y Beda el Venerable. Efrén Sirio es el autor más citado de lengua siríaca, mientras que la Catena sobre el Génesis, del siglo V, nos proporciona textos de Eusebio de Cesarea, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Epifanio de Salamina, Ireneo de Lión, Eusebio de Emesa, Severiano de Gábala y Teodoro de Mopsuestia entre otros.
Con una gran diversidad en cuanto a matices y modos de expresarse, los Padres citados nos proporcionan una gran riqueza de antigua sabiduría. Estos textos, muchos de los cuales se traducen por primera vez al castellano, podrán ser estímulo para la mente y alimento para el alma de la Iglesia actual.
Los escritos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para un conocimiento más profundo de los tópicos marianos clásicos, ya que nos traen la figura de la Virgen tal como la contempló la Iglesia primitiva. En la presente antología, se han seleccionado los textos patrísticos más relevantes para una lectura meditativa, así como para un conocimiento más íntimo de la Virgen María desde el misterio de Jesucristo y su proyección hacia toda la Cristiandad.
La abundancia de textos patrísticos sobre el Bautismo es asombrosa. El legado escrito de los Padres de los tres primeros siglos del Cristianismo podría llenar, por sí solo, más de un grueso volumen. Aquí, encontrará el lector una selección de textos escogida para profundizar el conocimiento acerca de este sacramento fundamental en la vida cristiana.
Esta selección de textos patrísticos tiene por objeto primordial la comprensión auténtica sobre el tiempo de Cuaresma y su fundamento teológico, tal como los antiguos lo concibieran y trasmitieran por generaciones a partir del ejemplo misterioso de Jesucristo. Los escritos de los primeros Padres expresan de modo insuperable el sentido de la santa cuarentena, días especialmente señalados como misterio de restauración humana y que preceden a la celebración anual de la Pascua de Resurrección, fiesta de participación mística, redentora de toda la humanidad.
Desde su teología pastoral, los Padres de la Iglesia nos legan el verdadero significado para aquellos a los que en el texto griego de San Mateo, Cristo nombrará como los bienaventurados, los pobres de espíritu, los dichosos, en referencia a una categoría de hombres -humildes, desapegados de valores pecuniarios- cuya pobreza se sitúa en un nivel más allá de lo meramente económico. La presente selección de textos patrísticos alude también a la pobreza material, en clara advertencia acerca de la atención hacia los pobres. Más aún, no sólo clamando piedad sino como ejercicio de concreta justicia. Como Jesucristo, Maestro del amor, el primero de los pobres y modelo de todos.
Si nos preguntáramos acerca de lo que se celebra en Navidad, sin duda nos responderíamos que lo sabemos muy bien; pero sin tratáramos de explicarnos el significado trascendente de aquella celebración, tal vez hoy no nos resultaría tan fácil interpretarlo. Éste es justamente el objeto primordial de los textos aquí reunidos: esclarecer el núcleo significante de la conmemoración del nacimiento de Cristo, tal como los antiguos lo contemplaran y trasmitieran por generaciones hasta nuestros días. Aquí, los comentarios selectos de los Padres de la Iglesia nos compenetran hacia las profundidades en una búsqueda decisiva: el conocimiento de uno de los grandes misterios ocultos y fundacionales de la Cristiandad.
En la época patrística podemos observar una constante de unidad como cualidad intrínseca, esencial. Vemos como los Padres de la Iglesia la fundamentan a través de múltiples referencias bíblicas, y reflexionan acerca de las diversas circunstancias en que urge construirla. Y es que la unidad como concepto es inherente a la unión sobrenatural y terrena de los hombres con el mismo Cuerpo espiritual de Cristo; y en su calidad de Cristo continuado, la Iglesia aspira a reproducir y representar la más alta unidad de lo divino con lo humano.