A la esposa - Exhortación a la castidad - La monogamia
El presente volumen presenta lo que se podría llamar la trilogía de Tertuliano sobre el matrimonio, constituida por los escritos A la esposa, Exhortación a la castidad y La monogamia. El hecho de que Tertuliano escribiera tres obras dedicadas al mismo argumento atestigua que se trataba de un tema que, además de la importancia de la que gozaba en la civilización romana, estaba en el candelero en el ámbito cristiano. Y es que se trataba de una institución de la vida cotidiana en la que se ponía en juego la propia comprensión de la fe, en un contexto de polémica entre las distintas corrientes cristianas y en contraste con los usos del mundo pagano. En particular, tres cuestiones resultaban problemáticas: el valor del matrimonio en sí mismo, de la procreación y de la familia; la licitud y oportunidad de las segundas nupcias, una vez que uno de los cónyuges había fallecido; y la licitud de los matrimonios mixtos. El itinerario personal de Tertuliano se refleja en la composición de los tres escritos. Mientras que A la esposa pertenece a la época católica de Tertuliano, Exhortación a la castidad se suele situar en su período de transición, cuando ya en contacto con el montanismo, no ha roto todavía con la católica. Por fin, La monogomia supone el culmen de la trayectoria de Tertuliano, ya inserto plenamente en la Nueva Profecía. Progresivamente el Africano extrae todas las consecuencias rigoristas que en su primera obra estaban en cierta medida todavía implícitas o en germen. La argumentación de Tertuliano despliega, además de sus habituales recursos retóricos, una amplia exégesis escriturística, por medio de la cual desea fundamentar su enseñanza con el sello de la palabra divina, en particular del testimonio apostólico y, sobre todo, de san Pablo.
Cuando san Agustín escribía sus últimas obras polémicas contra los pelagianos, surgió un nuevo debate en torno a la gracia. En este contexto, el laico Próspero de Aquitania se convirtió en un entusiasta defensor y difusor de las enseñanzas de Agustín.
En torno a 450 escribió su obra de madurez De vocatione omnium gentium, la primera obra patrística dedicada a la salvación de los hombres de todos los tiempos. El autor intenta conjugar la cuestión de la voluntad salvífica universal, expresada en 1 Tm 2, 4 sin comprometer la doctrina de la gracia del initium fidei y la libertad de la benevolencia divina enseñada por su maestro.
En el siglo II el cristianismo vivió una de sus crisis más importantes por la aparición de movimientos como el marcionismo y los variadísimos grupos gnósticos, que proponían una reinterpretación total del mensaje cristiano a partir de un pensamiento coherente sobre la salvación, respetuoso de los axiomas que prevalecían en la filosofía del momento y que requería un largo proceso de iniciación. Ireneo de Lyon percibió que al gnóstico no le interesaba la salvación del mundo sino liberarse del mundo y del Creador, ni la salvación de la carne sino liberarse de la carne, ni la fe sino la gnosis. Frente a ello Ireneo levantará una preciosa reflexión, en cinco libros, sobre el Creador y las creaturas, que nunca escapan a las Manos de Dios y necesitan del tiempo y la historia para crecer a imagen y semejanza de Dios. Ireneo sacó a la luz las enseñanzas que permanecían ocultas y refutarlas. No es un heresiólogo al uso; es un pastor que responde a las inquietudes de los creyentes. El libro I del Contra las herejías ha resultado de una enorme riqueza para conocer las claves del gnosticismo del siglo II.
Marcelo de Ancira (m 374) es uno de los protagonistas de las grandes controversias teológicas del siglo IV. Su relevancia en la crisis arriana contrasta con la escasa atención que suele recibir por parte de los manuales de teología. Pertenece a la generación de obispos que vivieron en carne propia los vertiginosos cambios en las relaciones de la Iglesia y el Imperio: fueron testigos de las grandes persecuciones de Diocleciano y participaron en el concilio de Nicea, sostenido por Constantino. Este grave cambio de contexto cultural permitió –y de alguna manera exigió– que las tradiciones teológicas locales se confrontaran mutuamente en un escenario ahora universal, inaugurado por el primer concilio ecuménico (325). El presente volumen reúne todas las obras de Marcelo de Ancira que actualmente son reconocidas como auténticas por una buena parte de los estudiosos. La carta de Marcelo al papa Julio, sus fragmentos teológicos transmitidos por su gran adversario, Eusebio de Cesarea, y un largo fragmento de su tratado Sobre la santa Iglesia son editados en griego, traducidos al castellano y comentados por medio de abundantes notas. La introducción, además de las cuestiones técnicas, contiene una visión general de la teología de Marcelo que puede resultar interesante no solo a los patrólogos, sino también a quienes cultivan la teología, en especial la escatología, la cristología y la teología trinitaria.
El texto del Apologético que presentamos se conserva, de hecho, en las actas del XV concilio de Toledo, celebrado en el año 688. Se trata de parte del escrito que Julián, en nombre del episcopado hispano, envió a la sede apostólica para defenderse de unas acusaciones de las que poco sabemos, relacionadas con la recepción en Hispania de las actas latinas del III concilio de Constantinopla. La respuesta a las perplejidades romanas se sitúa en la línea de la literatura teológica ibérica del s. VIII caracterizada por la labor de síntesis y transmisión del magisterio y de la doctrina ortodoxa de los siglos anteriores.
En esta breve obra Julián muestra no solamente su dominio de las técnicas retóricas sino también la calidad de su pensamiento teológico, en este caso prevalentemente cristológico, heredero de una serie de escuelas constituidas por autores como Leandro e Isidoro de Sevilla, Braulio de Zaragoza y Eugenio e Ildefonso de Toledo, entre otros, que contribuyeron a configurar lo que se ha venido a denominar siglo de oro de la Iglesia visigoda.
Compuesto en una fecha crítica para la política romana occidental, hacia finales del siglo V, y siguiendo el modelo literario de Jerónimo de Estridón, el De viris illustribus de Genadio de Marsella es una fuente ineludible para los estudios patrísticos y teológicos. Este texto ha cirtculado asociado al homónimo de Jerónimo y ha gozado de una enorme difusión, como permite observar la tradición manuscrita. A lo largo de una serie de breves noticas acerca de la producción letrada de hombres de Iglesia, algunos célebres y otros solo conocidos a través de esta obra, Genadio pone de manifiesto su interés por el ethos monástico, así como sus preocupaciones dogmáticas, y se permite expresar simpatías y desagrados, que contribuyen a situarlo en el mapa doctrinal del mundo romano tardío.
Este libro subraya el valor del cuerpo humano partiendo del maravilloso y con frecuencia desconocido arte de amar, que ilumina con una nueva luz todos los aspectos de la vida de pareja, incluso los más íntimos, haciendo de la sexualidad una práctica gozosa que se vive de modo sereno y cautivador. «Después de cuarenta y tres años juntos –dicen los autores– cada vez somos más conscientes de que la vida en pareja es un camino lleno de obstáculos y continuas recaídas… Pero hay un secreto que nos ha impedido rendirnos cuando la cuesta se hacía muy empinada: volver a empezar siempre. Y no solos, sino juntos. Junto con Aquel que “está a la puerta y llama”, junto con quienes no temen elegir el camino del amor verdadero, un poco incómodo pero infinitamente más gratificante».
Para entender mejor los discursos que integran el presente volumen conviene tener en cuenta, entre otras cosas, que en ellos ocupan un lugar preeminente los debates doctrinales que el Nacianceno tuvo que entablar con sus oponentes, para aclarar sus personales puntos de vista y, en sentido contrario, rebatir las opiniones erróneas de sus interlocutores desde el punto de vista teológico.
Estas diez piezas oratorias fueron desarrolladas por nuestro Gregorio en el espacio de dos años, durante los años 379 y 380, y dejan traslucir las grandes dotes del teólogo y pastor, las dos actividades que consumieron los mejores años del Nacianceno.
Los escritos de este obispo de Alejandría han marcado de manera decisiva la interpretación de un período crucial en el desarrollo de la enseñanza cristiana, en especial de la cristológica y de la teología trinitaria.
Junto a la narración y a la interpretación de las décadas que siguieron al gran Concilio de Nicea, Sobre los sínodos transmite además una amplia serie de documentos, citados por Atanasio, que permiten entrar en contacto directo con otros protagonistas de la controversia. Entre ellos se destacan la carta de Arrio a Alejandro de Alejandría, algunos fragmentos de las obras de Dionisio de Alejandría y de Asterio de Capadocia, y más de quince documentos sinodales entre fórmulas de fe, cartas y cánones.
Sobre los sínodos de Rímini, en Italia, y de Seleucia, en Isauria fue redactado por Atanasio cuando se encontraba escondido en algún lugar de Egipto, durante el año 359, justo después de la celebración de estas dos asambleas sinodales.
En términos generales, la obra se divide en tres partes: la descripción de los sínodos de Rímini y Seleucia (cc. 1-14); la colección comentada de documentos arrianos (cc. 15-32) y, finalmente, la sección teológica, cuya primera parte está dedicada a combatir a los homeos y anomeos (cc. 33-40) y la segunda, a atraer a los homoiousianos.