Ha sido providencial que el cardenal Jorge Mario Bergoglio, «venido del fin del mundo» —de ese Gran Sur donde están los pobres de la Tierra y vive la mayoría de los católicos— haya escogido, elegido papa, el nombre de Francisco. Francisco de Asís sintió la llamada a restaurar la Iglesia de su tiempo que estaba en ruinas para devolverla a la tradición de Jesús. Esa misma inspiración mueve ahora a Francisco, obispo de Roma: una Iglesia pobre y para los pobres, humilde, sencilla, con olor a oveja y no a flores de altar.
En una Iglesia que vuelva a ser hogar espiritual, el papa ha de ser pastor antes que autoridad eclesiástica; ha de presidir más en la caridad y menos con la frialdad del derecho canónico; tiene que ser más hermano entre otros hermanos aunque con responsabilidades diferenciadas. Tras el largo invierno eclesial, el papa Francisco recupera la frescura y la fragancia del Evangelio que caracterizaron al «Pobrecillo de Asís», desde el cuidado y la relación fraterna con todos los seres, no por encima, sino al pie de cada ser.
La ecología no trata únicamente de las cuestiones relacionadas con lo verde o las especies en extinción. La ecología supone un paradigma nuevo, es decir, una forma de organizar el conjunto de relaciones de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y con su sentido en este universo. Ella inaugura una nueva alianza con la creación, alianza de veneración y de fraternidad. No hemos sido creados para situarnos por encima de la naturaleza como quien domina, sino para estar a su lado como quien convive como hermano y hermana. Descubrimos así nuestras raíces cósmicas y nuestra ciudadanía terrestre. Hoy no son sólo los pobres los que deben ser liberados de la cautividad de un modelo de desarrollo que les niega la dignidad, dilapida sus recursos y quiebra el equilibrio elaborado a lo largo de millones de años de trabajo cósmico. El clamor de los pobres se une así al grito de la Tierra. Y a partir de ahí se ensancha la teología de la liberación verdaderamente integral y universal, porque concierne a todos y al planeta entero. La experiencia ecológica permite una nueva recuperación de lo sagrado en la creación, una nueva imagen de Dios, una concepción más amplia y cósmica del misterio cristiano y una nueva espiritualidad.