Lo mejor, lo más elocuente y clarificador que el lector encontrará en este libro, será descubrir en el comentario al evangelio de cada día el cumplimiento de un texto genial de san Juan de la Cruz, que dejó escrito que Dios le dice a cada lector:
Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos solo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pide y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio.
(Subida al Monte Carmelo, 2, 22).
En Jesús, Dios nos dice cada día todo cuanto nos tiene que decir. El problema está en nosotros, que, con demasiada frecuencia, ponemos nuestra atención y nuestros intereses en otras cosas, que poco o nada tienen que ver con el Evangelio.
Si dedica Ud. unos minutos –al menos– a pensar cómo explica este libro el Evangelio de cada día, seguramente se verá confrontado a esta pregunta: ¿Qué significa y qué lugar ocupa en mi vida Jesús de Nazaret? Y quizás también a esta otra que se deriva de la anterior: ¿Qué importancia y qué presencia tiene Jesús en la sociedad y en la Iglesia? No se trata de la importancia y la presencia de Cristo. Ni del Señor. Aquí se habla de Jesús, aquel humilde campesino que andaba por los pueblos y aldeas de Galilea, hace casi dos mil años.
Jesús es un nombre que mucha gente religiosa no se atreve a pronunciar. ¿Por qué razón? Se discute si los primeros cristianos dieron culto a Jesús como Dios. San Pablo dice que “Jesús es el Señor” (Rm 10, 9) y es verdad. Pero lo que no se discute es que Dios, al que nadie ha visto (Jn 1, 18), se hizo visible en Jesús. Entonces, ¿que nos pasa con Jesús? A mucha gente, sin saber por qué, Jesús le da miedo y no es consciente de ello. Quizás por eso, buscamos la escapatoria que nos ofrece la religión y ponemos a Jesús en “lo sagrado”, “lo divino”, “lo eterno”… Disfrazamos así con buena conciencia nuestro miedo inconfesable a vivir felices nuestra propia humanidad. A muchas personas les va mejor recurrir a “lo divino” que intentar ser verdaderamente “humanos”. Lo que intenta este libro es descubrir y vivir “lo divino” en “lo humano”. Encontrar a Dios en Jesús.
¿Por qué el Evangelio no es -con demasiada frecuencia- el criterio y la fuerza que organiza nuestra vida y nuestra convivencia con los demás?
Quizá esto nos suena a sermón. O lo vemos como una serie de mitos y leyendas increíbles. Y hasta suele ocurrir que haya quienes ven en el Evangelio un libro de religión, uno más entre tantos otros que ni interesan ni convencen a mucha gente. Y es que, a poco que se piense, se nos puede ocurrir una pregunta que no es fácil de responder: ¿podemos asegurar que los pueblos y países en los que más se lee el Evangelio son aquellos en los que la gente es más honrada, más honesta, más sincera, más fiable, más buena gente? En otras palabras, ¿por qué no vemos la coherencia -que deberíamos ver- entre Evangelio y Ética?
Sin duda los cristianos necesitamos un encuentro con el Evangelio que produzca en nosotros la misma reacción que produjo en quienes lo vieron y lo oyeron en tiempo de Jesús: entusiasmo en los que sufren y rechazo en los causantes del sufrimiento. Se comprende por qué el papa Francisco insiste tanto en que llevemos siempre con nosotros un ejemplar de los evangelios.
Y en que lo leamos con frecuencia.