Político comprometido, hábil orador, abogado y filósofo, CICERÓN (106-43 a.C.) fue uno de los intelectuales y pensadores más influyentes de toda la latinidad. Imbuido de las ideas filosóficas del estoicismo, creyó firmemente en un principio divino que justifica la propia existencia del mundo y sirve de pauta para la conducta moral del género humano. SOBRE LOS DEBERES -que se presenta en esta edición con prólogo, traducción y notas de José Guillén Cabañero- fue concebido como una larga epístola dirigida a su hijo Marco, a quien hace partícipe de sus propias convicciones éticas. Así, el conocimiento de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) debe llevar implícita una serie de compromisos personales y sociales: la honestidad como pauta de conducta vital, la solidaridad como exigencia de la pertenencia a una comunidad social, y la participación activa y militante en la vida política de la ciudad.
Sobre el orador (completado en el 55 a.C.) es el más valorado de los tratados que Cicerón dedicó a la materia de la oratoria, de la que describe los principios generales para instrucción de los jóvenes que vayan a desempeñar cargos públicos en el estado. Está estructurado en varios diálogos, situados en la villa que Craso poseía en Túsculo y en los que los principales participantes son Craso, Marco Antonio, Q. Mucio Escévola el Augur (gran abogado como Cicerón), el cónsul Q. Cátulo y el orador C. Julio César Estrabón.
Craso sostiene que el orador debe poseer un amplio conocimiento de las ciencias, de la filosofía y, sobre todo, del derecho civil (un ideal ambicioso que sin duda expresa el criterio de Cicerón); Antonio, menos exigente en sus demandas y según un planteamiento utilitarista, se contenta con que sea capaz de agradar y convencer, sin que por ello precise de grandes conocimientos, y se extiende sobre los métodos para persuadir a los jueces (aunque al día siguiente reconoce que sólo ha contradicho a Craso por el gusto de discutir) ; César trata del ingenio y el humor, que le habían dado gran fama, con un repertorio de chistes que refleja los gustos y la mentalidad de los romanos, y una clasificación de recursos humorísticos en setenta y cinco capítulos (216-90); Craso, por último, se ocupa de los estilos y las figuras de dicción (de especial interés es el tratamiento de la metáfora): se advierte en estos razonamientos que Cicerón valoraba el lenguaje en relación con la poesía. En conjunto, se concluye que el perfecto orador ha de ser un «hombre íntegro» formado en una educación liberal sin precedentes.