Cristianismo, Europa, libertad propone una reflexión sobre la actual crisis cultural que padece el Viejo Continente, que es, en su más íntima consistencia, “religiosa”. La raigambre cristiana del ser de Europa es visible para cualquiera que salga a la calle o visite un museo, pero ya desde hace tiempo viene siendo impugnada desde los grandes circuitos de la difusión cultural. Esta especie de desarraigo desvitaliza las energías más creativas que han dado grandeza a Europa y a su contribución a otras culturas.
El cultivo y cuidado de las propias raíces es la condición del crecimiento. El “culto” cristiano ha promovido lo mejor de la “cultura” europea y ha inducido lo más relevante de su aporte a la civilización humana, pero precisamente desde la conciencia de que lo mejor que podíamos dar no es “nuestro”. Justamente porque no es un valor “europeo” –digamos, una idiosincrasia cultural–, el cristianismo ha enriquecido la cultura europea, y ha engrandecido su influencia allende sus fronteras.