Buscar, acoger y experimentar en plenitud la vida en su centro es la tarea que el filósofo Miguel García-Baró se ha impuesto en los once ensayos que componen De estética y mística.
Una empresa tan ambiciosa ha de partir sin duda del reconocimiento de las pocas fuerzas que todo ser humano posee, pero también del convencimiento de que nadie puede pretender quedar eximido de gastar sus mejores energías intentando acceder al corazón mismo de la realidad.
Cuando se explora con perseverancia el centro de la vida, se roza el misterio y lo inefable comienza a revelarse revistiendo de luz cada fenómeno. Entonces tal vez sólo el silencio sea la última y definitiva palabra.
Hay dos modos de entender la filosofía que han quedado clásicamente representados para siempre: el uno, en los capítulos iniciales de la Metafísica de Aristóteles; el otro, en la Defensa de Sócrates escrita por Platón.
Según el primero, de nada necesita menos el hombre que de la filosofía. Para que ella nazca, el hombre tiene que haber alcanzado el «ocio» perfecto. De acuerdo con esta visión, la filosofía se reduce a tesis, pruebas e hipótesis. Todo en perfecta objetividad.
Desde la perspectiva socrática, por el contrario, la filosofía es imprescindible para vivir. Mejor aún, es un modo de vida, el único modo posible de vida humana verdadera. En este sentido, las proposiciones, las pruebas y las hipótesis pasan a ser partes vivas del hombre, y el pensar se convierte en el más pleno de los sentimientos, en la obra moral por antonomasia, en el camino para perseguir la santidad de Dios mismo.