Los libros de Ezequiel y Daniel tienen una gran riqueza de imágenes, muchas de las cuales serán usadas después por el Nuevo Testamento. Especialmente en el Apocalipsis aparecen ecos de Ezequiel: sus palabras de desolación y promesas de esperanza, la visión de un nuevo templo y el profeta que come los pergaminos. Daniel tiene una gran importancia porque aporta terminología e imágenes para las descripciones que Jesús de Nazaret hace de sí mismo, como «Hijo del Hombre», una frase que también encontramos en Ezequiel y que Juan emplea repetidamente cuando describe las figuras glorificadas de sus visiones en la isla de Patmos. Las cuatro bestias de Daniel encuentran sus equivalentes en el león, el buey, el hombre y el águila de Ezequiel y del Apocalipsis. No hay que sorprenderse de que estos libros, a pesar de las dificultades que albergaba su interpretación, tuvieran gran influencia en el imaginario de la Iglesia primitiva. En el comentario a Ezequiel se citan más de cuarenta Padres de la Iglesia, algunos de los cuales han sido traducidos aquí al castellano por primera vez; pero el puesto de honor se lo llevan cuatro obras: las homilías de Orígenes y Gregorio Magno y los comentarios de Jerónimo y Teodoreto de Ciro, que crean puentes entre Este y Oeste, Norte y Sur. Una variedad semejante de Padres la encontramos también en los comentarios a Daniel. Tenemos una extensa colección de textos, escritos por Teodoreto de Ciro, Hipólito, Jerónimo e Iso?dad de Merv, que nos enriquecen por su amplitud de miras, al igual que se ofrecen valiosos comentarios de Efrén de Nisibi y Juan Crisóstomo, entre otros.