"Hace ya tiempo -decía el autor en 1979, en la introducción a la primera edición de esta obra- que me anda tentando la idea de ir dándole forma a la intuición de Dios como Padre, como puro amor y bondad. Estoy convencido de que ella puede -quizá deba- reconfigurar toda la teología: ofrece una nueva visión, una nueva perspectiva sobre todos los temas fundamentales.
Quizá fuese, además, el mejor modo de buscar hoy algo y de poder decirlo a los demás. No es el camino de las teorías el que podrá encontrar la salida a la situación actual, sino el de la experiencia, el de la vivencia: en ella es más fácil que todos nos encontremos; y, si aseguramos algo así en la Iglesia, no sería difícil ir elaborando la configuración teórica.
La religión se ve muchas veces cargada con un peso ajeno: experimentada como imposición más o menos represiva. Aparece como religión del deber: de la limitación de la existencia, de la exigencia que no permite descansar... Falso. El peso de la vida no es el peso de la religión, sino el de la existencia como tal. Es el ser hombre, el realizarse como persona, lo que resulta difícil (también tiene sus gozos...). Ser persona: he ahí la exigencia, la llamada hacia adelante, la tarea y la dureza de la libertad".
Aquella edición no tuvo la suerte que se merecía, a pesar de la claridad y rigor con que desarrollaba su intuición central: "la de Dios como salvador -única y exclusivamente como salvador-, con un amor tan gratuito y entregado que nos resulta, literalmente, increíble. Y la preocupación decisiva de sus páginas brota del contraste, dolorasamente sentido, entre esa generosidad sin límite ni frontera y el terrible malentendido cultural que la ha eclipsado: al menos en Occidente, se ha acabado por interpretar como una oscura carga que aliena, encoge y oprime, lo que era luminoso ofrecimiento de gracia".
Por eso se reedita ahora, dieciséis años después. Mientras tanto, en esta misma Editorial se han publicado dos ediciones de Creo en Dios Padre. El Dios de Jesús como afirmación plena del hombre, (que tiene mucho de explicitación y prolongación de algunos temas aquí esbozados) y tiene el autor el proyecto de publicar Recuperar la creación. Por una religión humana, donde quisiera prolongar y ahondar de manera expresa tanto la intuición como el propósito que le movieron a escribir estas páginas.
La esperanza pertenece al grupo de vivencias fundamentales que movilizan la existencia y cuestionan el sentido. Durante siglos su tratamiento estuvo muy recluido en el tratado moral de las virtudes. Nuestro tiempo, roto por duros horrores el optimismo fácil de la Ilustración, la ha convertido en preocupación primera, interrogante común y tarea unitaria. Una “elpidología” actual debe tener en cuenta las diferentes respuestas, que van desde las utopías totalitarias hasta la desesperación del absurdo, pasando por el “trascender sin transcendencia” y las respuestas propiamente religiosas. Es en ese ambiente donde la respuesta cristiana debe mostrar su sentido y su aportación. Sólo será creíble y efectiva si, entrando en diálogo con las demás, se muestra capaz de contribuir a hacer más plena y auténtica –más humana- la común esperanza que habita la entraña íntima de todos los hombres y mujeres.
Aclarar el esquema básico de la esperanza bíblica es el segundo problema abordado. La secuencia mítica paraíso-caída-castigo-redención tiene hoy efectos devastadores para una conciencia crítica. El libro trata de mostrar que en la fidelidad de Dios que crea por amor y acompaña el crecimiento humano encuentra la conciencia cristiana un esquema distinto y un motivo capaz de sostener la esperanza sin anular ni el esfuerzo de la libertad ni la ambigüedad de la historia. El último problema confronta la esperanza con la terrible experiencia del mal, que amenaza con reducirla a mera especulación o a simple proyección. En la dialéctica cruz-resurreción tiene la fe el fundamento insuperable de su respuesta; pero una deficiente articulación teórica ha convertido el mal en “roca del ateísmo”. Es precisa una nueva visión que, sin ambigüedades teóricas ni fideístas recursos al misterio, trate de mostrar que la esperanza cristiana puede mantener, hoy como ayer –y tal vez mejor que ayer-, el valor de su promesa.
ANDRÉS TORRES QUEIRUGA, profesor de Teología Fundamental en el Instituto Teológico Compostelano, y de Filosofía de la Religión en la Universidad de Santiago, es miembro de la Real Academia Gallega y Director de “Encrucillada. Revista Galega de Pensamento Cristián”. Autor de numerosos libros y artículos, ha publicado en esta misma colección: Creo en Dios Padre (5ª ed.: 1998), Recuperar la salvación (2ª ed.: 2001), Recuperar la creación (3ª ed.: 1998) y Fin del cristianismo premoderno (2001).