A veces, no sin cierto halo publicista, las Constituciones apostólicas han sido presentadas como el Derecho Canónico de la Iglesia del siglo IV. Se trata de una obra compuesta hacia el año 380 en la zona de Siria y que se alza sin duda como la obra más monumental entre los que se han dado en denominar «ordenamientos eclesiásticos» (Kirchenordnungen, Church Orders) de los primeros siglos de la Iglesia. El autor recopiló y reelaboró una considerable cantidad de materiales previos que permiten conocer la conducta de los cristianos (trabajo, lecturas, acicalamiento, baños, matrimonio…); la elección y consagración de los obispos, presbíteros y diáconos así como otros ministerios; la misión y el ejercicio de los mismos, la liturgia, la configuración de las reuniones cristianas y de sus lugares de culto; las disposiciones acerca de las viudas, los huérfanos, la limosna, las relaciones entre amo y siervo; el estatuto de las vírgenes, el honor debido a los mártires, la descripción de los cismas, las normas en torno al ayuno y los tiempos de oración; el texto de diversas oraciones usadas por los cristianos, las fiestas y solemnidades… La obra aparece como fruto de una reunión de los apóstoles, pero esto no se ha de ver como un mero procedimiento de falsificación con el fin de engañar a los lectores, sino como un recurso estilístico para expresar que el contenido responde al espíritu de los apóstoles o a la vida de la Iglesia que se construye sobre el fundamento de la apostolicidad. En suma, una manera de afirmar que los apóstoles habrían decidido lo mismo de haberse encontrado en las mismas circunstancias. Las Constituciones apostólicas se han comparado últimamente a los Talmudim, donde los rabinos compilaban diversas tradiciones legales, y se ha afirmado que son como el prólogo decisivo para el posterior desarrollo del derecho en la Iglesia. No obstante, nos encontramos todavía en una fase en la que el derecho (salvo en los 85 cánones de la última parte del libro VIII) se expresa mediante un lenguaje que recuerda más a las exhortaciones del predicador que al modo de hablar del jurista.
El libro de Job presenta el drama de un hombre justo que es consciente de no merecer las desgracias que sufre. Esta lucha honesta y sincera contra el mal y el silencio de Dios ha intrigado siempre a una gran variedad de lectores. El interés por el libro de Job, sin embargo, no fue grande en las primeras generaciones cristianas. El primer autor del que sabemos con certeza que hizo una interpretación sistemática del libro de Job es Orígenes, que escribió un ciclo de 22 homilías, si bien este texto nos ha llegado sólo parcialmente mediante las catenae. Un mayor interés, en cambio, surgió al final del siglo iv y comienzos del v, tanto en Oriente como en Occidente. Los textos que se encuentran en este volumen están tomados de comentarios sistemáticos al libro de Job. Entre los autores en lengua griega tenemos a Orígenes, Dídimo el Ciego, Juliano Arriano, Juan Crisóstomo, Hesiquio de Jerusalén y Olimpiodoro. Entre las fuentes latinas encontramos a Juliano de Eclana, Felipe el Presbítero y Gregorio Magno. Y entre las siríacas, a Efrén de Nisibi e Iso’dad de Merw.
El presente volumen ofrece las tres obras de Clemente de Alejandría (h. 150-215), que faltaban de editar en la presente Colección. Son tres obras que han sido consideradas por la tradición literaria como escritos menores del Alejandrino, pero que reflejan a la vez su personalidad cristiana y científica, de igual manera que lo hacen los otros escritos más importantes salidos de su pluma. A pesar de ello, en los últimos años las voces de los investigadores del autor paleocristiano no han dejado de proclamar que los Excerpta, las Eclogae y las Adumbrationes constituyen la cima literaria de nuestro Autor. El título del primer trabajo: Extractos de los escritos de Teódoto y de la llamada escuela oriental en el tiempo de Valentín, no identifica con exactitud el carácter variado de la obra, pues algunos comentarios son originarios de Teódoto, según el Alejandrino, otras explicaciones son del mismo Clemente y, finalmente, otras son atribuidas a los discípulos de Valentín, tanto de la escuela oriental como de la occidental. A pesar de la complejidad y carácter fragmentario que encierran los Extractos y que precisamente acentúan la oscuridad del texto, los fragmentos de Teódoto son de una importancia fundamental para el conocimiento de la gnosis valentiniana y su influencia en el pensamiento cristiano de la época. Las Éclogas son unas breves reflexiones bíblicas que a Clemente le sirven para explicar el progreso de la vida espiritual del fiel cristiano, desde el momento mismo de la recepción del bautismo hasta alcanzar la meta final. El interés científico de este escrito ocupa un lugar destacado en la historia de la doctrina cristiana, pues el teólogo puede contemplar los temas más importantes que discurren desde la protología hasta la escatología. El discurso al que se refiere la tercera obra de Clemente, que se traduce ¿Qué rico se salva?, es un comentario al conocido pasaje evangélico del joven rico, transmitido en Mc 10, 17-31. Tiene una importancia excepcional en la literatura patrística por ser pionero en enderezar un problema de múltiples resonancias morales, como era el de la posesión y el uso de las riquezas materiales. Clemente expone su juicio valorativo sobre la omnipotencia de Dios y la existencia de los bienes materiales, y cuál debe ser el comportamiento del cristiano frente a dichas realidades. En las obras que se han editado de Clemente de Alejandría en esta misma Colección, y cuyos textos se han puesto en manos de los lectores de habla castellana, el Alejandrino menciona otras obras salidas de su pluma de las que sólo se conocía el título. No obstante, algunas autoridades antiguas nos han transmitido diversos fragmentos de algunas de ellas. Estas fracciones literarias, junto con las descubiertas por los críticos modernos, son las que el presente volumen ofrece en último lugar bajo el título genérico de Fragmentos.
Sinopsis: El Pastor de Hermas es una obra enigmática y sugerente en la que se entrecruzan elementos apocalípticos, parenéticos, alegóricos y autobiográficos. Aunque tradicionalmente se ha recurrido al Pastor para ilustrar los orígenes de la penitencia segunda, es decir, la remisión de los pecados posteriores al bautismo, la obra interesa también por su eclesiología, sus intentos por expresar la trascendencia y misión del Hijo, y sus enseñanzas morales y espirituales.
El Pastor gozó de gran prestigio e influencia en los primeros siglos hasta el punto de ser considerado libro canónico, y diversos autores recogieron ampliamente la parte moral de la obra.
Sinopsis: La figura de Ticonio ha de entenderse a la luz del Cisma donatista con su pretensión de ser la verdadera Iglesia de Cristo que había permanecido firme en la persecución con una actitud martirial que los legitimaba como la Iglesia pura y santa, no comprometida con el pecado de los que durante la persecución habían entregado los Libros Sagrados. Con estos planteamientos pensaron que la verdadera Iglesia de Cristo había quedado reducida a la comunión configurada por los donatistas en el Norte de África.
En la segunda mitad del siglo IV, desde las filas mismas del Donatismo, se alzará la reflexión eclesiológica de Ticonio para mostrar que la existencia histórica de la Iglesia no se puede explicar sin la presencia del mal en ella, siendo uno de sus elementos constitutivos durante su caminar en el tiempo. Desde el seno del Donatismo surgía una crítica agudísima del mismo, de la que luego se serviría ampliamente san Agustín en la controversia antidonatista. El Obispo de Hipona lo consideraba un hombre dotado de agudísima inteligencia y palabra fácil, estudioso de la Escritura, que escribió de manera irrefutable contra los donatistas a favor de la Iglesia Católica, aunque nunca logró comprender cómo no se incorporó a la misma.
El Libro de las reglas de Ticonio ha sido caracterizado como «una de las más secretas bellezas durmientes de la época patrística». San Agustín de Hipona, que tanto debe al pensamiento de Ticonio, presentó las Reglas de Ticonio como llaves que permiten abrir los misterios de la Sagrada Escritura. Desde entonces ha sido habitual mostrar el Libro de las Reglas como el primer manual de exégesis que ofrecía una serie de reglas que, aplicadas sistemáticamente, buscaban eliminar las oscuridades de la Escritura. Pero no era ese el propósito de Ticonio. Las Reglas son más bien siete grandes principios de la Historia de la Salvación o, si se quiere, del actuar de Dios en la historia, que evidentemente tienen consecuencias hermenéuticas importantísimas.
De la notabilísima recepción de las Reglas de Ticonio son testigos, además de Agustín, Euquerio de Lyon, Casiano, Quodvultdeus, Juan el Diácono o Casiodoro y su círculo. Más aún, personajes como Isidoro de Sevilla o Beda ligaron a la posteridad epítomes de las Reglas, sobre las cuales se compusieron incluso unos hexámetros latinos con el fin de que pudieran ser fácilmente memorizadas. De esta manera, bien conocidas directamente, bien a través de alguna de estas mediaciones, las Reglas de Ticonio se han dejado sentir a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento en autores como Hincmaro, Godescalco, Pascasio Radberto, Hugo de San Víctor, Inocencio III, Nicolás de Lira o Erasmo, por citar algunos.
Llama la atención a propósito de Ticonio que, aun afirmando su afiliación al Donatismo o incluso su heterodoxia, aunque nadie sea capaz de probar esta última, no se haya dudado en acudir a su obra. Se le crítica y, a la vez, se le acoge con enorme favor.
Eusebio de Cesarea es el hombre que mejor supo captar, en su momento histórico (s. IV), el significado de los signos de su tiempo y dejar constancia de ello en sus numerosos escritos. Gracias a él se han conservado documentos y noticias de personas y de obras que, de otro modo, se habrían hundido irremediablemente en la noche del olvido. Por esa razón, su Historia eclesiástica se convierte, para todo investigador, en una extraordinaria fuente de fuentes no solo en el campo de la historia de la Iglesia, sino también en el de la historia de la doctrina y, sobre todo, en el ámbito de la historia de la literatura cristiana, incluida la canónica
El pensamiento de SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430), formulado al final de la Edad Antigua, atraviesa y configura la Edad Media; se vierte después en la Edad Moderna y llega hasta la Contemporánea por el flujo de una tradición en la que entran autores tan diversos como San Isidoro, San Anselmo, Santo Tomás, Lutero, Descartes, Pascal, Hegel y Wittgenstein —entre otros muchos—. Dentro de la enorme producción literaria del gran Obispo, sus veintidós libros de La Ciudad de Dios despliegan sus ideas fundamentales y permanecen como una de las obras de mayor relevancia a lo largo de los siglos. La presente edición abreviada de La Ciudad de Dios de San Agustín comienza con un estudio preliminar que encuadra en su contexto histórico este importante y extenso tratado del Doctor de la Gracia, y señala las pautas para identificar sus ejes y temas principales. A continuación, se ofrece una amplia, densa y representativa selección de los mejores pasajes de una obra que no sólo es síntesis de la doctrina agustiniana, sino también una de las más influyentes en la configuración de la identidad europea, en el desarrollo de la filosofía y la teología posteriores y en la historia occidental. Esta selección va acompañada de notas a pie de página que ayudan a comprender el sentido de los textos. Finalmente, la síntesis del contenido del magnus opus consigue dar una visión general de todos sus libros y capítulos, y sirve también para encuadrar la selección de textos en el conjunto de la obra.
¿Leer las Confesiones de san Agustín? Se viene haciendo por siglos. Es un éxito literario permanente. En este escrito, la celeridad "concuerda con el original", es decir, con el alma enamorada y fogosa de Agustín: "amaba amar y ser amado", "caí en los amores en que deseaba ser cogido", "mi amor es mi peso, por él soy llevado adondequiera que voy"...
Es el hilo universal, el fuego común el motivo de (casi) todo... Incluida la tragedia humano-divina de Agustín, llena de fuerza dramática. Un relato comprometido con la inteligencia, síntesis de su pensamiento primero y, a la vez, relato ameno. Se ofrece aquí el texto completo de la obra, en una nueva traducción, con indicaciones de estudio. Este trabajo serio y concienzudo va dirigido a toda persona interesada por las cumbres del pensamiento y la literatura.
La traducción y la edición anotada con los correspondientes anexos han corrido a cargo de Agustín Uña Juárez especialista en el estudio de San Agustín y actualmente profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.
Edición bilingüe promovida por la Orden de San Jerónimo. Introducción, texto latino, traducción, notas e índices de Manuel-Antonio Marcos Casquero y Mónica Marcos Celestino.
El presente volumen incluye los comentarios de san Jerónimo a cuatro epístolas de san Pablo: a los Gálatas, a los Efesios, a Tito y a Filemón. Supuestamente escritos en pocos meses a partir del verano del año 386, lo fueron a instancias de sus dos entrañables discípulas, Paula y Eustoquia, aunque hay también otros alicientes que explican el interés exegético de Jerónimo por los textos paulinos. Sin embargo, después de estos comentarios no volvió a dedicarle ninguna monografía al Apóstol
Un título quizás sorprendente. Y es que este libro nos introduce a una parte de nuestra historia cristiana que conocemos demasiado poco. La de aquellos escritores que, en los primeros tiempos de la Iglesia, fueron formulando lo que significaba la fe de Jesucristo: por eso los llamamos "padres", porque son los que iniciaron el camino. Pero, al mismo tiempo, también podemos llamarlos jóvenes, porque cuentan con todo el vigor de los inicios, todo el impulso que va dando forma y solidez al camino que comienza. Este libro, en definitiva, nos propone adentrarnos en un gran campo en el que vale la pena profundizar, para saber más quiénes somos y de dónde venimos. Joan Torra Bitlloch (Manresa, Barcelona, 1954), es sacerdote de la diócesis de Vic, licenciado en Teología y diplomado en Ciencias Patrísticas, y combina docencia en la Facultad de Teología de Cataluña y en otros centros de estudios teológicos, con la tarea pastoral, actualmente como párroco en Torelló (Barcelona).