La vocación es ante todo un acontecimiento personal. Por ser única e irrepetible, debe tenerse especial cuidado al teorizar sobre ella, pues se corre el peligro de «simplificarla y trivializarla».
La mejor forma de conocer el sentido de la llamada que el Señor dirige a una persona consiste en comprenderla a la luz de su Palabra. De hecho, la Palabra no solo nutre cada vocación, sino que es su territorio natural, como atestiguan las historias de Abrahán, Moisés, Samuel y Jeremías, en el Antiguo Testamento, o Jesús y sus discípulos, en el Nuevo.
Al contemplar la riqueza y variedad de las distintas vocaciones, el creyente tiene la posibilidad de discernir los elementos comunes y permanentes que caracterizan la llamada de Dios y de reconocerlos en su propia historia de salvación.
Para comprender y vivir la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia es preciso partir de una base antropológica que revele el exacto significado del cuerpo y de la sexualidad humana. Precisar dicha base es lo que pretende este trabajo, usando el rico y original magisterio del Papa Juan Pablo II.
Desde 1986, cuando ingresó en la entonces Comunidad Económica Europea, España ha obtenido beneficiosos provechos de las muchas ventajas que le ofrecía su nueva condición de miembro de pleno derecho. Los funcionarios españoles en las instituciones comunitarias han ocupado puestos clave y han dado sobradas muestras de conocer en profundidad el funcionamiento de los organismos supranacionales europeos. ¿Dónde podemos situar los orígenes de ese proceso? ¿Qué ha significado realmente Europa para España? ¿De qué forma la integración europea ha influido en la transición democrática española? Este libro trata de contestar a esas preguntas ofreciendo al lector un enfoque de larga duración. Su hipótesis de partida es que el europeismo español que caracterizó la década de los ochenta tuvo un origen estratificado, que no puede entenderse sin una reconstrucción del debate sobre Europa que se desarrolló a partir de los años cincuenta aún bajo la dictadura franquista. El libro recorre las distintas etapas de este debate a través de un análisis pormenorizado de las posiciones oficiales del régimen y de las que mantuvieron las principales asociaciones europeístas, tanto las impulsadas por el franquismo como las de la oposición. En último término, se trata de ver en qué medida las posiciones mantenidas por los distintos partidos políticos al comienzo de la transición democrática estaban influidas por la etapa anterior, hasta que el enganche al “tren europeo” permitió finalmente a España hacer suyo el modelo de relaciones políticas y sociales basadas en la negociación que los seis países fundadores de la CEE habían inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial.
Un ángel, ligeramente estrábico, es enviado a la tierra para redactar un informe sobre los seres huma-nos. Animal bípedo, autoconsciente, versátil, neuró-tico. Un ser muy complicado, el hombre. La complicación afecta a todas sus funciones. Piensa y ama y sufre complicadamente. Es un ciempiés con juanetes. Inventó el pleonasmo, la carrera de obstáculos, los botones de la bocamanga y las objeciones filosó-ficas a los sistemas filosóficos. Pero al autor del in-forme le ha impresionado especialmente la relación tan complicada que los humanos tienen con Dios. Algunos prefieren caminar hacia la vida eterna andando sobre zancos. Otros se esfuerzan en cons-truir una altísima escalera para llegar hasta Dios mientras éste, a su lado, pacientemente les va su-ministrando yeso y ladrillos. Son complicados en su orgullo, pero no menos en su humildad. ¿Y el famo-so progreso humano a través de los siglos? A de animal, B de Boston. Hoy como ayer, en vez de acercar el taburete al piano, siguen empeñados en arrastrar el piano hasta dónde está el taburete.
Señora nuestra. El misterio del hombre a la luz del misterio de María (1957) y Cristo vivo. Vida de Cristo y vida cristiana (1963) son dos obras de notable originalidad teológica y literaria. Las dos pertenecen a su juventud de escritor y las dos llevan la marca de la madurez con que José María Cabodevilla enriqueció su obra ya desde los inicios. Por si fuera poco, sus múltiples y generosas ediciones acreditan el favor que encontraron en el público. Agotadas hace mucho tiempo, ambas seguían contando con el aprecio de sus lectores habituales y siendo requeridas por muchos que nunca las tuvieron a su alcance. Unos y otros tienen de nuevo a mano dos obras clásicas de la espiritualidad del siglo XX salidas de la finísima pluma y de la agudeza mental de uno de los escritores más sutiles y más entregados a sus lectores de la pasada centuria.
Si la parábola del hijo pródigo es el «evangelio del evangelio», su resumen más elocuente, sin duda el padre que ahí se describe es la mejor descripción que el evangelio nos ha dado de Dios Padre. Se trata de un padre cuya misericordia excede no sólo la comprensión del hombre, sino también la fe del creyente. Porque es una misericordia asociada a algo más admirable que ella misma y sobre lo cual apenas se habla, algo que el simple concepto de misericordia no incluye: la alegría que Dios experimenta al perdonar a sus hijos, el hecho portentoso de que unas criaturas puedan afectar así al Creador. ¿Dios, impasible? No se es padre impunemente: el amor ha hecho vulnerable a Dios, lo ha hecho capaz de alegría y de sufrimiento, porque lo ha hecho extremadamente sensible al amor o desamor de sus hijos. En su larga y honda meditación, nada convencional por cierto, Cabodevilla ha contemplado detenidamente al padre de la parábola como imagen privilegiada de Dios Padre, una imagen que es no sólo la más reveladora y fidedigna de todo el evangelio, sino también la más asombrosa, la más desconcertante.