El nuevo libro de Judith Butler muestra cómo la ética de la no violencia debe conectarse con una lucha política más amplia por la igualdad social. Además, argumenta que la no violencia a menudo se malinterpreta como una práctica pasiva que emana de una región tranquila del alma, o como una relación ética individualista con las formas existentes de poder. Pero, de hecho, la no violencia es una posición ética que se encuentra en medio del campo político. Una forma agresiva de no violencia acepta que la hostilidad es parte de nuestra constitución psíquica, pero valora la ambivalencia como una forma de controlar la conversión de la agresión en violencia. Un desafío contemporáneo a una política de no violencia señala que existe una diferencia de opinión sobre lo que se considera violencia y no violencia. La distinción entre ellos puede movilizarse al servicio de la ratificación del monopolio estatal sobre la violencia.
Considerar la no violencia como un problema ético dentro de una filosofía política requiere una crítica del individualismo, así como una comprensión de las dimensiones psicosociales de la violencia. Butler recurre a Foucault, Fanon, Freud y Benjamin para considerar cómo la interdicción contra la violencia no incluye vidas consideradas desagradables. Al considerar cómo los «fantasmas raciales» informan las justificaciones de la violencia estatal y administrativa, Butler rastrea cómo la violencia a menudo se atribuye a aquellos que están más expuestos a sus efectos letales. La lucha por la no violencia se encuentra en los movimientos por la transformación social que reformulan la aflicción de las vidas a la luz de la igualdad social y cuyas afirmaciones éticas se derivan de una visión de la interdependencia de la vida como base de la igualdad social y política.
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Por lo general se cree que la mejor manera de ayudar a los pobres a salir de su miseria es permitir que los ricos sean aún más ricos. Si los que tienen más dinero pagan menos impuestos entonces todos estaremos mejor, un análisis que se concluye afirmando que la riqueza de unos pocos nos beneficia a todos. Sin embargo, estas creencias entran en flagrante contradicción con nuestra experiencia diaria, con el resultado de numerosas investigaciones y, por supuesto, con la lógica. Esta extraña discrepancia entre los hechos y las opiniones populares nos inducen a preguntarnos: ¿Por qué estas opiniones gozan de tanto predicamento y permanecen inalterables frente a las, cada vez mayores, pruebas de lo contrario?
Este libro es un intento de responder a esta cuestión. Bauman enumera y examina los supuestos tácitos y las convicciones irreflexivas en las cuales se fundamentan estas opiniones, y nos muestra que todas y cada una de ellas son falsas, fraudulentas y engañosas. No podrían sostenerse ni perdurar en el tiempo si no fuera por el papel que desempeñan a la hora de defender el actual e indefendible crecimiento de la desigualdad social y de la brecha entre la élite y el resto de la sociedad.
La filosofía no tiene por qué ser algo alejado del arte de vivir. Eso es lo que sugiere André Comte-Sponville en este libro, una obra maestra que no pretende dar lecciones de moral, sino ayudar a cada uno a convertirse en dueño de sí mismo, en su único juez. El objetivo es ser más humano, más fuerte, más bondadoso. El bien sólo existe en la pluralidad de las acciones buenas y de las buenas intenciones, designadas por la tradición con el nombre de “virtudes”. La virtud es nuestra forma de ser y de actuar humanamente, es decir, nuestra capacidad de actuar bien. Toda virtud es una cumbre entre dos vicios, la cresta de una montaña entre dos abismos: así, la valentía se halla entre la cobardía y la temeridad, la suavidad entre la cólera y la apatía. Y de este modo, desde la urbanidad hasta el amor.
Efectivamente, esta época nos depara demasiados ejemplos de las consecuencias de la falta de ética en las conductas de muchas personas con responsabilidades políticas y sociales. Y es preciso recordar que la ética “sirve”, entre otras cosas, para abaratar costes en dinero y sufrimiento en aquello que está en nuestras manos lograr, en aquello que sí depende de nosotros. Y también para aprender, entre otras muchas cosas, que es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio individual caiga quien caiga.
Ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética. Ni ningún país puede salir de la crisis si las conductas antiéticas de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad. Este libro nos recuerda que ahora, más que nunca, necesitamos la ética.