El camino de la vida sólo vio la luz en ruso en 1911, unos meses después de que Lev Tolstói falleciera en la estación ferroviaria de Astápovo. El libro, que había permanecido inédito en español, como un tesoro escondido, es la culminación de la obra moral del escritor y la expresión más completa de su pensamiento religioso: un destilado de máximas legadas por los sabios de todos los tiempos y de todas las tradiciones del mundo que le inspiraron sus propias reglas para el perfeccionamiento interior. Cada uno de los treinta y un capítulos que integran este volumen—uno por cada día del mes—conforman un singularísimo breviario espiritual destinado a «llevar una vida de bien» y contribuir así a la realización de una aspiración tan antigua como irrenunciable: la convivencia pacífica entre los individuos y los pueblos.
Homer Macauley trabaja como mensajero para una compañía de telégrafos y se convierte en testigo de la vida cotidiana de los habitantes de Ithaca, una pequeña población del valle de San Joaquin, en California, que ve como muchos de sus soldados, en plena Segunda Guerra Mundial, no regresan del frente. Cada telegrama que entrega es el nuevo anuncio de una nueva víctima, una ventana que se cierra en el entorno familiar del desaparecido y, a la vez, un paso más en su conocimiento del mundo y del comportamiento humano. La comedia humana es la más célebre de las novelas de Saroyan y, en ella, la vitalidad y la candidez dibujan un inolvidable alegato contra lo absurdo de todas las guerras.
Historia del año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración nazis (experiencia que el autor vivió en propia carne), “Sin destino” no es, sin embargo, ningún texto autobiográfico. Con la fría objetividad del entomólogo y desde una distancia irónica, Kertész nos muestra en su historia la hiriente realidad de los campos de exterminio en sus efectos más eficazmente perversos: aquellos que confunden justicia y humillación arbitraria, y la cotidianidad más inhumana con una forma aberrante de felicidad. Testigo desapasionado, “Sin destino” es, por encima de todo, gran literatura, y una de las mejores novelas del siglo XX, capaz de dejar una huella profunda e imperecedera en el lector.