Toda despedida es difícil, despedirse es algo que duele, pero no se puede evitar el dolor que produce la despedida, hay que hacerle frente. Sin embargo, en medio de la despedida, está la esperanza de volverse a ver.
En sus cartas, san Pablo invita en dos ocasiones a beber del Espíritu, a dejarse llenar por el Espíritu Santo hasta alcanzar la plenitud. El Espíritu que anima al cristiano, como persona individual y como miembro de la iglesia, le comunica un impulso de novedad que hace saltar por los aires los esquemas habituales, abre nuevos horizontes y mueve con entusiasmo a realizarlo.
Cristiano significa discípulo de Jesús, es decir, quien sigue su doctrina, sus valores, su espiritualidad, o sea, aquel que vive la vida de Jesús. El maestro no sólo educa, sino que también transmite su propio espíritu y su propia vida a los discípulos, los cuales están llamados a crecer en el seguimiento del Señor.
La adversidad es parte natural de nuestra vida. Sin embargo, la mayoría de nosotros no hemos aprendido a afrontar las pérdidas y los fracasos con tranquilidad y, mucho menos, desde una perspectiva positiva. Perder implica sufrimiento pero, aunque es difícil de entender, también implica crecimiento. Cuando aceptamos el dolor de la partida o cuando aceptamos la realidad del fracaso, empieza a aflorar en nosotros todo el potencial que llevamos dentro para enfrentar la adversidad. La esperanza es el motor que no nos deja enterrarnos con nuestro sufrimiento. Esto es lo que Paulo Daniel Acero, psicólogo experto en manejo de duelos y resolución de conflictos, plantea en su libro, el cual además de ser de gran ayuda para los dolientes es una herramienta indispensable para quienes trabajan en manejo de pérdidas y crisis.
Al saber que el Espíritu Santo actúa eficazmente y sin cansancio en quienes le abren la puerta de su libertad y se entregan dócilmente a su acción amorosa, debemos preguntarnos por qué su presencia en nuestra vida no ha sido más fructuosa, y ver lo que debemos hacer para que lo sea en adelante.