«El don de la vocación al presbiterado, sembrado por Dios en el corazón de algunos hombres, exige a la Iglesia proponer un serio camino de formación, como ha recordado el papa Francisco, con ocasión del discurso en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero (3 de octubre de 2014): “Se trata de custodiar y cultivar las vocaciones, para que den frutos maduros. Ellas son un ‘diamante en bruto’, que hay que trabajar con cuidado, paciencia y respeto a la conciencia de las personas, para que brillen en medio del pueblo de Dios”».
Este Documento Preparatorio propone una reflexión articulada en tres pasos. Se comienza delineando brevemente algunas dinámicas sociales y culturales del mundo en el que los jóvenes crecen y toman sus decisiones, para proponer una lectura de fe. Posteriormente se abordan los pasos fundamentales del proceso de discernimiento, que es el instrumento principal que la Iglesia desea ofrecer a los jóvenes para que descubran, a la luz de la fe, la propia vocación. Por último, se ponen de relieve los componentes fundamentales de una pastoral juvenil vocacional. Por lo tanto, no se trata de un documento completo, sino de una especie de mapa que pretende fomentar una investigación cuyos frutos sólo estarán disponibles al término del camino sinodal.
Después de haber reflexionado, en la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos de octubre de 2014, sobre «Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización», la XIV Asamblea Gene­ral Ordinaria, que tendrá lugar del 4 al 25 de octubre de 2015, tratará el tema de «La voca­ción y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo». El largo camino si­nodal se presenta, de este modo, marcado por tres momentos íntimamente vinculados entre sí: la escucha de los desafíos de la familia, el discernimiento de su vocación y la reflexión sobre su misión. Todo el pueblo de Dios ha sido implicado en el proceso de reflexión y profundización, también gracias a la guía semanal del Santo Padre, el cual, con sus catequesis sobre la fa­milia en las audiencias generales y en otras ocasiones, ha acompañado este camino común. El renovado interés por la familia, suscitado por el sínodo, ha sido confirmado por la amplia atención que se le ha conce­dido a la misma, no solo por parte de los ambientes eclesiales, sino también de la so­ciedad civil.
«Los fieles poseen un instinto hacia la verdad del Evangelio, que les permite reconocer y refrendar la auténtica doctrina cristiana y su práctica, así como rechazar aquello que es falso. Ese instinto sobrenatural, ligado intrínsecamente al don de la fe recibida en la comunión de la Iglesia, es denominado sensus fidei, y permite a los cristianos llevar a cabo su vocación profética» (n.2).
En su quinquenio de 2009-2014, la Comisión Teológica Internacional estudió la naturaleza del sensus fidei y su lugar en la vida de la Iglesia. Las discusiones generales sobre este asunto fueron mantenidas en numerosos encuentros de la subcomisión y durante las Sesiones Plenarias de la propia Comisión Teológica Internacional, que tuvieron lugar en Roma entre 2011 y 2014. El texto «Sensus fidei» en la vida de la Iglesia fue aprobado in forma specifica por la mayoría de los miembros de la comisión, por voto escrito, y fue posteriormente presentado a su presidente, cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que autorizó su publicación.
La Comisión Teológica Internacional (CTI) ha estu­diado distintos aspectos de la tarea teológica en tex­tos previos, de manera notable en: La unidad de la fe y el pluralismo teológico (1972), Magisterio y teología (1975) y La interpretación de los dogmas (1990). El presente texto pretende identificar los rasgos familiares distintivos de la teología católica. Considera perspectivas y principios básicos que caracterizan la teología católica, y ofrece criterios por medio de los cuales teologías múltiples y diver­sas pueden ser reconocidas, sin embargo, como auténticamente católicas y partícipes, por tanto, de la misión de la Iglesia católica, que es proclamar la buena nueva a personas de todas las naciones, tri­bus, pueblos y lenguas (cf. Mt 28,18-20; Gén 7,9)para reunirlos a todos, haciéndoles capaces de escuchar la voz del único Señor, en un solo rebaño con un solo pastor.
En las últimas décadas se ha hablado de la urgencia de la nueva evangelización. Teniendo presente que la evangelización constituye el horizonte ordinario de la actividad de la Iglesia y del anuncio del Evangelio ad gentes, la nueva evangelización está dirigida más bien a aquellos que se han alejado de la Iglesia en los países de antigua cristiandad. Este fenómeno, lamentablemente, existe con diversos matices también en los países donde la Buena Noticia ha sido anunciada en los últimos siglos, pero todavía no ha sido suficientemente acogida hasta transformar la vida personal, familiar y social de los cristianos. Por esta razón, Benedicto XVI ha decidido convocar la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana (del 7 al 28 de octubre de 2012). La asamblea sinodal tendrá como finalidad examinar la situación actual en las Iglesias particulares, para señalar, en comunión con el Papa, nuevos modos y expresiones de la Buena Noticia, que ha de ser trasmitida al hombre contemporáneo con renovado entusiasmo. Se trata de un desafío para extraer, como el escriba que se hizo discípulo del Reino, cosas nuevas y cosas viejas del precioso tesoro de la Tradición (cf. Mt 13,52).
La Comisión Teológica Internacional ofrece, en primer lugar (Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios), una reflexión teológica sobre la doctrina de la "imago Dei" para orientar la reflexión sobre el significado de la existencia humana, al tiempo que busca presentar una visión positiva de la persona humana dentro del universo ofrecida por este tema doctrinal que se ha vuelto a descubrir recientemente.
En un segundo lugar (En busca de una ética universal. Nueva perspectiva sobre la ley natural), la CTI trata de responder a cuestiones perennes acerca del bien y del mal, como cuáles son los valores morales objetivos capaces de unir a los hombres y de proporcionarles paz y bienestar, que hoy son más urgentes que nunca en cuanto que todos hemos tomado conciencia de que formamos parte de una única comunidad mundial.
Título original: Comunione e servizio. La persona umana creata a immagine di Dio; y A la recherche d´une éthique universelle. Nouveau regard sur la loi naturelle
Para los cristianos, la Sagrada Escritura es la fuente de la revelación, la base de su fe y también el punto de referencia de la moral. En la Biblia se pueden encontrar indicaciones y normas para obrar rectamente y para alcanzar la vida plena. Pero esta convicción tropieza con diversas dificultades, de orden teórico y práctico. Por ello, la Pontificia Comisión Bíblica afronta en este documento, en toda su complejidad, la correcta relación entre Biblia y moral, reflexionando sobre el valor y el significado del texto inspirado para la moral de nuestro tiempo.
Título original: Bibblia e morale. Radici bibliche dell´agire cristiano.
Esta nueva Instrucción, elaborada con el apoyo de la Pontificia Academia para la Vida y un gran número de expertos internacionales, quiere contribuir a la formación de las conciencias en cuestiones que no sólo interesan a médicos y legisladores, sino a toda persona que busca la verdad. Con respecto a documentos anteriores, afronta nuevos problemas relacionados con la vida y la procreación humana, contemplando también algunas nuevas propuestas terapéuticas que implican la manipulación del embrión o el patrimonio genético humano.
«La Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”; aquel que impulsa a “dar la vida por los propios amigos”: En efecto, Jesús “los amó hasta el extremo”: Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”: hasta el don de su cuerpo y de su sangre» (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 1).
"Fuimos salvados en esperanza" (Rom 8,24). A partir de esta idea paulina, S.S. Benedicto XVI ahonda, explica y anima a la esperanza cristiana, afrontando el momento presente y escudriñando el horizonte futuro, que trasciende los límites de este mundo. Fe, esperanza y redención son conceptos y realidades que se entrelazan en el desarrollo de la encíclica ofreciendo ricos e interesantes puntos de reflexión.
En la actual situación de relativismo cultural y de pluralismo religioso, el número de niños no bautizados aumenta de manera considerable. En esta situación se hace más urgente la reflexión sobre la posibilidad de salvación para estos niños. La Iglesia es consciente de que esta salvación se puede alcanzar únicamente en Cristo por medio del Espíritu. Pero no puede renunciar a reflexionar acerca del destino de todos los seres humanos creados a imagen de Dios y, de manera particular, de los más débiles y de aquellos que todavía no tienen el uso de la razón y de la libertad. Esta es la intención y el interés de este documento elaborado por la Comisión Teológica Internacional.
«Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vi-da. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orienta-ción decisiva [...] La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compen-dian el núcleo de su existencia: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (6,4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo [...] Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1).
La X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, una de las más complejas de la historia sinodal, se celebró durante los días 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001. El Papa asistió a todas las sesiones, en las que resultó llamativa, como pocas veces, la gran libertad de expresión que mostraron numerosos sinodales, especialmente los orientales, los religiosos y algunos sectores concretos. Dos años después, Juan Pablo II ofrece a la Iglesia esta nueva exhortación apostólica, Pastores gregis, en la que recoge los frutos del Sínodo, profundamente enraizados en las enseñanzas y directrices del Concilio Vaticano II.
El diaconado, tras prestar importantes servicios a la vida de las comunidades cristianas en tiempos de la Iglesia antigua, cayó en declive durante la Edad Media llegando al punto de desaparecer como ministerio permanente y quedando solo como momento de transición hacia el presbiterado y el episcopado. Después de su restauración como ministerio efectivo, puesto a disposición de las Iglesias particulares por el Concilio Vaticano II, se ha asistido a un proceso diferenciado de recepción, en el que se han planteado diversas cuestiones. La Comisión Teológica Internacional las ha abordado con el fin de esclarecerlas merced a un conocimiento mejor de las fuentes históricas y teológicas, así como de la vida actual de la Iglesia.
Texto original en francés publicado por La Documentation Catholique.
«Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42). La “fracción del pan” evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella» (Ecclesia de Eucharistia, 3).
Este Directorio tiene la finalidad de orientar y, en algunos casos, prevenir de abusos y desviaciones las diversas devociones que han ido surgiendo a lo largo de los siglos en el seno de la Iglesia. En este sentido, ofrece una serie de orientaciones para los ejercicios de piedad centradas en la historia, la teología y la liturgia, al tiempo que brinda sugerencias prácticas sobre el tiempo, el lugar, el lenguaje y otros elementos para armonizar las acciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.
Esta nueva carta apostólica de Juan Pablo II, en la que se proclama el año que va de octubre de 2002 a octubre de 2003 Año del Rosario, ofrece unas importantes reflexiones sobre el tradicional rezo del Rosario, oración contemplativa que, a través de la Virgen María, permite al orante cristiano ahondar en el misterio salvífico de Cristo: «El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología [...] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor», comenta el Papa al comienzo de la introducción. El documento aporta también la contemplación de un nuevo ciclo de cinco misterios que podrían llamarse «luminosos», y que, vinculados al jueves en el ciclo semanal, desgranan la vida pública de Jesús: su bautismo, su autorrevelación en las bodas de Caná, su anuncio del Reino de Dios, su transfiguración y la institución de la Eucaristía.
La carta apostólica Novo millennio ineunte, firmada por el papa Juan Pablo II el 6 de enero de 2001, con ocasión de la clausura de la Puerta Santa, es el documento conclusivo del Año Jubilar. Interpreta la exigencia de una Iglesia que, tras un año de intensa experiencia espiritual, se siente llamada a «ir mar adentro» ?según la orden que Jesús dio a Pedro (Lc 5, 4)? afrontando los desafíos del mundo.
La carta se articula en cuatro capítulos, con un hilo único conductor, Cristo: «El encuentro con Cristo, herencia del Gran Jubileo»; «Un rostro para contemplar»; «Caminar desde Cristo», y «Testigos del amor».
La Puerta Santa se cierra, pero queda más abierta que nunca la «puerta viva», Cristo Jesús, simbolizado en la Puerta Santa. La Iglesia, después del entusiasmo jubilar, no vuelve a una cotidianidad anodina. Por el contrario, le espera un nuevo impulso apostólico, animado y sostenido por la confianza en la presencia de Cristo y en la fuerza del Espíritu.
En la Bula de convocatoria del Año Santo del 2000, Incarnationis mysterium, Juan Pablo II señalaba, entre los signos «que oportunamente pueden servir para vivir con mayor intensidad la insigne gracia del jubileo», la purificación de la memoria. Esta purificación cabe entenderla como un proceso de liberación de la conciencia personal y común de todas las formas de resentimiento o de violencia que la herencia de culpas del pasado puede haber-nos dejado. ¿Cómo afrontar este reto? Mediante una valoración renovada, histórica y teológica, de los acontecimientos implicados que conduzca a un reconocimiento correspondiente de la culpa (si la hubo) y a un camino real de reconciliación.
A este fin, la Comisión Teológica Internacional ofrece ahora a toda la Iglesia el servicio del presente documento, fruto de intensos estudios y numerosos encuentros mantenidos entre 1998 y 1999. El texto resultante ha contado con la aprobación del Presidente de la Comisión y Precepto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, el cardenal J. Ratzinger.
«La conmemoración de ciertas fechas especialmente evocadoras del amor de Cristo por nosotros suscita en el ánimo la necesidad de "anunciar las maravillas de Dios", es decir, la necesidad de evangelizar. Así, el recuerdo de la reciente celebración de los quinientos años de la llegada del mensaje evangélico a América, y el cercano jubileo con que la Iglesia celebrará los 2.000 años de la Encarnación del Hijo de Dios, son ocasiones privilegiadas en las que, de manera espontánea, brota del corazón con más fuerza nuestra gratitud hacia el Señor. Consciente de la grandeza de estos dones recibidos, la Iglesia peregrina en América desea hacer partícipe de las riquezas de la fe y de la comunión en Cristo a toda la sociedad y a cada uno de los hombres y mujeres que habitan en el suelo americano».
Bajo esta perspectiva pastoral, el papa Juan Pablo II lanza, a través de la presente exhortación apostólica, un apasionado llamamiento a mantener viva la evangelización de América. Para ello repasa, con minucioso y profundo sentido analítico, las especiales condiciones de un continente en el que aún perviven complejas situaciones de injusticia social, de alarmante precariedad económica, y de relaciones étnicas y multiconfesionales que es preciso reconducir hacia un lugar común de encuentro.
«La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón «día del Señor» o domingo. Así pues, en este día los fieles deben reunirse para, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, resurrección y gloria del Señor y dar gracias a Dios, que los hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pe 1,3). Por consiguiente, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también un día de alegría y de liberación del trabajo. No debe anteponerse a ésta ninguna otra solemnidad, a no ser que sea realmente de gran importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico».
Con estas palabras remarcaba el Concilio Vaticano II (SC 106) la centralidad e importancia del domingo, como celebración gozosa de la resurrección del Señor. Ahora, el papa Juan Pablo II presenta a la comunidad cristiana una nueva carta apostólica, en la que se incide, una vez más, en el valor y grandeza de este día, destacando en él una quíntuple referencia celebrativa: la creación, el misterio redentor de Cristo y la donación del Espíritu Santo, la Iglesia, el hombre y el tiempo. Referencias todas ellas que hacen que la celebración se extienda al día entero, y no sólo al momento puntual del encuentro litúrgico.
La encíclica Fides et ratio se inserta en esa larga tradición que desde los Padres de la Iglesia, de Oriente y Occidente, ha visto entre la fe y la razón humana un entendimiento no sólo posible - sino necesario. La verdad es una y ambos caminos conducen a ella, contribuyendo a su conocimiento y difusión. La intención de esta Encíclica queda patente en este párrafo que forma parte de sus conclusiones:
«La Iglesia, al insistir sobre la importancia y las verdaderas dimensiones del pensamiento filosófico, promueve a la vez tanto la defensa de la dignidad del hombre como el anuncio del mensaje evangélico. Ante tales cometidos, lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia. En la perspectiva de estas profundas exigencias, inscritas por Dios en la naturaleza humana, se ve incluso más claro el significado humano y humanizador de la palabra de Dios. Gracias a la mediación de una filosofía que ha llegado a ser también verdadera sabiduría, el hombre contemporáneo llegará así a reconocer que será tanto más hombre cuanto, entregándose al Evangelio, más se abra a Cristo».
La presente exhortación apostólica recoge el fruto de los trabajos del Sínodo de 1994. Más allá de superficiales valoraciones de funcionalidad, propias de una cultura utilitarista y tecnocrática, la asamblea sinodal reafirmó la importancia de la vida religiosa como signo concreto de entrega radical a Dios y de la caridad que anima a la Iglesia en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero. Por eso, la Iglesia nunca podrá renunciar a la vida consagrada, porque esta vida expresa de manera elocuente su última esencia «esponsal». Estas páginas constituyen así un verdadero tratado de vida religiosa, estructurado en torno a tres ejes capitales: consagración, comunión y misión. En ellas renueva el Santo Padre las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que han sido punto de referencia luminoso para la reflexión del Sínodo; alienta a las personas consagradas a comprometerse con nuevo ímpetu, e ilumina al Pueblo de Dios para que se haga más consciente de la necesidad que tiene la Iglesia de una vida religiosa renovada y fortalecida.
La carta apostólica Tertio millennio adveniente, que la BAC se complace en ofrecer hoy a sus lectores, es un documento luminoso y lleno de esperanza en el que Juan Pablo II expone los hitos fundamentales del itinerario que la Iglesia tiene que seguir para preparar el gran jubileo del año 2000 y el espíritu con que ha de celebrarse. En estas páginas vuelca el Papa su profunda visión de la historia de la humanidad, atravesada por el río caudaloso de la Revelación, del Cristianismo y de la Iglesia. «El año 2000 nos invita a encontrarnos con renovada fidelidad y profunda comunión en las orillas de este gran río», y ha de ser para la Iglesia ocasión de fortalecer su fe, de buscar la unidad entre los cristianos, de ahondar el diálogo con las grandes religiones, de afrontar el desafío de la crisis de valores que sufre nuestro tiempo y de «hacerse voz de todos los pobres del mundo». Por encima de todo, el Papa anima a los cristianos a encaminarse a las puertas del nuevo milenio con una actitud de auténtica conversión y penitencia, de manera que, fieles a la acción del Espíritu, manifiesten al mundo el genuino rostro de Dios y preparen el advenimiento de una nueva primavera de la Iglesia.
El ecumenismo es una prioridad y un tema dominante en el ministerio de Juan Pablo II. Por esta razón, a nadie puede extrañar que, treinta años después del Concilio Vaticano II, quiera imprimir un nuevo impulso al diálogo ecuménico, con el deseo de que, en los umbrales del nuevo milenio, avancen los cristianos con paso decidido hacia la ansiada meta de la unidad. Por ello, el Santo Padre alienta con entusiasmo a crecer en la comunión, a reforzar el espíritu de fraternidad entre todos los cristianos y a intensificar el diálogo teológico. Sitúa la unidad en un claro contexto de fe, en la estela de la oración sacerdotal de Cristo, y la contempla desde la perspectiva del designio de Dios, que antes o después se realizará. A esta luz, la encíclica presenta un enfoque original. Considera que en nuestro siglo, a causa de las persecuciones sufridas por todas las Iglesias, «los cristianos tenemos un martirologio común». En todas las Iglesias ha habido mártires. Este hecho demuestra que, «si se puede morir por la fe, se puede alcanzar la meta cuando se trata de otras formas de aquella misma exigencia», es decir, de la exigencia de restaurar la plena unidad como expresión de la común fidelidad a Cristo.
Esta nueva encíclica de Juan Pablo II, la undécima de su Pontificado, quiere ser una confirmación precisa y firme de la grandeza y el valor inviolable de la vida humana y, al mismo tiempo, una acuciante llamada dirigida a todos los hombres abiertos sinceramente a la verdad y al bien para que respeten, defiendan, amen y sirvan a la vida, a toda vida humana. No sólo renueva y confirma solemnemente la doctrina católica sobre el aborto, sino que también aborda otras cuestiones directamente relacionadas con el valor sagrado y funda-mental de la vida del hombre, como la eutanasia, el homicidio, la pena de muerte, la guerra y las agresiones al medio ambiente. «El anuncio de este Evangelio de la vida ―dice el Papa en la introducción― es hoy particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e indefensa». El Papa dirige su más apremiante invitación a todos los miembros de la Iglesia ―pueblo de la vida y para la vida― «para que juntos podamos ofrecer a este mundo nuestro nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana».
La exhortación apostólica Ecclesia in Africa se ciñe al itinerario de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, que reflexionó en profundidad acerca del tema: «La Iglesia en África y su misión evangelizadora hasta el año 2000». Arranca del momento histórico en que se celebró el Sínodo y examina sus objetivos, preparación y desarrollo. Se detiene luego en la situación actual de la Iglesia en África, recordando las distintas fases del compromiso misionero. Afronta, además, los diferentes aspectos de la misión evangelizadora con que la Iglesia ha de contar en el momento presente: la evangelización, la inculturación, el diálogo, la justicia y la paz, los medios de comunicación social. A la luz de las urgencias y desafíos que interpelan a la Iglesia en África en el umbral del año 2000, la Exhortación delinea las tareas del testigo de Cristo en África, con la mira puesta en una contribución más eficaz a la edificación del Reino de Dios. El documento finaliza señalando los compromisos de la Iglesia en África como Iglesia misionera: una Iglesia de misión que llega a ser ella misma misionera.
La Carta a las familias de Juan Pablo II, escrita con motivo del «Año Internacional de la Familia», es un documento original: por sus destinatarios directos, sin intermediarios, las familias; por su estilo coloquial, como el de un Pastor que se dirige paternalmente a unas familias reunidas en su derredor. Es un canto, lleno de -lirismo religioso, al amor conyugal y al amor familiar.
La carta resume, con claridad y selectividad, y en tono predominantemente positivo y esperanzador, las enseñanzas fundamentales de los grandes documentos de este siglo sobre la familia: la constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II (P. II, cap. 3); la encíclica Humanae vitae, y la exhortación apostólica Familiaris consortio.
Parte del misterio trinitario como modelo originario de la familia. Se halla penetrada de sentido bíblico y refleja amplia experiencia pastoral, con alusiones claras, sin sentido polémico, pero con firmeza, a los grandes males que amenazan a la familia en el momento actual.
La familia es el primero y más importante de los caminos de la Iglesia, según la carta. El problema reside, en último término, en la fidelidad al proyecto de Dios sobre la familia; lo cual exige necesariamente la oración de la familia, por la familia y en la familia. La familia se presenta, en la carta, como el centro y el corazón de la «civilización del amor», anhelo de la Humanidad en esta encrucijada histórica que nos sitúa ante las puertas del tercer milenio de la era cristiana.
La encíclica Veritatis splendor constituye la «carta magna de la moral cristiana». En este documento, que marcará el pontificado de Juan Pablo II, el Magisterio de la Iglesia expone las bases fundamentales de la doctrina moral, sin entrar más que de pasada en temas concretos, pero con la perspectiva de los desafíos de la nueva evangelización y de los grandes problemas controvertidos, en la actualidad, sobre cuestiones morales: ley moral y libertad; conciencia y verdad; autonomía de la conciencia y Magisterio; existencia de normas universales negativas que obligan siempre y sin excepción; opción fundamental y moralidad de las conductas concretas.
La Iglesia aparece en este documento como Madre llena de comprensión y, también, como Maestra que enseña con claridad y firmeza lo que es bueno y lo que es malo. La encíclica tiene un profundo enfoque bíblico, cristocéntico y pneumatológico, e integra todas las exigencias de la ley natural en la Ley nueva del Evangelio de Jesucristo. Exigirá, sin duda, a muchos moralistas una seria reflexión sobre sus planteamientos fundamentales, y se puede prever que será signo de contradicción por la fidelidad y firmeza de su doctrina, en la que brilla el esplendor de la verdad.