«Por ello me parece que el tiempo no es otra cosa que una expansión: ¿de qué cosa? No lo sé, pero me asombraría que no fuera del espíritu mismo. Te suplico, Dios mío, ¿qué mido entonces cuando digo de forma poco precisa: ‘este tiempo es más largo que aquél’; o cuando digo de modo preciso: ‘éste es el doble de aquél’? Mido el tiempo, lo sé. Pero no mido el futuro, porque aún no es, ni mido el presente, porque no comprende ningún espacio temporal, tampoco mido el pasado, porque ya no es más. ¿Qué mido entonces? ¿Los tiempos que pasan, no los pasados? Así lo he dicho antes».
Las Confesiones de Agustín de Hipona (354-430) se ordenan en torno del proceso de conocimiento de sí mismo que lleva a preguntarse por la relación del hombre con Dios, el cual trasciende y determina la propia subjetividad. La meditación sobre el contraste entre tiempo humano y eternidad divina, emprendida en este libro XI, conduce al reconocimiento de la paradoja del ser del tiempo. Agustín concluye que el tiempo es la expansión del espíritu a través de la actividad conjunta de memoria, atención y expectación.
De Agustín de Hipona ha sido publicado en esta misma Editorial El maestro o Sobre el lenguaje (2003).
Sinopsis: El más célebre de los Padres de la Iglesia latina (354-430) nació en Tagaste, población de Numidia, en el norte de África. Su madre, Mónica, fervorosa cristiana, desarrolló en él el sentimiento religioso; pero sin llegar a administrarle el bautismo.
Cursó sus estudios en Tagaste, Madaura y Cartago. Durante los cuatro años de estancia en esta última ciudad se dejó arrastrar por el ambiente disoluto allí reinante, y de una relación ilícita tuvo un hijo a quien puso por nombre Adeodato.
Del año 373 al 386 tuvo lugar su evolución interior. Auque nunca fue un maniqueo convencido, aceptó los presupuestos del maniqueísmo. Se trasladó a Roma y el año 384 obtuvo la cátedra de retórica de Milán, donde la predicación de san Ambrosio lo fue disponiendo para su conversión. Recibió el bautismo el año 387, después de lo cual regresó a África y se dirigió a Hipona. El año 395 fue consagrado obispo de esta ciudad, donde desarrolló toda su actividad pastoral y literaria hasta la muerte.
La rica personalidad de san Agustín y su sorprendente fecundidad literaria han hecho de él una de las más grandes figuras del Occidente cristiano. Las Confesiones, su obra más célebre, no es sólo la confesión de sus pecados, sino también una profesión de fe, una alabanza a Dios y una acción de gracias por todo lo que Él ha obrado en su alma. Al mismo tiempo es una obra que contiene muchos otros aspectos de psicología, filosofía, teología, mística y poesía.
La obra se divide en dos partes: en la primera, libros I-IX, Agustín relata su vida y su evolución interior hasta su conversión y la muerte de su madre. La segunda parte, libros X-XIII, refleja el estado de su alma en el momento en que escribe y contiene profundas reflexiones sobre Dios, el tiempo y la creación.
Es difícil encontrar una obra, después de la Sagrada Escritura, que haya sido tan leída, citada y traducida. Con razón ocupa un lugar de honor entre los grandes clásicos de la literatura universal.