Dentro de la catequesis sobre el Credo, Juan Pablo II expone en 82 capítulos, quién es el Espíritu Santo, así como su acción en la Iglesia y en cada cristiano.
Una exposición profunda y rica de todos los misterios de nuestra fe siguiendo el Credo, realizada con un lenguaje inteligible para todo el pueblo cristiano. El cardenal Ricardo María Carles, destaca en el Prólogo que "durante dos milenios, generación tras generación, los cristianos han transmitido la fe y los bienes de la salvación, como una antorcha que pasa de mano en mano. Hoy esta transmisión se nos ha hecho particularmente ardua. Pero el Padre nos sigue dando su amor y su ternura; el Hijo sigue estando con nosotros hasta el fin del mundo; el Espíritu Santo sigue siendo nuestro Maestro interior para llevarnos al conocimiento cada vez más pleno de la verdad cristiana". En este tercer volumen sobre el Credo, que consta de ochenta y dos capítulos y un Apéndice sobre los dones del Espíritu Santo, Juan Pablo II centra sus enseñanzas sobre la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y su acción en la Iglesia y en la vida de cada cristiano. Se trata de un material de enorme valor para el estudio de la religión católica y para la meditación personal.
Recoge este libro los 23 capítulos iniciales de la teología del cuerpo de Juan Pablo II, centrados en la igualdad y la diferencia entre el varón y la mujer en la Sagrada Escritura.
En esta obra se recogen los discursos Juan Pablo II en veintitrés audiencias generales, abordando con detalle las grandes cuestiones que los hombres, y también los cristianos, de hoy se plantean acerca de la igualdad y la diferencia entre el varón y la mujer. Se trata de un pensamiento lleno de originalidad, basado en la Sagrada Escritura y en la antropología personalista, y que constituye uno de los pilares de las enseñanzas del Papa Juan Pablo II.
Se han recogido aquí las claves del pensamiento de Juan Pablo II, el papa más viajero de la historia, con la idea de proponer al lector que viaje también, pero hacia su interior, para que aprenda a amar a Dios y encuentre así la plenitud en su vida. Los textos reunidos se han dividido por temas de suma importancia en la vida de todo buen cristiano y nos ayudan a entender el pensamiento de este papa singular, pero sobre todo a tener fe en Cristo y en la Virgen María, a amar a los demás, a rezar de forma constante, a soportar el dolor, a tener caridad con los que sufren y a vivir en paz y armonía con nuestra familia y con los demás. Se pueden leer como un todo o de forma aislada porque cada capítulo, aunque breve, nos hace reflexionar en profundidad sobre el tema que trata.
Juan Pablo II ofrece estas enseñanzas para profundizar en nuestro diálogo constante con Dios, para que estemos más unidos a él, porque ése es el secreto de la felicidad. Debemos caminar al encuentro con Cristo porque Él es la solución a nuestros problemas.
Texto de la última encíclica ("Ecclesia de Eucharistia") publicada por Juan Pablo II. Cómo comprender mejor el misterio de la Eucaristía como centro de la Iglesia y centro y fuente de la vida cristiana
La X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, una de las más complejas de la historia sinodal, se celebró durante los días 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001. El Papa asistió a todas las sesiones, en las que resultó llamativa, como pocas veces, la gran libertad de expresión que mostraron numerosos sinodales, especialmente los orientales, los religiosos y algunos sectores concretos. Dos años después, Juan Pablo II ofrece a la Iglesia esta nueva exhortación apostólica, Pastores gregis, en la que recoge los frutos del Sínodo, profundamente enraizados en las enseñanzas y directrices del Concilio Vaticano II.
«Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42). La “fracción del pan” evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella» (Ecclesia de Eucharistia, 3).
Esta nueva carta apostólica de Juan Pablo II, en la que se proclama el año que va de octubre de 2002 a octubre de 2003 Año del Rosario, ofrece unas importantes reflexiones sobre el tradicional rezo del Rosario, oración contemplativa que, a través de la Virgen María, permite al orante cristiano ahondar en el misterio salvífico de Cristo: «El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología [...] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor», comenta el Papa al comienzo de la introducción. El documento aporta también la contemplación de un nuevo ciclo de cinco misterios que podrían llamarse «luminosos», y que, vinculados al jueves en el ciclo semanal, desgranan la vida pública de Jesús: su bautismo, su autorrevelación en las bodas de Caná, su anuncio del Reino de Dios, su transfiguración y la institución de la Eucaristía.
La carta apostólica Novo millennio ineunte, firmada por el papa Juan Pablo II el 6 de enero de 2001, con ocasión de la clausura de la Puerta Santa, es el documento conclusivo del Año Jubilar. Interpreta la exigencia de una Iglesia que, tras un año de intensa experiencia espiritual, se siente llamada a «ir mar adentro» ?según la orden que Jesús dio a Pedro (Lc 5, 4)? afrontando los desafíos del mundo.
La carta se articula en cuatro capítulos, con un hilo único conductor, Cristo: «El encuentro con Cristo, herencia del Gran Jubileo»; «Un rostro para contemplar»; «Caminar desde Cristo», y «Testigos del amor».
La Puerta Santa se cierra, pero queda más abierta que nunca la «puerta viva», Cristo Jesús, simbolizado en la Puerta Santa. La Iglesia, después del entusiasmo jubilar, no vuelve a una cotidianidad anodina. Por el contrario, le espera un nuevo impulso apostólico, animado y sostenido por la confianza en la presencia de Cristo y en la fuerza del Espíritu.
En la Bula de convocatoria del Año Santo del 2000, Incarnationis mysterium, Juan Pablo II señalaba, entre los signos «que oportunamente pueden servir para vivir con mayor intensidad la insigne gracia del jubileo», la purificación de la memoria. Esta purificación cabe entenderla como un proceso de liberación de la conciencia personal y común de todas las formas de resentimiento o de violencia que la herencia de culpas del pasado puede haber-nos dejado. ¿Cómo afrontar este reto? Mediante una valoración renovada, histórica y teológica, de los acontecimientos implicados que conduzca a un reconocimiento correspondiente de la culpa (si la hubo) y a un camino real de reconciliación.
A este fin, la Comisión Teológica Internacional ofrece ahora a toda la Iglesia el servicio del presente documento, fruto de intensos estudios y numerosos encuentros mantenidos entre 1998 y 1999. El texto resultante ha contado con la aprobación del Presidente de la Comisión y Precepto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, el cardenal J. Ratzinger.
Juan Pablo II sintetiza lo esencial del mensaje cristiano: en Jesucristo se da la plenitud del encuentro del hombre con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Juan Pablo II ha centrado sus catequesis, durante la celebración del gran jubileo de los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, en los temas capitales de la fe cristiana para impulsar la vitalidad de la Iglesia. En Jesucristo se da la plenitud del encuentro del hombre con Dios, y también el pleno descubrimiento de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
«La conmemoración de ciertas fechas especialmente evocadoras del amor de Cristo por nosotros suscita en el ánimo la necesidad de "anunciar las maravillas de Dios", es decir, la necesidad de evangelizar. Así, el recuerdo de la reciente celebración de los quinientos años de la llegada del mensaje evangélico a América, y el cercano jubileo con que la Iglesia celebrará los 2.000 años de la Encarnación del Hijo de Dios, son ocasiones privilegiadas en las que, de manera espontánea, brota del corazón con más fuerza nuestra gratitud hacia el Señor. Consciente de la grandeza de estos dones recibidos, la Iglesia peregrina en América desea hacer partícipe de las riquezas de la fe y de la comunión en Cristo a toda la sociedad y a cada uno de los hombres y mujeres que habitan en el suelo americano».
Bajo esta perspectiva pastoral, el papa Juan Pablo II lanza, a través de la presente exhortación apostólica, un apasionado llamamiento a mantener viva la evangelización de América. Para ello repasa, con minucioso y profundo sentido analítico, las especiales condiciones de un continente en el que aún perviven complejas situaciones de injusticia social, de alarmante precariedad económica, y de relaciones étnicas y multiconfesionales que es preciso reconducir hacia un lugar común de encuentro.