«El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia» (Juan Pablo II, 29.XI.1980). Por consiguiente, es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y las exigencias de la familia. Quienquiera que se comprometa con el mañana de forma realista y eficaz –subrayó con insistencia el beato Juan Pablo II, y recuerda con igual exigencia S.S. Benedicto XVI– ha de ser consciente de que la empresa más importante a llevar a cabo tiene por objeto la familia. La familia es mucho más que una unidad jurídica, social y económica. Hablar de familia es hablar de fe y de vida, de educación, de transmisión de valores y de tradiciones; es hablar de amor, de solidaridad, de acogimiento y compañía, de estabilidad personal y social; es hablar de una comunidad de generaciones, que comprende no solo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados.
¿Qué se entiende por «primeros cristianos»? ¿Cómo vivían su fe los primeros cristianos? ¿A qué se debió la intolerancia de los emperadores romanos con el cristianismo? ¿Por qué causaba admiración entre los paganos el amor que apreciaban entre los cristianos? ¿Por qué los mártires eran tan bien considerados en las comunidades cristianas primitivas? ¿Cómo celebraban los sacramentos de la iniciación cristiana? ¿En qué se basaba su esperanza en la vida eterna?
La Antropología Teológica es una materia extraordinariamente interesante, tanto para la sistematización de la teología, como para la evangelización. El Pontificado de Juan Pablo II ha supuesto una importante aportación y ha dejado planteado un reto: la importancia de la antropología cristiana en la evangelización, porque es una oferta de sentido para todos los hombres.
Este volumen quiere responder al reto de Juan Pablo II e intenta ofrecer una síntesis orgánica de la antropología cristiana, centrada en el designio divino para el hombre en Cristo y su realización en el misterio pascual. Se hace un esfuerzo por recoger lo que la teología cristiana ha elaborado a lo largo de los siglos. Por eso, este manual presta mucha atención a la teología patrística y a los exponentes principales del pensamiento cristiano antiguo y moderno. Los temas de la gracia son muy importantes de cara al diálogo ecuménico, con la teología protestante y ortodoxa; por eso se tratan con particular cuidado los capítulos sobre la divinización y la justificación. Además, se establece un diálogo con la cultura moderna, mostrando los contrastes con la oferta cristiana. Como quería Juan Pablo II, esa oferta es un camino de evangelización. Especialmente la idea cristiana sobre la verdad, la libertad y su sentido, la sexualidad humana y los ideales para la sociedad.
Tras el discurso eucarístico de Cafarnaúm, el apóstol Pedro dirigió a Jesús estas palabras: «Nosotros creemos y conocemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 69). La fe, en efecto, otorga ya un hondo conocimiento de la verdad revelada, pero al mismo tiempo mueve a querer saber más de ella, lo que se traduce en un deseo de conocer mejor la doctrina y la moral católicas, de captar asimismo con más intensidad las riquezas de la liturgia de la Iglesia y, en fin, de entrar más hondamente en la vida de oración. Creemos y conocemos, pero queremos profundizar más. Eso es lo que nos ofrece la lectura atenta y motivada –el estudio, en realidad– del Catecismo de la Iglesia Católica. Este libro está pensado, con ese propósito, para servir de ayuda a los lectores del Catecismo y a cuantos se ocupan de enseñarlo a los demás.
Este libro es continuación de otro ya publicado: Al hilo de un pontificado: el gran «sí» de Dios (Eunsa, 2010). También está compuesto de reflexiones breves, como cartas sobre la fe, como ventanas para mirar el horizonte de la vida cristiana, en el tiempo que a cada uno Dios nos concede. Por tanto, no estamos ante una antología de textos del Papa, ni un tratado sobre la teología de Benedicto XVI. Abrir las puertas a Dios y a los demás es un modo de hablar del amor a Dios y al prójimo, sustancia del mensaje bíblico y centro del cristianismo. Como tema principal de una sinfonía, resuena continuamente en las enseñanzas de este pontificado. «… El amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí». Ahora bien, «el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora» (encíclica Deus caritas est, 25-XII-2005, nn. 14 y 15).
Se expone de modo sintético el actual estado de la cuestión sobre el binomio evolución-creación, con peculiar atención a la reciente polémica del neodarwinismo con el influyente –y discutible– movimiento «Inteligent Design» (ID), y a las numerosas objeciones estrictamente científicas –no religiosas o bíblicas– de no pocos especialistas recientes de gran competencia científica –ajenos al ID– al transformismo metaespecífico, en especial al anticreacionista. Parece poco honesto ningunearlas, sin rebatirlas desde la ciencia y –lo que es peor– imponer la «hipótesis de la evolución» como un dogma cuasireligioso –versión moderna de la antigua gnosis– que niega la creación como un mito anticientífico.
Jesucristo invita a todos a la conversión y a la fe, y ha encomendado a la Iglesia la tarea de anunciar el Evangelio en el mundo. Hoy se observa, sin embargo, una confusión creciente que lleva a desatender y a dejar inoperante el mandato misionero del Señor (Mt 28, 19). Se piensa, en definitiva, que intentar convencer a otros en cuestiones religiosas es restringir su libertad. Este panorama cultural y religioso plantea numerosas cuestiones: ¿qué significa teológica, psicológica y socialmente la conversión? ¿Sigue teniendo sentido en nuestro tiempo invitar a la conversión, o no es más bien el intento de convencer a otros en cuestiones religiosas una falta de respeto a su libertad? Para responder a las cuestiones que despierta la conversión en cuanto fenómeno, y en cuanto categoría fundamental de la fe cristiana, el XXXI Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra convocó a teólogos y a expertos en diferentes áreas científicas para que ofrecieran el resultado de sus estudios en una perspectiva interdisciplinar. Esta perspectiva pone más fácilmente en relación los datos de la teología con los que ofrecen las ciencias humanas (filosofía, psicología, sociología, historia, etc.), y otros acercamientos actuales a la conversión religiosa desde las artes, el derecho o las ciencias experimentales como la neurociencia.
La figura de John H. Newman (1801-1890) ha saltado de nuevo a la atención de los cristianos y del gran público durante los últimos tiempos, especialmente en torno a la celebración del centenario de su muerte en el año 1990. El interés renovado por Newman y su significado en la Iglesia y la sociedad cristiana han alcanzado un punto culminante con motivo de su beatificación, declarada en Inglaterra por el Papa Benedicto XVI el 19 de septiembre del 2010. Newman es un clásico moderno. Es el converso del Anglicanismo más conocido del siglo XIX. Merece la pena descubrir, en un retrato biográfico, cómo sus poderes intelectuales y sus virtudes se aplicaban diariamente en las múltiples circunstancias y urgencias de la vida, y cómo sus talentos cristianos y humanos se desplegaban con sencillez y ardor en las relaciones con amigos y discípulos, que escuchaban sus palabras y leían sus libros. José Morales Marín, Doctor en Derecho y Teología, Profesor Emérito de Teología Dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Ha investigado en la vida y escritos del Cardenal Newman, sobre el que publicó varios libros, entre ellos: «John H. Newman. El camino hacia la fe católica», Eunsa (2ª) 1978; «Teología, Experiencia, Educación. Estudios Newmanianos», Pamplona, Eunsa, 1999.
Este libro es un intento de responder al interrogante que había lanzado T.S. Eliot: ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? Trata de un debate muy actual en el que muchos pretenden establecer una incompatibilidad entre la creencia en Dios –la Fe en lo sobrenatural– y la Ciencia. Para ello, se han seleccionado los grandes problemas que la Ciencia nos plantea en relación con la trascendencia, y se los ha considerado desde una perspectiva creyente. Como dice el autor, la Religión no es un instinto destructor como pretenden los «nuevos» ateos, ni una máquina para fabricar solidaridad social, impresa en el genoma humano como si se tratara de un gen específico, el gen de Dios. No es algo que hacemos los hombres. Su dimensión esencial es cosa de Dios. Al examinar las relaciones entre Ciencia y Religión, el autor se detiene en un examen detallado del problema del Mal en el mundo, que ha sido piedra de toque para la fe o la increencia de muchos científicos.
La misión del sacerdote se dirige a que toda la humanidad se convierta en Eucaristía, acción de gracias y alabanza, culto a Dios y caridad hacia el prójimo. El Papa actual ha aludido, en este contexto, a san Juan Crisóstomo cuando relaciona el sacramento del altar con el «sacramento del hermano» necesitado o del pobre, como dos aspectos del mismo misterio. El sacerdocio es como un don inmenso que pide humildad, caridad universal y servicio infatigable y generoso. No obstante, para hablar del sacerdote hay que hablar primero de Cristo, y luego –como ha señalado el Cardenal Walter Kasper– ante todo del sacerdocio común de los bautizados. El servicio de los sacerdotes a los cristianos y a todos los hombres, radica, según Benedicto XVI, en su pertenencia a Cristo: «Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación…». El sacerdote –escribía el entonces Cardenal Karol Wojtyla en un importante texto sobre la santidad sacerdotal– se encuentra, por así decirlo, en el centro mismo del misterio de Cristo, que abraza constantemente a toda la humanidad y al mundo, más aún a toda la creación visible e invisible.