La Suma Teológica es la obra más madura de Tomás de Aquino, y la más famosa de toda la teología medieval. Su autor subraya en ella las propiedades del ser (unidad, verdad, bondad y belleza), y la primacía de la libertad humana como marco de su pensamiento. Se selecciona en este pequeño volumen varios de sus mejores textos antropológicos, de gran influencia en la historia del pensamiento universal.
Tomás de Aquino (1224-1274) es considerado uno de los grandes filósofos y teólogos de todos los tiempos. Perteneció a la Orden de Predicadores, promovió la filosofía aristotélica y enseñó Teología en la Universidad de París. Es autor, en especial, de la Summa Theologiae y de la Summa contra gentiles. Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia católica.
El Tratado sobre la oración es una obra escrita en la época de madurez de Orígenes, y su contenido se ofrece como doctrina bien sazonada. El cuerpo del libro lo constituye una explicación científica del Padrenuestro, precedida y seguida de unas consideraciones generales sobre la oración ofrecidas con un acertado método expositivo. Es el primer libro de este género dentro de la literatura cristiana.
Orígenes (185-253) es sin duda el representante más preeminente de la escuela Alejandrina. Su vida tiene dos etapas bien definidas: en la primera ejerció como director de la escuela con sede en Alejandría, y predicaba las Escrituras siendo él seglar. Después de varios incidentes, abandonó Alejandría y se estableció en Cesarea de Palestina, donde inició su segunda etapa al frente de una escuela fundada y dirigida por él.
Rasgos característicos de Orígenes son su interés por el estudio de la Sagrada Escritura, que trasciende toda su obra, y su formación filosófica. Ese profundo conocimiento lo transmite a través de dos cauces: sus Homilias y sus Comentarios. Su producción literaria es tan variada como fecunda: se habla de más de 2.000 libros; pero la mayor parte no ha llegado hasta nosotros.
Este libro es un canto a la caridad, y una invitación para amar a Jesucristo, en humilde correspondencia al amor que Él nos ha mostrado y nos muestra con su Pasión, y al quedarse como alimento en la Eucaristía.
La mayor parte del libro está dedicada a exponer el íntimo sentido de las dotes de la caridad, que describe San Pablo, y con ese espíritu, el autor llama a amar a Cristo con todas sus consecuencias. Porque quien ama al Señor ama la mansedumbre; huye de la envidia y de la tibieza; es humilde y no se ensoberbece; no se apega a nada de lo creado y no ambiciona más que a Jesucristo; no se irrita contra el prójimo, y todo lo sufre por el Señor, especialmente la pobreza, las enfermedades y los desprecios. En suma, sólo quiere lo que quiere Cristo, cree cuanto Él ha dicho, y todo lo espera de Él.
Alfonso María de Ligorio nació en Marianella, junto a Nápoles, en 1696, en el seno de una familia de abolengo originaria de España. Cursó estudios de derecho, y ejerció con brillantez la abogacía hasta que, en 1723, sintió la llamada de Dios para el sacerdocio. Fue ordenado en 1726 y se consagró por entero a su tarea pastoral.
En 1732 fundó la Congregación Misionera del Santísimo Redentor (redentoristas), y más tarde fue nombrado obispo. Se desvivió por revitalizar la piedad sacerdotal y por cuidar la formación de los seminaristas, y promovió sin descanso el compromiso de los laicos con la fe. Murió en 1787.
Canonizado en 1839, fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1871.
Quien esté familiarizado con Chesterton sabrá que sus biografías no son nada convencionales. Es este caso, concluye la vida de santo Tomás en el capítulo 5, cuando todavía queda un tercio de la obra, cosa lógica si hay que debatir con nuestro propio tiempo. Estamos ante un libro de filosofía, de historia, de antropología, de sociología del conocimiento y de crítica cultural, además de una delicia intelectual. Bien se dijo de Chesterton que era un maestro de la paradoja, porque este es un libro sobre nuestro tiempo, tanto o más que sobre la Edad Media.
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) es considerado uno de los narradores más brillantes e ingeniosos de la literatura anglosajona. Crítico, novelista y poeta, trabajó como periodista y fundó su propio semanario, G. K’s Weekly. A su lucidez y habilidad con el lenguaje para crear relatos se suma su fina ironía y su agudo sentido del humor, que lo convierten en un maestro en el uso de la alegoría y de la paradoja. Se convierte al catolicismo en 1922, y escribe entonces las biografías de san Francisco de Asís y de santo Tomás de Aquino.
Egeria es una dama cristiana del siglo IV, viajera y escritora romana, parece que originaria de la provincia de Hispania y probablemente emparentada con el emperador Teodosio el Grande. De ascendencia noble, gozaba de una posición económica acomodada y de una cultura notable. Sus escritos revelan una profunda religiosidad y gozan también de un valor inestimable por su antigüedad, su frescura y su contribución a la arqueología.
En el año 378 inicia una peregrinación a los Santos Lugares, y anota en sus escritos tanto las peripecias del viaje como la descripción de las ceremonias litúrgicas a las que asiste durante su expedición. Este volumen incluye solo la crónica viajera. Egeria sigue las huellas de Moisés, a dieciséis siglos de distancia de lo narrado en el libro del Éxodo. Recorre Egipto, Palestina y Mesopotamia, y también Asia Menor y Constantinopla. Sin pretensión literaria, ayuda al lector a conocer mejor la cuna de la cultura judeocristiana.
Jeremías, el profeta de las lamentaciones, profetizó por cuatro décadas bajo el reinado de los últimos cinco reyes de Judá –de 627 a 587 a.C.–. Su misión: una llamada a la penitencia. Jeremías fue muy poco citado entre los Padres Apostólicos, pero muchos autores posteriores le prestaron, en cambio, bastante atención, incluyendo a Orígenes, Teodoreto de Ciro y Jerónimo, que escribió comentarios personalizados a Jeremías, y Cirilo de Alejandría y Efrén el Sirio, que compiló catenae.
Justino e Ireneo usaron a Jeremías para distinguir entre cristianos y judíos. Atanasio lo usó para los debates trinitarios. Cirilo de Jerusalén, Ireneo, Basilio el Grande y Clemente de Alejandría recurrieron a Jeremías para las exhortaciones sobre ética.
Las Lamentaciones, como se puede suponer, fueron enseguida asociadas con pérdidas y muerte. Destaca en este sentido La oración para el funeral de Melecio de Gregorio de Nisa. Por extensión los Padres vieron las Lamentaciones como una descripción de los retos que afrontan los cristianos en un mundo caído.
Los lectores encontrarán a algunos autores antiguos traducidos aquí por primera vez. A través de ellos obtendrá conocimiento y coraje en la vida de la fe tal como era vista por los ojos de estos veteranos pastores.
Beda es el erudito más significativo de la alta Edad Media, el más profundo conocedor del latín y el griego, la filosofía y la teología, la historia y las matemáticas de su tiempo, finales del s. VII y primera mitad del VIII. Fue un monje que dedicó su vida a rezar, estudiar y enseñar de palabra y por escrito a generaciones de jóvenes en un rincón apartado de la actual Escocia, que, en buena parte gracias a su trabajo, se convirtió en un centro de cultura que contribuiría –como tantos otros en toda Europa– a afianzar la fe cristiana y a salvaguardar de la ciencia greco-latina. En ese monasterio murió el 25 de mayo de 735, víspera de la Ascensión del Señor, cuatro años después de la edición de su obra más famosa: la historia eclesiástica de Inglaterra. Fue proclamado doctor admirabilis por el concilio de Aquisgrán en 836 y el papa León XIII le concedió ese título para la Iglesia universal en 1899.
El gran cuerpo de sus copiosas publicaciones abarca temas histórico-biográficos, didáctico-científicos, poético-literarios y exegéticos.
Entre estas últimas destacan los dos libros de Homilías sobre los Evangelios, cincuenta en total, en las que expone con un estilo claro, sobrio y sincero el sentido literal y alegórico de pasajes tomados de esos cuatro libros sagrados. La actualidad de muchos de sus comentarios se refleja en el hecho de que algunos de sus pasajes siguen utilizándose en la liturgia de las Horas.
La presente traducción es la primera edición íntegra en castellano, y se publica en dos volúmenes debido a su extensión.
Edición bilingüe preparada por Juan Antonio Gil-Tamayo.
Cecilio Cipriano Tascio (comienzos del s. III – 14 de septiembre del 258) se convirtió al cristianismo en edad madura y pronto llegó a ser Obispo de Cartago. Durante un decenio guió con firmeza y autoridad la Igle­sia africana en un periodo de grave crisis, mar­cado por las persecuciones, la peste y los cismas, dando muestras de una gran personalidad cris­tiana y unas dotes admirables de pastor cercano y atento a las necesidades de los fieles. Toda su producción literaria deriva directamente de su celo y actividad pastoral, respondiendo a los problemas y situaciones que afectaban a la co­munidad cristiana africana. Su misión fue co­ronada con la palma del martirio, algo que contribuyó a confirmar y extender su fama más allá de los confines africanos y de su tiempo, hasta constituir una figura ideal de obispo y mártir, considerado por muchos como el mayor teólogo de la «Iglesia» antes del siglo IV, y que representa uno de los testimonios más claros e importantes de la doctrina sobre la communio eclesial y sus implicaciones.
Juan Antonio Gil-Tamayo es profesor de Patrología e Historia de la Iglesia Antigua en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Doctor en Teología y Licenciado en Filosofía y Letras (Filosofía), realizó también el bienio de especialización en teología y ciencias patrísticas en el Instituto Patrístico «Augustinianum» de Roma. Ha centrado su campo de investigación en los estudios patrísticos en el ámbito latino.
Beda es el erudito más significativo de la alta Edad Media, el más profundo conocedor del latín y el griego, la filosofía y la teología, la historia y las matemáticas de su tiempo, finales del s. VII y primera mitad del VIII.El gran cuerpo de sus copiosas publicaciones abarca temas histórico-biográficos, didáctico-científicos, poético-literarios y exegéticos. Entre estas últimas destacan los dos libros de Homilías sobre los Evangelios, cincuenta en total, en las que expone con un estilo claro, sobrio y sincero el sentido literal y alegórico de pasajes tomados de esos cuatro libros sagrados. La actualidad de muchos de sus comentarios se refleja en el hecho de que algunos de sus pasajes siguen utilizándose en la liturgia de las Horas. La presente traducción es la primera edición íntegra en castellano, y se publica en dos volúmenes debido a su extensión.
El gran San Ambrosio ha escrito un pequeño libro ... Se llama “Nabot”. Nos hará bien leerlo en este tiempo de Cuaresma. Es muy bello, es muy concreto. Papa Francisco (Cuaresma 2016)
En las tres obras que presentamos en este volumen y que componen una verdadera trilogía, Ambrosio se ocupa de personajes en sí dispares del Antiguo Testamento: un profeta, un propietario de la ciudad de Jezrael y un israelita piadoso del norte de Palestina.
Se trata de figuras que vivieron en épocas diferentes de la historia del pueblo judío –entre los siglos ix-viii a. C.–, es decir la última época de la monarquía y la deportación a Babilonia.
Todas ellas, sin embargo, tienen en común que sus historias han alcanzado un grado tal de ejemplaridad, que las convierte en un verdadero paradigma de comportamiento.
No tiene, por tanto, nada de extraño que el autor se haya fijado en ellas para abordar abiertamente la situación en la que vive una sociedad ya cristiana pero flagelada por los vicios de todos los tiempos.
A través de ellas, el santo obispo expresa sus preocupaciones pastorales, al zaherir en tonos duros y hasta dramáticos dos de los pecados capitales que entonces –como en todas las épocas de la historia– causaban estragos, también entre los cristianos milaneses de finales del s. iv: la lujuria en el amplio sentido de la palabra (Elías) y la avaricia (Nabot), que se refleja, entre otros desmanes, en la usura (Tobías).
No se puede afirmar, sin embargo, que estos textos sean puramente recriminatorios y se propongan simplemente mostrar los horrores de esos vicios; a la vez, presentan el atractivo de las virtudes opuestas.
Algo análogo ocurre con los otros dos, en los que, sin que se haya traducido en el título, se ensalza la virtud de la pobreza, el desprendimiento de los bienes de esta tierra, la magnanimidad hacia los menesterosos y sobre todo la generosidad y misericordia divinas, que se vuelcan sobre aquellos que saben ejercitarse en esas actitudes en el trato con sus semejantes.
Estas obras se traducen ahora por primera vez en lengua castellana.
Traducción y notas de Manuel Andrés Seoane (Libros VII, VIII, XI y XII), Jesús-M.ª Nieto Ibáñez (Libros IX y X), M.ª José Martín Velasco y M.ª José García Blanco (Libros XIII, XIV y XV e índices).
Eusebio de Cesarea, una de las mayores personalidades de su época, compuso esta obra en un momento (h. 312) en el que el cristianismo, tras ser reconocido como religión oficial, debe utilizar argumentos más sutiles que los ya caducos empleados por la apologética tradicional, sin pasar simplemente de la defensa al ataque. Ante la acusación de falta de cultura e inteligencia de los cristianos, Eusebio responde con la sabiduría de la Escritura, y ante la traición e infidelidad de la religión pagana tradicional, el autor cristiano pone de manifiesto los errores y escándalos de la misma. Nos hallamos, pues, ante una obra monumental, cuyos principales argumentos son el interés pedagógico por exponer la enseñanza evangélica, así como el deseo de mostrar y justificar, de un modo racional, el mensaje cristiano y defenderlo de los ataques externos.