Jeremías, el profeta de las lamentaciones, profetizó por cuatro décadas bajo el reinado de los últimos cinco reyes de Judá –de 627 a 587 a.C.–. Su misión: una llamada a la penitencia. Jeremías fue muy poco citado entre los Padres Apostólicos, pero muchos autores posteriores le prestaron, en cambio, bastante atención, incluyendo a Orígenes, Teodoreto de Ciro y Jerónimo, que escribió comentarios personalizados a Jeremías, y Cirilo de Alejandría y Efrén el Sirio, que compiló catenae.
Justino e Ireneo usaron a Jeremías para distinguir entre cristianos y judíos. Atanasio lo usó para los debates trinitarios. Cirilo de Jerusalén, Ireneo, Basilio el Grande y Clemente de Alejandría recurrieron a Jeremías para las exhortaciones sobre ética.
Las Lamentaciones, como se puede suponer, fueron enseguida asociadas con pérdidas y muerte. Destaca en este sentido La oración para el funeral de Melecio de Gregorio de Nisa. Por extensión los Padres vieron las Lamentaciones como una descripción de los retos que afrontan los cristianos en un mundo caído.
Los lectores encontrarán a algunos autores antiguos traducidos aquí por primera vez. A través de ellos obtendrá conocimiento y coraje en la vida de la fe tal como era vista por los ojos de estos veteranos pastores.
Los dos libros que se incluyen en este volumen no aparecen en la Biblia hebrea, aunque sí en la Septuaginta y en la Vulgata. Por ello son catalogados como «deuterocanónicos». Como se podrá ver por los comentarios incluidos en estas páginas, salvo escasos escritores eclesiásticos de los siglos iii-v, la Iglesia Católica los ha considerado inspirados por Dios y dentro del canon bíblico, como lo definió el Concilio Ecuménico de Trento (1546) y lo ratificó el Vaticano I (1870). En los tres primeros siglos cristianos, los escritores citan el libro de la Sabiduría como inspirado por Dios. En los siglos siguientes, a excepción de algunos, como san Atanasio, san Jerónimo, san Epifanio o san Juan Damasceno, por ejemplo, consideraban la Sabiduría como libro apto para la edificación de los fieles, pero no para probar los dogmas, y también como canónico. Así, san Agustín defendió su inspiración frente a los semipelagianos. Estos titubeos afectaron a muchos comentaristas patrísticos, que no se fijaron con detenimiento en este libro. A pesar de ello, el lector contemporáneo puede encontrar en estas páginas las interpretaciones más importantes de las distintas regiones cristianas de la Antigüedad. También las dudas sobre la inspiración del texto de Sirac, o libro del Eclesiástico, y sobre todo al carácter primordialmente moral de su contenido, pusieron en un segundo lugar los comentarios de los exegetas cristianos de los primeros siglos. De esta manera encontramos el primer comentario completo sobre este libro a finales del siglo viii, de manos de Rábano Mauro. No obstante, sus exhortaciones a la práctica de la virtud fueron objeto de muchos sermones y exhortaciones patrísticas. Un ejemplo de este interés de la exégesis primera son las glosas paradigmáticas de los autores orientales y occidentales del cristianismo antiguo que recuerdan las páginas del presente volumen.
Los libros de Ezequiel y Daniel tienen una gran riqueza de imágenes, muchas de las cuales serán usadas después por el Nuevo Testamento. Especialmente en el Apocalipsis aparecen ecos de Ezequiel: sus palabras de desolación y promesas de esperanza, la visión de un nuevo templo y el profeta que come los pergaminos. Daniel tiene una gran importancia porque aporta terminología e imágenes para las descripciones que Jesús de Nazaret hace de sí mismo, como «Hijo del Hombre», una frase que también encontramos en Ezequiel y que Juan emplea repetidamente cuando describe las figuras glorificadas de sus visiones en la isla de Patmos. Las cuatro bestias de Daniel encuentran sus equivalentes en el león, el buey, el hombre y el águila de Ezequiel y del Apocalipsis. No hay que sorprenderse de que estos libros, a pesar de las dificultades que albergaba su interpretación, tuvieran gran influencia en el imaginario de la Iglesia primitiva. En el comentario a Ezequiel se citan más de cuarenta Padres de la Iglesia, algunos de los cuales han sido traducidos aquí al castellano por primera vez; pero el puesto de honor se lo llevan cuatro obras: las homilías de Orígenes y Gregorio Magno y los comentarios de Jerónimo y Teodoreto de Ciro, que crean puentes entre Este y Oeste, Norte y Sur. Una variedad semejante de Padres la encontramos también en los comentarios a Daniel. Tenemos una extensa colección de textos, escritos por Teodoreto de Ciro, Hipólito, Jerónimo e Iso?dad de Merv, que nos enriquecen por su amplitud de miras, al igual que se ofrecen valiosos comentarios de Efrén de Nisibi y Juan Crisóstomo, entre otros.
El libro del Antiguo Testamento que se cita con más frecuencia en el Nuevo es, sin lugar a dudas, Isaías, y particularmente los capítulos 40-66, en los que el uso de la metáfora es incesante.
Según la interpretación de los principales Padres de la Iglesia, el mensaje de estos capítulos es sobre todo soteriológico más que cristológico, es decir, más centrado en el proceso de la salvación que en la identidad del Salvador.
Se trata, pues, de un mensaje que nos introduce en una comprensión más profunda sobre el juicio de Dios y la salvación.
Por otra parte, podemos decir que Isaías 40-66 es lo más cercano a una teología sistemática que se puede encontrar en el Antiguo Testamento.
Los escritos que se presentan en este volumen nos ofrecen una gran variedad de estilos y enfoques teológicos, que van desde los comentarios de Teodoreto de Ciro a Eusebio, Procopio, Cirilo de Alejandría, Jerónimo y Agustín.
Los lectores tienen a su disposición, por tanto, una amplia selección de textos, algunos de los cuales se traducen por primera vez al castellano.
Con este segundo volumen sobre el evangelio de Juan, se completan los volumenes correspondientes a los cuatro evangelios de la Biblia Comentada por los Padres de las Iglesia.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros está el imperio, y lleva por nombre: Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz» (Is 9, 5).
Para los Padres de la Iglesia la profecía de Isaías no era un compendio de historia judía o de teología, sino el anuncio de la venida del Mesías, que se cumplió en la vida y ministerio de Jesús de Nazaret. Y por ello las palabras del profeta eran una rica fuente de reflexión teológica referida a su Señor, y una ayuda vital en su defensa contra las objeciones de los judíos, los cuales negaban que Jesús fuese el Mesías prometido.
La interpretación del ministerio de Jesús a la luz de la profecía de Isaías no era una innovación teológica de los Padres, sino más bien una continuación del camino trazado por los escritores del Nuevo Testamento y por el mismo Jesús.
Entre los comentarios continuos citados en este volumen están los de Eusebio de Cesarea, Jerónimo, Cirilo de Alejandría y Teodoreto de Ciro, así como uno atribuido a Basilio de Cesarea. Juan Crisóstomo predicó una serie de homilías sobre Isaías, la mayoría de las cuales están dedicadas a los ocho primeros capítulos, si bien es verdad que Crisóstomo cita frecuentemente a Isaías en numerosas homilías y en otros libros. Agustín de Hipona, Gregorio el Grande y Beda el Venerable citan con frecuencia pasajes de Isaías 1-39, igual que hicieron otros Padres para defender la fe cristiana de las críticas judías.
Aquí encontrarán los lectores textos pertenecientes a Padres orientales y occidentales, que van desde el siglo primero al octavo, algunos de los cuales se traducen al castellano por primera vez. Este tesoro contiene suficientes riquezas para iluminar la mente y encender el corazón.
Los Padres de la Iglesia estaban convencidos de que los tres libros del Antiguo Testamento conocidos como Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares habían sido escritos por Salomón; en la actualidad, sin embargo, la mayoría de los exegetas rechazan esta tesis. Desde el punto de vista de los Santos Padres, la más elevada sabiduría acerca de los temas fundamentales de la vida –antes del tiempo en que Dios se hizo hombre en Jesucristo– se encontraba en estos libros. Y al igual que hicieron en el resto del Antiguo Testamento, también en estos escritos detectaron fácilmente prefiguraciones y alusiones referentes a Cristo y a su Iglesia, que mostraban la importancia de la Palabra de Dios para los cristianos de su tiempo. Entre todos los comentarios al Eclesiastés que han llegado hasta nosotros, destacan por su profundidad las ocho homilías de Gregorio de Nisa, aunque cubren sólo los tres primeros capítulos del libro. Junto a Gregorio, los Padres más citados en este volumen son Agustín, Ambrosio, Gregorio el Grande, Orígenes, Juan Casiano, Juan Crisóstomo, Atanasio, Beda el Venerable y Jerónimo. Por otra parte, encontramos también un amplio número de autores, entre ellos Gregorio Nacianceno, Basilio el Grande y Cirilo de Jerusalén, cuyos textos también están citados en este volumen, si bien en menor número que los anteriores.
Sinopsis: El Apocalipsis de Juan –con sus llamativas imágenes, que nos transportan a la cena de las bodas del Cordero, a la destrucción cósmica del mal y a la formación de un cielo nuevo y una tierra nueva– fue muy leído en la Iglesia primitiva, si bien se interpretaba de varias maneras. La interpretación del libro iba desde la perspectiva milenarista de Victorino de Petovio a la interpretación más simbólica de Ticonio, que consideraba el Apocalipsis en el sentido del tiempo universal y unitario de la Iglesia. El Libro de las reglas –que Agustín admiraba profundamente, con sus siete principios de interpretación– tuvo una gran influencia no sólo en la interpretación de los primeros siglos, sino en toda la exégesis medieval. Desde el principio el Génesis fue aceptado más fácilmente en Occidente que en Oriente. Los más antiguos comentarios al Apocalipsis en griego se remontan al de Ecumenio, del siglo vi, al que pronto siguió el de Andrés de Cesarea. De todas formas, los primitivos padres de Oriente mencionaron el Apocalipsis también en obras que no eran comentarios. En este volumen encontramos un gran número de textos tomados de los dos comentarios en griego mencionados anteriormente: el de Ecumenio y el de Andrés de Cesarea, que representan la interpretación oriental. Asimismo, otros seis Padres aportan la interpretación occidental: Victorino de Petovio, Ticonio, Primasio, Cesáreo de Arlés, Apringio de Beja y Beda el Venerable. Hemos tratado de presentar un contexto adecuado para que los lectores puedan captar más fácilmente el modo creativo en que los Santos Padres usaban la Escritura, así como su perspectiva teológica y su interés pastoral. Un buen número de textos se han traducido por primera vez al castellano.
El libro de Job presenta el drama de un hombre justo que es consciente de no merecer las desgracias que sufre. Esta lucha honesta y sincera contra el mal y el silencio de Dios ha intrigado siempre a una gran variedad de lectores. El interés por el libro de Job, sin embargo, no fue grande en las primeras generaciones cristianas. El primer autor del que sabemos con certeza que hizo una interpretación sistemática del libro de Job es Orígenes, que escribió un ciclo de 22 homilías, si bien este texto nos ha llegado sólo parcialmente mediante las catenae. Un mayor interés, en cambio, surgió al final del siglo iv y comienzos del v, tanto en Oriente como en Occidente. Los textos que se encuentran en este volumen están tomados de comentarios sistemáticos al libro de Job. Entre los autores en lengua griega tenemos a Orígenes, Dídimo el Ciego, Juliano Arriano, Juan Crisóstomo, Hesiquio de Jerusalén y Olimpiodoro. Entre las fuentes latinas encontramos a Juliano de Eclana, Felipe el Presbítero y Gregorio Magno. Y entre las siríacas, a Efrén de Nisibi e Iso’dad de Merw.
Sinopsis: La historia de la entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida, así como el período de los Jueces y de la monarquía quizá no parezca un relato adecuado para exponer la fe cristiana a los lectores de hoy. Los Santos Padres, sin embargo, encontraron enseguida paralelos o prefiguraciones que iluminaban el Nuevo Testamento. Una conexión obvia era la semejanza de nombre entre Josué, el sucesor de Moisés, y Jesús, pues en griego ambos nombres son idénticos. Por tanto, Josué se interpretó continuamente como una prefiguración de Cristo. Y lo mismo podemos decir de Samuel. David fue considerado como un predecesor de Jesús y enseguida se estudiaron los paralelismos en la vida de los dos. Y Rut, de la misma manera, fue considerada como prototipo de la Iglesia. Una de las fuentes más importantes de comentarios a estos libros son las homilías de Orígenes, que han llegado hasta nosotros a través de las traducciones latinas de Rufino y Jerónimo. En cuanto a comentarios continuos solamente existen dos: el de Gregorio Nacianceno, uno de los famosos teólogos capadocios, y el de Beda el Venerable. Otra fuente de comentarios que aparecen en este volumen se encuentra en obras que están compuestas en forma de preguntas y respuestas, como por ejemplo Cuestiones sobre el Heptateuco de san Agustín y Treinta cuestiones sobre 1 Samuel de Beda. El resto de textos procede de una gran variedad de escritos, de carácter pastoral y doctrinal, que mencionan textos bíblicos para apoyar los argumentos.
Sinopsis: La carta a los Hebreos posee una forma y un contenido que la diferencian netamente del resto del epistolario paulino. Presenta, entre otros temas, una elevada cristología y una profunda comprensión de Jesucristo como Sumo Sacerdote. Las Homilías sobre la carta a los Hebreos, de Juan Crisóstomo, de las cuales se han seleccionado numerosos textos, sirven como hilo conductor de este volumen por varias razones: constituyen el primer comentario completo sobre dicha carta que ha llegado hasta nosotros; han ejercido una gran influencia en comentarios posteriores, ya sea en Oriente como en Occidente; y poseen una elocuencia indiscutible reconocida a lo largo de los siglos. Igual que en otros volúmenes de esta colección, los textos seleccionados proceden de una gran variedad de autores, ya sea desde el punto de vista geográfico como cronológico, pues van desde Justino Mártir y Clemente de Roma, de finales del siglo I y comienzos del II, hasta Beda el Venerable, Isaac de Nínive, Focio y Juan Damasceno, de los siglos VIII y XIX. La tradición alejandrina está bien representada por Clemente de Alejandría, Orígenes, Atanasio, Dídimo y Cirilo de Alejandría, mientras que la tradición antioquena se pone de relieve en autores como Efrén de Nisibi, Teodoro de Mopsuestia, Severiano de Gábala y Teodoreto de Ciro. Los Santos Padres occidentales están presentes en textos de Ambrosio, Casiodoro y Agustín, y los orientales, en comentarios de Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Eusebio, Cirilo de Jerusalén y Jerónimo.
"Y comenzando por Moisés y por todos los profetas [Jesús] les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él" (Lc 24,27).
Los Padres de la Iglesia indagaron a fondo en el Antiguo Testamento en busca de mensajes proféticos referidos al Mesías, y descubrieron que pocos libros bíblicos contienen tantas referencias mesiánicas como los Doce Profetas, también llamados los Profetas Menores no por la menor importancia de sus escritos, sino por la brevedad de los mismos.
Animados por el ejemplo de los escritores del Nuevo Testamento, los Santos Padres hallaron numerosos paralelismos entre los evangelios y los libros proféticos. Entre los acontecimientos profetizados encontraron no sólo la natividad, la huida a Egipto, la pasión y resurrección de Cristo, y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, sino también la traición de Judas, el temblor de tierra en la muerte de Jesús y el velo del Templo rasgado. Cada detalle asume así un enorme significado para la doctrina cristiana, como en el caso del bautismo, la Eucaristía y la relación entre la Antigua y Nueva Alianza, entre otros.
En estas páginas encontramos textos -algunos de los cuales se traducen al castellano por primera vez- de más de 30 Padres de la Iglesia, que van de Clemente de Roma, Justino Mártir e Ireneo de Lyón (siglos I-II) a Gregorio el Grande, Braulio de Zaragoza y Beda el Venerable (siglos VI-VIII). Desde el punto de vista geográfico las fuentes se extienden desde los grandes Capadocios -Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa-, Juan Crisóstomo, Efrén de Siria e Hipólito en Oriente, hasta Ambrosio, Agustín, Cipriano y Tertuliano en Occidente, además de Orígenes, Cirilo y Pacomio en Egipto.
Este volumen constituye, pues, un tesoro del que se pueden extraer riquezas antiguas y nuevas, para una mejor comprensión de la sabiduría de los Santos Padres.
El Evangelio de Mateo destaca como uno de los textos bíblicos preferidos por los Padres de la Iglesia a la hora de estudiar y proclamar la Palabra de Dios.
La tradición de comentarios patrísticos sobre Mateo comienza a mediados del siglo tercero con el que lleva a cabo Orígenes.
En el occidente de lengua latina, donde los comentarios no aparecieron hasta aproximadamente un siglo más tarde, el primer comentario sobre Mateo lo escribió Hilario de Poitiers a mediados del siglo cuarto.
Desde entonces, el primer Evangelio se convirtió en uno de los textos más frecuentemente comentados por los Santos Padres. Entre ellos sobresale el comentario de Jerónimo, en cuatro libros, y el Opus imperfectum in Matthaeum, obra muy valiosa, aunque anónima e incompleta. Se conservan también fragmentos de catenas griegas, que se derivan de comentarios realizados por Teodoro de Heraclea, Apolinar de Laodicea, Teodoro de Mopsuestia y Cirilo de Alejandría.
Las antiguas homilías también ofrecen extensos comentarios sobre el primer Evangelio. Destacan entre ellas las noventa homilías de Juan Crisóstomo y las cincuenta y nueve de Cromacio de Aquileia. Además, existe un buen número de homilías dominicales y de días festivos compuestas por grandes figuras, como Agustín y Gregorio Magno, entre otros.
Esta rica abundancia de comentarios patrísticos, muchos de los cuales presentamos aquí traducidos al castellano por primera vez, nos ofrece un generoso y variado alimento sobre la antigua interpretación del primer Evangelio.
Los Padres de la Iglesia consideraban que los evangelios no se debían emplear, primariamente, para el análisis y estudio personal; por ello se leían y se explicaban dentro de la liturgia de la comunidad cristiana. Los textos evangélicos servían para orientar y corregir pastoralmente a los que se habían comprometido a seguir el camino de Jesús. Si bien los evangelios de Mateo y Juan eran, en general, los preferidos por los Santos Padres, cuando llegaba el tiempo de Navidad, Pascua y otras fiestas importantes, el que más se utilizaba era el de Lucas, debido a la narración que contiene sobre la infancia de Jesús, y a otros pasajes que solamente se encuentran en este evangelio.
Durante el periodo patrístico primitivo, la tradición de la lectura continuada (lectio continua) de los evangelios se desarrolló de tal manera que en un ciclo de tiempo determinado se leía, en secciones, un Evangelio completo, y se explicaban estas lecturas con homilías durante la liturgia diaria o semanal.
De entre las homilías que se han conservado, este volumen recoge textos de Orígenes y Cirilo de Alejandría. Pero aparte de las homilías, poseemos tratados teológicos, cartas pastorales y catequesis diversas en las cuales los Padres también afrontaron distintos temas exegéticos. Al igual que en otros volúmenes de esta colección, los lectores encontrarán escritos que van del siglo primero al octavo, pertenecientes a Padres de Oriente y Occcidente. Entre los más célebres podemos citar a Ambrosio, Atanasio, Agustín, los Capadocios, Juan Crisóstomo, Juan Damasceno y Beda el Venerable; y entre los menos concocidos a Juan Casiano, Filoxeno de Mabbug y Teofilacto.
Este volumen nos ofrece tesoros de sabiduría antigua -algunos de los cuales se traducen por primera vez al castellano-, que permiten a los Santos Padres hablar con agudeza y convicción a la Iglesia de hoy.
En los capítulos 12-50 del Génesis se narra la historia de los patriarcas Abrahán, Isaac, Jacob y José. Para explicar el significado espiritual de los relatos patriarcales, los Santos Padres acudieron a las cartas de Pablo, a los discursos de Pedro y Esteban en los Hechos de los Apóstoles y al autor de la Carta a los Hebreos. Ellos fueron sus principales maestros, aunque se puedan encontrar en el Nuevo Testamento otras alusiones a la historia de los patriarcas. La escuela de Alejandría, en particular, siguió el uso alegórico de Pablo acerca de la historia de Sara y Agar en la interpretación de los relatos del Génesis. Por su parte, la escuela de Antioquía evitó la interpretación alegórica pero se propuso encontrar aplicaciones morales en los primitivos relatos. Para todos ellos aquellos acontecimientos indicaban las promesas de los tiempos futuros, la nueva era revelada en la resurrección de Jesús.
Entre los principales comentaristas de lengua griega incluidos en este volumen se encuentran Orígenes, Dídimo el Ciego, Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría. En cuanto a los de lengua latina, podemos citar a Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, Cesáreo de Arlés y Beda el Venerable. Efrén Sirio es el autor más citado de lengua siríaca, mientras que la Catena sobre el Génesis, del siglo V, nos proporciona textos de Eusebio de Cesarea, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Epifanio de Salamina, Ireneo de Lión, Eusebio de Emesa, Severiano de Gábala y Teodoro de Mopsuestia entre otros.
Con una gran diversidad en cuanto a matices y modos de expresarse, los Padres citados nos proporcionan una gran riqueza de antigua sabiduría. Estos textos, muchos de los cuales se traducen por primera vez al castellano, podrán ser estímulo para la mente y alimento para el alma de la Iglesia actual.
El Evangelio de Mateo destaca como uno de los textos bíblicos preferidos por los Padres de la Iglesia a la hora de estudiar y proclamar la Palabra de Dios.
La tradición de comentarios patrísticos sobre Mateo comienza a mediados del siglo tercero con el que lleva a cabo Orígenes. En el occidente de lengua latina, donde los comentarios no aparecieron hasta aproximadamente un siglo más tarde, el primer comentario sobre Mateo lo escribió Hilario de Poitiers a mediados del siglo cuarto.
Desde entonces, el primer Evangelio se convirtió en uno de los textos más frecuentemente comentados por los Santos Padres. Entre ellos sobresale el comentario de Jerónimo, en cuatro libros, y el Opus imperfectum in Matthaeum, obra muy valiosa, aunque anónima e incompleta. Se conservan también fragmentos de catenas griegas, que se derivan de comentarios realizados por Teodoro de Heraclea, Apolinar de Laodicea, Teodoro de Mopsuestia y Cirilo de Alejandría.
Las antiguas homilías también ofrecen extensos comentarios sobre el primer Evangelio. Destacan entre ellas las noventa homilías de Juan Crisóstomo y las cincuenta y nueve de Cromacio de Aquileia. Además, existe un buen número de homilías dominicales y de días festivos compuestas por grandes figuras, como Agustín y Gregorio Magno, entre otros.
Esta rica abundancia de comentarios patrísticos, muchos de los cuales presentamos aquí traducidos al castellano por primera vez, nos ofrece un generoso y variado alimento sobre la antigua interpretación del primer Evangelio.
Se trata del primer volumen de La Biblia patristica que incluye la presentación, prólogo e introducción general a toda la colección.
Los primeros capítulos del Génesis han ejercido en el desarollo de la teología cristiana una influencia mayor que cualquier otra partedel Antiguo Testamento. El rico mosaico que se nos muestra en torno a la creación del mundo y del hombre resultó fascinante para aquellos ilustres pensadores que fueron los Padres de la Iglesia. Aquí hallaron los primeros hilos con que tejer una teología de la creación, de la caída del hombre y de su redención.
El relato de los seis días de la creación atrajo especialmente el interés de los Padres, que dio como fruto los famosos comentarios llamados Hexámeron. Entre ellos los más conocidos son los de Basilio de Cesarea y Ambrosio, aunque también encontramos estos escritos en cinco obras de san Agustín y en otros autores. Por otra parte, los versículos referentes a la creación del hombre "a imagen y semejanza de Dios" quizás sean la parte del Antiguo Testamento más comentada por los Padres, que también reflexionaron, siguiendo al apóstol Pablo, sobre el profundo significado de Adán como arquetipo de Cristo, el nuevo Adán.
Al igual que en los otros volúmenes de la colección los comentarios que aparecen en este libro cubren un espacio temporal y geográfico que va del siglo primero al octavo y de Oriente a Occidente, y pertenecen a Padres de lengua griega, latina y siríaca. En muchos casos estos textos se traducen al castellano por primera vez.
Estos escritos constituyen un tesoro de sabiduría antigua que nos hará comprender mejor por qué los Padres son un punto de referencia fundamental e indispensable para la fe cristiana, pues, como ya decía san Agustín, ellos fueron, después de los apóstoles, los sembradores, los regadores, los constructores, los pastores y los alimentadores de la Iglesia, la cual pudo crecer por su acción vigilante e incansable.
Desde sus comienzos la Iglesia siempre ha tenido una Biblia: las Escrituras judías. Pero los cristianos no leyeron estas Escrituras del mismo modo que los judíos. Ellos las leían a la luz de lo que Dios había realizado en Jesucristo. Así, las Escrituras judías se convirtieron para los lectores cristianos en el Antiguo Testamento.
Los comentarios que los Padres de la Iglesia hacen del Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio constituyen un claro testimonio de esa nueva forma de leer estos textos. Uno de los primeros intérpretes, cuyas obras se conservan, es Orígenes, quien, prácticamente por sí sólo, aseguró al Antiguo Testamento un lugar permanente dentro de la Iglesia cristiana mediante sus reflexiones y extensos comentarios. Su homilía veintisiete acerca del libro de los Números es particularmente digna de tenerse en cuenta por su interpretación de las cuarenta y dos estaciones de los israelitas, en su travesía del desierto, como las cuarenta y dos etapas del crecimiento en la vida espiritual.
Entre los autores de lengua griega, el presente volumen se centra ampliamente en Juan Crisóstomo, Clemente de Alejandría, Basilio de Cesaréa, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Cirilo de Alejandría, Teodoreto de Ciro y Juan Damasceno. Respecto a los Padres latinos, recogemos abundantes textos de Agustín, Ambrosio, Jerónimo, Paterio, Cesáreo de Arlés, Casiodoro e Isidoro de Sevilla. Como representantes de la lengua siríaca aparecen Efrén y Afraates. Otros muchos intérpretes de cada grupo están también aquí presentes.
Ciertos pasajes de las Cartas de san Pablo a los Colosenses, a los Tesalonicenses, a Timoteo, a Tito y a Filemón cobraron una importancia decisiva en los debates doctrinales y morales de la Iglesia, aunque los comentarios patrísticos no sean tan extensos como los referidos a las cartas mayores. Sobre todo en controversias con los gnósticos y los arrianos no hay texto cristológico más comentado que el contenido en Col 1, 15-20, donde se proclama que Jesús es "la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación". En otros textos que salpican las cartas pastorales, los Santos Padres hallaron un gran apoyo para fundamentar la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo, lo mismo que para poner de manifiesto la unión total de la humanidad y la divinidad en el único Redentor, "el único mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre" (1 Tm 2, 5). Los primeros comentaristas cristianos también vieron en estas cartas, cuya autoría paulina se dio por sentada, importantes doctrinas éticas y morales, a la vez que cualidades expresas que requieren en los candidatos al ministerio sacerdotal.
Fundamental entre los comentaristas orientales y ampliamente tratado a lo largo de este volumen es Juan Crisótomo, elogiado por su intuición pastoral y por su sagaz y generosa empatía con el apóstol Pablo. Otros comentaristas griegos, cuya obra citamos son: Teodoreto de Ciro, Teodoro de Mopsuestia, Severiano de Gábala, Ignacio de Antioquía, Justino Mártir, Ireneo de Lyón, Clemente de Alejandría, Atanasio, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa. Entre los comentaristas occidentales destaca Agustín, junto al cual aparecen las obras del Ambrosiáster, Pelagio, Jerónimo, Hipólito, Tertuliano, Novaciano, Cipriano de Cartago, Hilario de Poitiers y Ambrosio entre otros. De especial interés por su intuición y devoción son igualmente las obras de Afraates, Efrén el Sirio, Isaac de Nínive y Filoxeno de Mabburg.
Sinopsis: Las Cartas Católicas se centran en la fe ortodoxa y en la moral, razón por la cual los Padres acudieron a ellas con frecuencia, como medio para defenderse del creciente desafío que representaban los herejes. Esta circunstancia dotó a las presentes Cartas de gran valor e influencia en las diversas situaciones que se vivieron en los siglos cuarto y quinto.
Sobre todo, los Santos Padres hallaron en ellas un manual para el progreso espiritual, y una fuente de consejos y sólidas enseñanzas acerca de las diversas virtudes con las cuales podemos derrotar a los poderes del mal.
Existen alusiones a estas Cartas que se remontan a los tiempos de Ireneo y Tertuliano, si bien el primer comentario escrito pertenece a Clemente de Alejandría. El siguiente comentarista importante de lengua griega fue Dídimo el Ciego, aunque su texto íntegro tan sólo existe en traducción latina. Muchos de los comentarios de los primeros siglos han llegado hasta nosotros a través de las catenae latinas, o textos en cadena, es decir comentarios recopilados de una serie de fuentes, que un autor posterior encadenó juntos, con un estilo muy parecido al de nuestra Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Entre los comentaristas latinos de estas Cartas el puesto de honor debemos reservarlo para Beda el Venerable.
Los textos del presente volumen nos ofrecen un tesoro de sabiduría, que permite a los Santos Padres hablar con elocuencia y agudeza a la Iglesia de hoy.
Las cartas de Pablo a los Gálatas, Efesios y Filipenses han dejado una huella imborrable en la tradición y piedad cristianas. Las doctrinas sobre Cristo, la salvación y la Iglesia ocupan un lugar central en estas cartas, y también el misterio de la Trinidad encuentra una referencia muy significativa en la alabanza que el Apóstol dirige a Dios, quien está "sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4,6).
Para los Santos Padres -que poseían una insaciable curiosidad respecto al misterio de Dios- estas cartas constituian una fuente de profundos conocimientos, raramente captados hoy en día.
Las Cartas de Pablo a la Iglesia en Corinto han dejado su impronta en la Sagrada Escritura de una forma que supera todo lo previsible. Los temas pastorales de aquella comunidad cristiana del siglo primero destacan de manera relevante.
¿Cómo podía configurarse con identidad propia aquella comunidad en una ciudad "llena de oradores y filósofos" y que "se enorgullecía... sobre todo de su gran riqueza", como afirma el Crisóstomo? ¿Cómo iba a mantenerse la unidad de la Iglesia en un ambiente donode algunos fieles destacados, tergiversando la verdad y los principios de la moral en beneficio propio, dividían el Cuerpo de Cristo? He aquí un desafío para el apóstol Pablo. Los Padres se maravillan ante sus escritos y comentan la sabiduría pastoral del apóstol de los gentiles.
Entre los comentaristas de este volumen sobresale Juan Crisóstomo, que dedica setenta y siete homilías a las dos Cartas a los Corintios: un verdadero tesoro de exposición y aplicación pastoral. Los escritos de Dídimo el Ciego y Severiano de Gábala aportan muestrs de la exégesis griega, tanto de la tradición alejandrina como de la antioquena. La obra de Teodoro de Mopsuestia siempre ha sido muy estimada en la Iglesia, así como los comentarios de Teodoreto de Ciro. Debemos reservar un puesto de honor al Ambrosiáster. Su excelente comentario a las dos Cartas a los Corintios no está traducido todavía al castellano, y por ello se incluye con mayor amplitud en el presente volumen.
Estos comentarios de los Padres ofrecen un alimento espiritual e intelectual a cuantos desean leer de nuevo a Pablo, con corazón y mente abiertos. En ellos encontramos la sabiduría paulina de la cruz, como herencia fecunda para una auténtica interpretación de la vida cristiana.
La Iglesia primitiva valoró el Evangelio de Marcos por considerarlo como la auténtica buena nueva narrada por el apóstol Pedro. Pero la antigua Iglesia de los Padres comentó muy rara vez dicha narración.
Este breve y vivaz evangelio, tan apreciado por los lectores de hoy en día, quedó encubierto en la mente de los Padres por la magnitud de los Evangelios de Mateo y Juan.
Sin embargo en nuestros días se han recuperado numerosos comentarios intercalados en medio de diversos textos patrísticos de homilías, cartas, comentarios, tratados e himnos teológicos.
Las reflexiones de Agustín de Hipona y Clemente de Alejandría, de Efrén de Nisibi y Cirilo de Jerusalén se unen en este Comentario para formar una polifonía de voces exegéticas de la Iglesia oriental y occidental, que va del siglo segundo al octavo.
El Evangelio de Marcos despliega el poder evocador de toda una historia, con metáforas y emociones que iluminan una brillante exhibición de discernimiento teológico y sabiduría pastoral.
Este Comentario abre al lector un amplio camino -tantas veces olvidado por las áridas y escarpadas interpretaciones críticas de la post-Ilustración-, que le conduce al fértil y soleado valle de la interpretación teológica y espiritual.
En estas páginas nos adentramos en ese gran mundo de los comentarios bíblicos, que durante siglos nutrió a los grandes pastores, teólogos y santos de la Iglesia.
La Carta de san Pablo a los Romanos ha sido considerada siempre como el gran escrito teológico del Nuevo Testamento. La antigua Iglesia también la valoró desde esta perspectiva, y por ello los Santos Padres nos han legado un gran número de importantes comentarios sobre esta Carta.
Los textos de este volumen recogen lo mejor y más representativo de las homilías y comentarios patrísticos sobre dicha Carta, y ofrecen un valioso material que hasta ahora no estaba disponible en castellano.
Entre estos autores sobresale "Ambrosiaster", nombre dado al desconocido comentarista latino de finales del siglo IV, cuya perdurable validez es evidente para todo el que lo lee. Asimismo, el importante comentario de Orígenes se presenta en estas páginas frecuentemente y por extenso, traducido por primera vez al castellano. Junto a ellos encontramos otras grandes figuras como Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia, Agustín de Hipona, Teodoreto de Ciro y autores como Diodoro de Tarso y Dídimo el Ciego de Alejandría, entre otros.
Estos comentarios sobre la Carta a los Romanos proporcionan una oportunidad poco frecuente para encontrarse con la conocida exposición paulina sobre la justicia divina, conforme resonaba en los grandes pensadores y comunidades cristianas de la Iglesia primitiva.
Los Hechos de los Apóstoles son la segunda parte de la historia escrita por Lucas acerca de «todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar».
En ellos el evangelista narra la expansión de la Iglesia según se va extendiendo el testimonio de los Apóstoles desde Jerusalén a Judea, Samaría y hasta los últimos confines de la tierra.
A pesar de que unos 40 autores de la Iglesia de los primeros siglos comentaron los Hechos, sólo tres obras completas han llegado hasta nosotros: Las Homilías a los Hechos de los Apóstoles de Juan Crisóstomo, el Comentario sobre los Hechos de los Apóstoles de Beda el Venerable, y un extenso poema en latín –Historia apostólica– escrito por Arator.
En este volumen hemos incluido un gran número de textos de las dos primeras obras, así como diversos comentarios de Arator. Asimismo hemos incorporado muchos otros fragmentos de los Padres que fueron recogidos por J. A. Cramer en la Catena in Acta SS. Apostolorum.
Entre ellos podemos encontrar textos de Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Efrén de Nisibi, Dídimo el Ciego, Atanasio, Jerónimo, Juan Casiano, Agustín, Ambrosio, Justino Mártir, Ireneo, Teodoreto de Ciro, Orígenes, Cirilo de Jerusalén, Cirilo de Alejandría, Casiodoro e Hilario de Poitiers, algunos de los cuales se traducen por primera vez al castellano.