En la Iglesia, la fiesta es el centro de la liturgia. Sus referencias evangélicas son numerosas, y ayudan a entender que la verdadera vida cristiana es festiva y alegre.
Dios mandó solemnemente que santificáramos las fiestas. En los Evangelios son numerosas las referencias a banquetes y celebraciones, también en las parábolas. En la Iglesia, la fiesta es el centro de la liturgia. Sin embargo, el cristiano corre el riesgo de ver solo un futuro sombrío, de impacientarse con sus defectos, o de ver a Dios como un ser estricto y distante. Envidia entonces la felicidad de quienes carecen de fe y parecen gozar con su estilo de vida. La verdadera vida cristiana es una fiesta llena de alegría.
Y su itinerario, como muestra el autor, tiene tres etapas: prepararse, vivir la fiesta y salir enriquecido de ella, con la alegría de los hijos de Dios.
El Movimiento de Cursillos de Cristiandad nació con una impronta apostólica y evangelizadora que lo sitúa en total sintonía con la misión pastoral de la Iglesia en el mundo actual.
El presente estudio expone las raíces del Movimiento, recrea con un estilo ágil y narrativo el ambiente y las necesidades a las que respondieron sus iniciadores, recuperando el espíritu que los movió, hace una descripción del desarrollo del Cursillo desde sus orígenes y analiza sus fundamentos doctrinales, sus medios y su técnica.
Se trata de un manual imprescindible para dirigentes, cursillistas y para cualquier cris-tiano que quiera vivir su fe en vanguardia y hacer presente en la sociedad el auténtico espíritu del Evangelio.
Mons. José Ángel Saiz Meneses, Cursillista desde su juventud, Dirigente y después, como sacerdote, Consiliario, es actualmente Obispo de Terrassa, Barcelona (2004), y Consiliario Nacional del Movimiento de Cursillos de Cristiandad (2017).
Las meditaciones recogidas en este volumen son breves enseñanzas que el P. Mauro Lepori --abad general de la Orden del Císter-- ofrece, en el estilo monástico de los «sermones capitulares», dentro del Curso de Formación Monástica que promueve la orden anualmente.
«La amistad de Cristo, ser amigos de Jesús: esta experiencia, esta gracia, permite que conozcamos todo lo que Jesús escucha del Padre. La amistad de Cristo nos comunica todo, nos hace conocer todo, el todo de la Verdad. No hay conocimiento o formación más profunda y totalizante que la amistad de Cristo. No existe universidad, curso de formación, estudio, que pueda enseñar algo tan grande y verdadero como la experiencia de la amistad de Cristo.(...)
La humildad que se nos pide es la de creer verdaderamente que se nos ha dado la posibilidad de conocer todo acogiendo principalmente la relación de amistad con el Señor. En otras palabras, como dice san Benito: 'No anteponer nada al amor de Cristo'. Preferir el amor de alguien: esta es en el fondo la mejor definición de la amistad».
¿Con qué rimaba mi temeridad de entonces para osar una continuación del Don Juan de Molière y del Don Giovanni de Mozart? ¿Cuáles eran mis motivaciones para lanzarme a una obra resueltamente clásica, no solo por su lenguaje, demasiado rico o demasiado demostrativo, sino también por su respeto de las tres unidades de lugar, de tiempo, y de acción? Ya no lo sé muy bien. Me acuerdo de que había leído otras continuaciones: el Saint Don Juan de Delteil me había encantado; el Miguel Mañara de Milosz me había decepcionado; la novela de Mérimé, Las Almas del Purgatorio me había abierto nuevas perspectivas. Creí que todavía había espacio para intentar algo, en el que la conversión no fuese el fin de la comedia, sino el comienzo de lo trágico. Del post-scriptum de Fabrice Hadjadj Año 1600. El Oro del Siglo comienza a ennegrecer. En una noche en que la Media Luna brilla por encima de las cruces de nuestras iglesias, cual presagio del fin de la cristiandad triunfante de los Austrias, amenazada gravemente por su desmoronamiento interno desde la crisis protestante y por la amenaza turca, se reúnen casualmente en Salamanca, en el claustro de un convento carmelita, los seis protagonistas de la obra. La conversión de Don Juan de Mañara, el burlador de Sevilla, su ingreso en los carmelitas descalzos y la dignidad sacerdotal recibida no deja indiferente a ninguno de ellos, quienes le creían muerto desde hacía una década. ¿Será esta conversión un siniestro augurio del paso de una cristiandad triunfante a un cristianismo místico? ¿Será verdadera esta conversión, o una nueva estrategia del mujeriego para atrapar nuevas presas? Y si fuese sincera ¿aguantaría las tentaciones de una de sus antiguas víctimas que busca revancha?
La llamada universal a la santidad que brota de labios de Jesús, «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48); y que recupera el Concilio Vaticano II, «todos los fieles cristianos […] son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (LG 11), se ha convertido en este tiempo en una misión urgente para la Iglesia y para cada cristiano.
La santidad es la meta común de la vida cristiana, pero cada vida cristiana tiene su camino para alcanzarla. Ese camino personal está trazado por Dios desde antes de la creación del mundo, y se hace patente en la vocación, una llamada personal, concreta, que cada uno recibe a su tiempo y según su modo.
No obstante, aunque Dios llama como quiere y cuando quiere, la historia de la Iglesia ha ido visibilizando seis rutas comunes hacia la santidad: la de los fieles laicos, que da comienzo en el bautismo; la del matrimonio; la del sacerdocio, al servicio de las anteriores; la de la vida consagrada, que tiene también formas muy diversas, como la vida religiosa o el orden de las vírgenes. A cada una de ellas dedica el cardenal Fernando Sebastián unas páginas de este libro, para mostrar su belleza y su grandeza, sus límites y dificultades, sus retos y posibilidades. En cada vocación hay, pues, una misión para el cristiano, un camino seguro por el que alcanzar, al fin, la santidad.
El ser humano es libre, a pesar de las posibles circunstancias adversas, y tiene el derecho y el deber de ejercitar esa libertad en un mundo sutilmente tiranizante. La autora nos ofrece un canto a la esperanza.
Conocer a Jesucristo, hacerlo conocer y llevarlo a todas partes. Esto conforma nuestra identidad de cristianos. Un conocimiento que nos lleva al amor. Y un amor que, con su gracia, nos conduce a imitarlo. El cristiano que procura seguir de cerca los pasos de Jesús se convierte a los ojos de sus contemporáneos en una persona atractiva, porque sabe querer, y así hace conocer a Cristo.
Nuestra misión es llenar el mundo de esperanza, hacer felices a los demás y contribuir a que el mundo sea mejor. Los cristianos no hacemos apostolado, sino que somos apóstoles, porque buscamos en todo lo que hacemos y somos que nuestros coetáneos conozcan a Jesucristo y tengan amistad con Él.
A través de estas páginas descubriremos, como dice Mariano Fazio en el prólogo, la fantástica aventura de ser instrumentos en las manos de Dios para abrir a nuestros contemporáneos horizontes de amor, de belleza y de verdad.
Jaime Sanz Santacruz. Sacerdote. Doctor en Derecho, con 25 años de experiencia en centros de enseñanza y escuelas deportivas en Madrid y Barcelona.
Actualmente es capellán de la Sede de Posgrado de la Universidad de Navarra en el Campus de Madrid y colabora en la parroquia de San Manuel González, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Autor de Reilusiónate. Claves para recuperar el sentido de tu llamada (PALABRA, 2021) y Aprender a querer. No endurezcáis vuestro corazón (PALABRA, 2022).
Orar con los sentidos nos abre cinco ventanas para dirigirnos mejor a Dios, que se esconde detr√°s de todo.
A veces, la oración no va más allá de unas cuantas palabras apresuradas. Pero si en alguna de esas ocasiones centramos la atención en lo que vemos o en lo que escuchamos, o intentamos penetrar en la realidad a través de los otros sentidos –palpando, oliendo o gustando–, tendremos cinco ventanas abiertas para descubrir a Dios, que se esconde detrás de todo.
Orar con los sentidos no es sino consecuencia de los atributos divinos de Infinitud y Omnipresencia. Orar así es un ejercicio de contemplación. Este libro ofrece reflexión y consejo para dirigirse a Dios aprovechando cada uno de ellos, de la mano del Evangelio.
Ricardo Sada Fernández, sacerdote mexicano de la Prelatura del Opus Dei, es ingeniero informático y doctor en Teología. Ordenado en 1981 y con una larga experiencia como predicador y director espiritual, es autor de varios libros, y conocido por su página www.medita.cc, que publica diariamente meditaciones en audio.
Presentación de mons. Antonio Cañizares Llovera.
Bajo la gruesa capa de ceniza de nuestro cato­licismo hay todavía un rescoldo vivo, unas brasas que hay que avivar, recuperando y agra­deciendo el sentido de nuestra unción bautismal.
Preguntémonos de qué manera podemos re­novar e intensificar nuestra presencia en el mundo y nuestra misión evangelizadora porque, aunque por la edad disminuyan las tareas, el encargo de Jesús (cf. Mt 28,19) permanece siempre, impul­sándonos a vivir de manera estimulante esta eta­pa que la sociedad contemporánea llama tercera y cuarta edad. Podemos ser personas mayores, pero no viejos de corazón. Hemos de admirar y agradecer a tantas perso­nas anónimas que, en la sencillez de su entorno, en el silencio y en el anonimato, continúan es­tando a pie de obra, cuidando al enfermo, atendiendo al necesitado, acompañando al abandona­do, acercándose al excluido.
Jubilados o no pero, hasta el último día, llama­dos a vivir en la perspectiva de quienes quieren entender el mundo y la historia desde Jesús Siervo.
Joan Piris Frígola (Cullera, Valencia, 1939) es Li­cenciado en Pedagogía (Roma 1967) y en Filosofía y Letras (Valencia 1971), y Diplomado en Catequéti­ca (Roma 1968). Además de algunos artículos sobre pastoral familiar y pastoral urbana, ha publicado: Ca­sarse en la fe de Jesús. Encuentros de preparación al matrimonio (Valencia 1983); Para que tengan vida. Sugerencias de vida cristiana y propuestas pastorales (Valencia 1996); Abrir Horizontes. Un modo ilusio­nante de entender la vida (Madrid 2018).