Cecilio Cipriano Tascio (comienzos del s. III – 14 de septiembre del 258) se convirtió al cristianismo en edad madura y pronto llegó a ser Obispo de Cartago. Durante un decenio guió con firmeza y autoridad la Igle­sia africana en un periodo de grave crisis, mar­cado por las persecuciones, la peste y los cismas, dando muestras de una gran personalidad cris­tiana y unas dotes admirables de pastor cercano y atento a las necesidades de los fieles. Toda su producción literaria deriva directamente de su celo y actividad pastoral, respondiendo a los problemas y situaciones que afectaban a la co­munidad cristiana africana. Su misión fue co­ronada con la palma del martirio, algo que contribuyó a confirmar y extender su fama más allá de los confines africanos y de su tiempo, hasta constituir una figura ideal de obispo y mártir, considerado por muchos como el mayor teólogo de la «Iglesia» antes del siglo IV, y que representa uno de los testimonios más claros e importantes de la doctrina sobre la communio eclesial y sus implicaciones.
Traducción de Daniel Ruiz Bueno.
Ante el desprestigio en que había caído el ministerio sacerdotal en el siglo Juan Crisóstomo escribió esta obra con el fin de ensalzar la dignidad del sacerdocio cristiano, exhortar a quienes lo ejercen para que lo vivan virtuosamente y mostrar los grandes bienes que acarrea para el Pueblo de Dios el buen gobierno de sus pastores. En este Año Sacerdotal, su lectura sigue siendo recomendable, pues presenta no pocos aspectos siempre actuales.
Difícilmente se hallará, no ya en la literatura cristiana, sino incluso en la universal, un libro más bello y encan­tador, más emocionante y sugestivo, después de la Sagrada Biblia, que las Confesiones de San Agustín. Porque con ser todos los que salieron de su maravi­llosa pluma admirables, y casi diríamos divinos, brilla, sin embargo, entre ellos este fascinante y original libro suyo que, durante quince siglos, no ha dejado de ser leído con supremo deleite por sabios e ignorantes, por crédulos e incrédulos. Acercarse a las Confesiones y sintoni­zar con su mensaje no ha sido, y menos ahora, un ejercicio de pura erudición consistente en buscar el futuro en el pasado, sino la constatación obligada y contagiosa de la inquietud radical del hombre en la búsqueda de la verdad, de la felicidad, de Dios. Por eso, las Confesiones agustinianas no han perdido nada de su frescor y espontaneidad
Pastor de almas y profundamente inmerso en los acontecimientos políticos y sociales de su tiempo, san Julián está considerado el obispo más importante de toda la Hispania Visigoda y una de las figuras más complejas del siglo VII.
De Eugenio, obispo de Toledo, recibe indirectamente el influjo del gran Isidoro. Su obra es menos voluminosa y enciclopédica que la de éste, pero probablemente lo supera en profundidad teológica.
Escribió un total de 17 obras, de las que nos han llegado sólo las siguientes:
Prognosticon futuri saeculi;
Historia Wambae regis;
Apologeticum de tribus capitulis;
De sextae aetatis comprobatione;
De contrariis (Antikeimenon).
El Prognosticon es el fruto de una conversación con Idalio, obispo de Barcelona, centrada en el estado de las almas de los difuntos antes de la resurrección final de sus cuerpos.
El método consiste en recordar el mayor número posible de preguntas sobre el tema en cuestión, organizarlas y luego responderlas con la doctrina maiorum (doctrina de los mayores).
Este escrito es la primera presentación sintética y monográfica de la escatología cristiana.
La mayor parte de su contenido no es original de Julián. El número de autores y obras citados le otorga un valor particular, pues recoge los elementos más significativos de una buena parte de la reflexión escatológica de los primeros siete siglos.
Además, Julián no es un simple repetidor, pues muchas veces completa, combina o reelabora el pensamiento de los autores citados.
El Prognosticon tuvo una excelente acogida y una amplia difusión en la Edad Media, en parte porque era la única obra en su especie, por su brevedad y el interés de los medievales por los novísimos.
Pese a ser la obra más conocida de Julián, esta es la primera traducción castellana íntegra del Prognosticon futuri saeculi.
En este volumen se agrupan tres obras de san Ambrosio que presentan indudables rasgos comunes: las tres se centran en los primeros capítulos del Génesis, fueron compuestas por la misma época y forman parte de los escritos exegéticos del gran obispo de Milán.
Si bien no se cuentan entre sus obras más estudiadas y famosas, su interés radica tanto en la importancia de los acontecimientos que comenta, como en el indudable valor literario que les confiere la extraordinaria personalidad de su autor.
Existen argumentos de suficiente peso como para afirmar que El Paraíso, Caín y Abel y Noé son el producto, elaborado en el taller de la retórica ambrosiana, de su predicación a lo largo de los años 374-378, es decir, en el período inmediatamente posterior a su sorprendente consagración episcopal el 7 de diciembre de 374.
La estructura de estas tres obras viene dada por el texto bíblico que comentan, versículo a versículo, si bien no faltan atisbos de sistematización de la materia en algunos momentos de la exposición.
También es común a todas ellas la fuerte influencia de Filón, hasta el punto de haber merecido que su autor haya sido llamado el «Filón cristiano».
En efecto, es posible detectar la presencia del filósofo judío como fuente de ideas y hasta de expresiones, pero eso no quiere decir que haya influido en la forma de pensar de Ambrosio, como se pone de relieve en la Introducción de este volumen.
En ella también se analizan algunos rasgos característicos de la exégesis ambrosiana: concre-tamente la importancia que en ella tienen los nombres, su atención a los números y la dimensión cristológica de sus comentarios al Antiguo Testamento.
La presente traducción es la primera edición íntegra de estas obras que se publica en lengua castellana.
Con este segundo volumen sobre el evangelio de Juan, se completan los volumenes correspondientes a los cuatro evangelios de la Biblia Comentada por los Padres de las Iglesia.
Elaborar la imagen de san Agustín de la existencia cristiana, la interpretación del acontecer interior relatado por las Confesiones, no puede ser simplemente el relato de una conversión moral y religiosa, una conversión del mal al bien, de la incredulidad a la fe. Por el camino surge también una interpretación psicológica. Una psicología que aquí requiere saber acerca del espíritu y poder ver la realización de un destino espiritual, saber de lo religioso y poder reconocerlo en su sentido originario, ver lo cristiano más allá de lo espiritual y religioso. Por último, la historia de Agustín se desarrolla en el ámbito moral y del alma, pero también en el del pensamiento y la idea. Desde la perspectiva de la historia del pensamiento, Agustín arroja una mirada retrospectiva a su vida e introduce interpretativamente la segunda conversión en la primera.
El Dios del cristianismo al que Agustín se ha convertido y en cuya presencia escribe sus Confesiones, no es el ser absoluto de la filosofía, sino el Dios santo y viviente del Antiguo y del Nuevo Testamento. Es el Dios que se levanta, entra en la historia y actúa en ella. Cada vez se introduce en esa historia todo lo que existe, las cosas del mundo y los hombres. Cada vez, todo existe por ella y adquiere en ella su centro y su nombre. Si hay alguien que está convencido de ello es Agustín. Él, que se propuso captar la historia de la humanidad en su proveniencia de Dios, se vio también a sí mismo en una historia.
Las Confesiones son el intento de describir esa historia. Por tanto, quien las quiera interpretar, tiene que hacer que, por lo menos, se perciba algo de ese conjugar y entretejer múltiple y al mismo tiempo tan unitario, de esa voluntad divina que trabaja en la intimidad más silenciosa y, al mismo tiempo, en los acontecimientos y desarrollos externos.
Anselmo de Aosta (1033-1109), santo y doctor de la Iglesia, monje en Normandía y arzobispo de Canterbury, es uno de los padres fundadores de Europa.
Inmerso en la convulsa situación social y política de su época, sufrió la lucha de las investiduras, afrontó dolorosos cismas y fue testigo, a su pesar, de la primera cruzada. Frente al poder político, defendió la libertad de la Iglesia, hasta el punto de padecer un doble destierro. Asimismo promovió sin reservas la reforma de las costumbres en la vida religiosa y en la sociedad.
Una de las grandes preocupaciones de este benedictino universal fue fortalecer la unidad de la Iglesia. Para ello prestó su apoyo incondicional a los papas legítimos y ayudó a clarificar algunas cuestiones discutidas con las Iglesias de Oriente.
Su exposición y defensa de las verdades de la fe cristiana con ayuda de la sola razón, le señalan como el iniciador de la escolástica y de un nuevo método teológico que se sintetiza en su famosa formulación: «Fides quaerens intellectum».
Edición bilingüe promovida por la Orden de San Jerónimo. En este volumen: Introducciones, traducciones y notas por Juan Bautista Valero.
El epistolario de san Jerónimo, que comprende un centenar y medio de cartas, constituye una clave imprescindible para acercarse a la interioridad del personaje. Las cartas son como una guía que invita y a la vez conduce a través de la experiencia íntima de alguien que, dirigiéndose a personas particulares, sabe dar a lo escrito el valor universal de lo privado. Por lo que respecta a los contenidos, Jerónimo cultiva cuatro campos fundamentales; el de la amistad, el exegético, el dogmático y el ascético.
La obra consta de 14 vols. (Véase Plan general en pdf Complemento). ISBN o.c.: 978-84-7914-404-3
Romano el Cantor nace en la ciudad de Emesa (Siria) hacia 490; es ordenado diácono hacia el año 515 en Berito –hoy Beirut–, desde donde se traslada años más tarde a la capital del Imperio, Constantinopla.
En esta ciudad recibe el don de la poesía y el talento melódico, que no lo abandonarán hasta su muerte, ocurrida después de 555 y antes de 562.
Su obra constituye un particular género literario propio de los cristianos orientales.
En efecto, los kontakion (himnos breves), homilías cantadas en verso, constituyen una literatura utilizada durante los primeros siglos del Oriente cristiano y expresa una espiritualidad de altos vuelos, difícilmente superable.
En otras palabras, Romano transmite la verdad cristiana de una forma sencilla y profunda a la vez que incita al diálogo del auditorio con Dios.
Se trata de la verdad vivida; es decir, de la verdad dogmática que termina en emoción mística o contemplación amorosa, como se prefiera.
Siguiendo la liturgia bizantina, para la que Romano compuso sus himnos, éstos se dividen en dos grupos: los elaborados para las fiestas fijas del calendario religioso de Constantinopla, que se ofrecieron en un primer volumen, y los preparados para las solemnidades que se mueven en torno a la Pascua de Resurrección, más numerosos, y que están recogidos en este segundo libro.
La mayoría de estos himnos se traducen por primera vez al cas-tellano.
Romano el Cantor nace en la ciudad de Emesa (Siria) hacia 490; es ordenado diácono hacia el año 515 en Berito –hoy Beirut–, desde donde se traslada años más tarde a la capital del Imperio, Constantinopla.
En esta ciudad recibe el don de la poesía y el talento melódico, que no lo abandonarán hasta su muerte, ocurrida después de 555 y antes de 562.
Su obra constituye un particular género literario propio de los cristianos orientales. En efecto, los kontakion (himnos breves), homilías cantadas en verso, constituyen una literatura utilizada durante los primeros siglos del Oriente cristiano y expresa una espiritualidad de altos vuelos, difícilmente superable.
En otras palabras, Romano transmite la verdad cristiana de una forma sencilla y profunda a la vez que incita al diálogo del auditorio con Dios.
Se trata de la verdad vivida; es decir, de la verdad dogmática que termina en emoción mística o contemplación amorosa, como se prefiera.
Siguiendo la liturgia bizantina, para la que Romano compuso sus himnos, éstos se dividen en dos grupos: los elaborados para las fiestas fijas del calendario religioso de Constantinopla, que son los que se ofrecen en este volumen, y los preparados para las solemnidades que se mueven en torno a la Pascua de Resurrección, más numerosos, y que ocuparán un segundo libro.
La mayoría de estos himnos se traducen por primera vez al castellano.