Para entender mejor los discursos que integran el presente volumen conviene tener en cuenta, entre otras cosas, que en ellos ocupan un lugar preeminente los debates doctrinales que el Nacianceno tuvo que entablar con sus oponentes, para aclarar sus personales puntos de vista y, en sentido contrario, rebatir las opiniones erróneas de sus interlocutores desde el punto de vista teológico.
Estas diez piezas oratorias fueron desarrolladas por nuestro Gregorio en el espacio de dos años, durante los años 379 y 380, y dejan traslucir las grandes dotes del teólogo y pastor, las dos actividades que consumieron los mejores años del Nacianceno.
A la esposa - Exhortación a la castidad - La monogamia
El presente volumen presenta lo que se podría llamar la trilogía de Tertuliano sobre el matrimonio, constituida por los escritos A la esposa, Exhortación a la castidad y La monogamia. El hecho de que Tertuliano escribiera tres obras dedicadas al mismo argumento atestigua que se trataba de un tema que, además de la importancia de la que gozaba en la civilización romana, estaba en el candelero en el ámbito cristiano. Y es que se trataba de una institución de la vida cotidiana en la que se ponía en juego la propia comprensión de la fe, en un contexto de polémica entre las distintas corrientes cristianas y en contraste con los usos del mundo pagano. En particular, tres cuestiones resultaban problemáticas: el valor del matrimonio en sí mismo, de la procreación y de la familia; la licitud y oportunidad de las segundas nupcias, una vez que uno de los cónyuges había fallecido; y la licitud de los matrimonios mixtos. El itinerario personal de Tertuliano se refleja en la composición de los tres escritos. Mientras que A la esposa pertenece a la época católica de Tertuliano, Exhortación a la castidad se suele situar en su período de transición, cuando ya en contacto con el montanismo, no ha roto todavía con la católica. Por fin, La monogomia supone el culmen de la trayectoria de Tertuliano, ya inserto plenamente en la Nueva Profecía. Progresivamente el Africano extrae todas las consecuencias rigoristas que en su primera obra estaban en cierta medida todavía implícitas o en germen. La argumentación de Tertuliano despliega, además de sus habituales recursos retóricos, una amplia exégesis escriturística, por medio de la cual desea fundamentar su enseñanza con el sello de la palabra divina, en particular del testimonio apostólico y, sobre todo, de san Pablo.
Cuando san Agustín escribía sus últimas obras polémicas contra los pelagianos, surgió un nuevo debate en torno a la gracia. En este contexto, el laico Próspero de Aquitania se convirtió en un entusiasta defensor y difusor de las enseñanzas de Agustín.
En torno a 450 escribió su obra de madurez De vocatione omnium gentium, la primera obra patrística dedicada a la salvación de los hombres de todos los tiempos. El autor intenta conjugar la cuestión de la voluntad salvífica universal, expresada en 1 Tm 2, 4 sin comprometer la doctrina de la gracia del initium fidei y la libertad de la benevolencia divina enseñada por su maestro.
En el siglo II el cristianismo vivió una de sus crisis más importantes por la aparición de movimientos como el marcionismo y los variadísimos grupos gnósticos, que proponían una reinterpretación total del mensaje cristiano a partir de un pensamiento coherente sobre la salvación, respetuoso de los axiomas que prevalecían en la filosofía del momento y que requería un largo proceso de iniciación. Ireneo de Lyon percibió que al gnóstico no le interesaba la salvación del mundo sino liberarse del mundo y del Creador, ni la salvación de la carne sino liberarse de la carne, ni la fe sino la gnosis. Frente a ello Ireneo levantará una preciosa reflexión, en cinco libros, sobre el Creador y las creaturas, que nunca escapan a las Manos de Dios y necesitan del tiempo y la historia para crecer a imagen y semejanza de Dios. Ireneo sacó a la luz las enseñanzas que permanecían ocultas y refutarlas. No es un heresiólogo al uso; es un pastor que responde a las inquietudes de los creyentes. El libro I del Contra las herejías ha resultado de una enorme riqueza para conocer las claves del gnosticismo del siglo II.
Marcelo de Ancira (m 374) es uno de los protagonistas de las grandes controversias teológicas del siglo IV. Su relevancia en la crisis arriana contrasta con la escasa atención que suele recibir por parte de los manuales de teología. Pertenece a la generación de obispos que vivieron en carne propia los vertiginosos cambios en las relaciones de la Iglesia y el Imperio: fueron testigos de las grandes persecuciones de Diocleciano y participaron en el concilio de Nicea, sostenido por Constantino. Este grave cambio de contexto cultural permitió –y de alguna manera exigió– que las tradiciones teológicas locales se confrontaran mutuamente en un escenario ahora universal, inaugurado por el primer concilio ecuménico (325). El presente volumen reúne todas las obras de Marcelo de Ancira que actualmente son reconocidas como auténticas por una buena parte de los estudiosos. La carta de Marcelo al papa Julio, sus fragmentos teológicos transmitidos por su gran adversario, Eusebio de Cesarea, y un largo fragmento de su tratado Sobre la santa Iglesia son editados en griego, traducidos al castellano y comentados por medio de abundantes notas. La introducción, además de las cuestiones técnicas, contiene una visión general de la teología de Marcelo que puede resultar interesante no solo a los patrólogos, sino también a quienes cultivan la teología, en especial la escatología, la cristología y la teología trinitaria.
Compuesto en una fecha crítica para la política romana occidental, hacia finales del siglo V, y siguiendo el modelo literario de Jerónimo de Estridón, el De viris illustribus de Genadio de Marsella es una fuente ineludible para los estudios patrísticos y teológicos. Este texto ha cirtculado asociado al homónimo de Jerónimo y ha gozado de una enorme difusión, como permite observar la tradición manuscrita. A lo largo de una serie de breves noticas acerca de la producción letrada de hombres de Iglesia, algunos célebres y otros solo conocidos a través de esta obra, Genadio pone de manifiesto su interés por el ethos monástico, así como sus preocupaciones dogmáticas, y se permite expresar simpatías y desagrados, que contribuyen a situarlo en el mapa doctrinal del mundo romano tardío.
Los escritos de este obispo de Alejandría han marcado de manera decisiva la interpretación de un período crucial en el desarrollo de la enseñanza cristiana, en especial de la cristológica y de la teología trinitaria.
Junto a la narración y a la interpretación de las décadas que siguieron al gran Concilio de Nicea, Sobre los sínodos transmite además una amplia serie de documentos, citados por Atanasio, que permiten entrar en contacto directo con otros protagonistas de la controversia. Entre ellos se destacan la carta de Arrio a Alejandro de Alejandría, algunos fragmentos de las obras de Dionisio de Alejandría y de Asterio de Capadocia, y más de quince documentos sinodales entre fórmulas de fe, cartas y cánones.
Sobre los sínodos de Rímini, en Italia, y de Seleucia, en Isauria fue redactado por Atanasio cuando se encontraba escondido en algún lugar de Egipto, durante el año 359, justo después de la celebración de estas dos asambleas sinodales.
En términos generales, la obra se divide en tres partes: la descripción de los sínodos de Rímini y Seleucia (cc. 1-14); la colección comentada de documentos arrianos (cc. 15-32) y, finalmente, la sección teológica, cuya primera parte está dedicada a combatir a los homeos y anomeos (cc. 33-40) y la segunda, a atraer a los homoiousianos.
A partir de la negativa de un soldado cristiano a ceñirse la corona de laurel, Tertuliano redactó estos tres escritos. En La corona prueba la carga idolátrica de la corona en una sociedad dominada por la idolatría y examina si un cristiano puede enrolarse en el ejército. Al defender a aquel soldado disidente, muestra una espiritualidad de ruptura, que entiende la vida cristiana como preparación al martirio. En su carta A Escápula, procónsul de África, le informa de cómo afrontan los cristianos la persecución y suplica su benevolencia para con ellos. Con La fuga en la persecución condena toda huida, explica cómo celebrar la eucaristía dominical en plena persecución y se despide apelando al Paráclito, algo muy propio del montanismo. Esta trilogía da a conocer la situación tan difícil en que vivían los cristianos del siglo III, con una reflexión teológica que intenta explicarla y ayuda a soportarla.
Contiene tres escritos de Tertuliano. El tratado La paciencia responde a las necesidades de un tiempo de persecución y de mártires. Prolonga una tradición de la literatura parenética y filosófica del mundo pagano (con Séneca a la cabeza), y abre a la vez un camino nuevo en el campo de la moral y la teología de la Iglesia.
Con el opúsculo El testimonio del alma, se pasa al campo de la apologética y aporta la novedad del punto de partida: la existencia de Dios.
Con la carta A los mártires, nuestro autor deja de ser un pensador distante y se acerca, como hermano en la fe, a unos cristianos que están penando en la cárcel a la espera del juicio. La carta, al mismo tiempo que consuela y exhorta, describe las duras circunstancias de aquel lugar. Es, pues, un documento para la historia.
Desde cualquier punto de vista que se considere a Gregorio de Nacianzo (a. 330-390), se trata de un personaje complejo. El corpus literario que nos ha dejado abarca la gama completa de las formas retóricas griegas que estaban en uso durante la segunda mitad del siglo IV de nuestra Era.
Así, han llegado hasta nosotros 45 Discursos, cuidadosamente elaborados, que incluyen sermones para las grandes fiestas litúrgicas, panegíricos sobre algunas de las grandes figuras del cristianismo antiguo, oraciones fúnebres dedicadas a los amigos y a sus familiares más directos, discursos polémicos contra sus enemigos, tratados doctrinales e incluso apologías de su propia vida personal y sobre el desempeño de su ministerio pastoral.
También conservamos muchas de sus Cartas, con variedad de argumentos: unas con tono familiar, otras con materias sobre distintos servicios, otras muy corteses y cuidadas, pero todas escritas con la brevedad y elegancia tan características de la época que le tocó vivir y propias de un autor bien entrenado.
Finalmente han llegado hasta nosotros 17.000 versos que incluyen Poemas en lenguaje y estilo homérico, amplias narraciones de la «epopeya» de su propia vida, exposiciones didácticas sobre las virtudes clásicas y cristianas, oraciones personales para distintos momentos y circunstancias, algunas reflexiones sobre la enfermedad, la ancianidad y otros avatares humanos y, finalmente, epitafios para personas de su propia familia y otros amigos.
En este primer volumen se ofrecen los quince primeros Discursos, según la numeración adoptada por los monjes benedictinos de san Mauro en la edición de J. P. Migne, y que presentan una buena selección de los aspectos doctrinales que preocupaban al Nacianceno. La mayoría de ellos se publican por primera vez en la lengua castellana.
La Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y la Editorial Ciudad Nueva de Madrid unen sus esfuerzos para la edición y publicación de estas páginas. Ambas instituciones desean contribuir así al homenaje al prof. Marcelo Merino Rodríguez en su 70 Aniversario, con motivo de su Jubilación Académica.
San Zenón ocupa el octavo lugar entre los obispos de Verona, según tradición de esta Iglesia. La época de su pontificado cabe situarla entre los años 360 y 380 aproximadamente. También según tradición de la misma Iglesia, san Zenón procedía de África, razón por la cual en la Basílica a él dedicada se le representa como un hombre de raza negra.
La fuente principal para conocer a este Santo Padre está en sus propios sermones, redactados con fuerza y elegancia –según expresión de Newman–. En ellos se revela la fuerte personalidad y el carácter apasionado de un verdadero pastor, preocupado por alimentar a sus fieles con la auténtica doctrina de Cristo. Especialmente emotivas son sus palabras cuando que se dirige a los neófitos.
Esos mismos sermones ponen de manifiesto que su autor era hombre culto, conocedor de los escritores eclesiásticos, sobre todo latinos (Tertuliano, Cipriano, Lactancio, Hilario, Gregorio de Elvira), y familiarizado con los clásicos paganos (Virgilio, Horacio, Ovidio, Cicerón, Séneca, Apuleyo); sus conocimientos, por lo demás, –sin olvidar la filosofía– se extendían también a otros ámbitos muy diversos.
El sermonario zenoniano lo componen 94 tractatus (u homilías), testimonio vivo de la actividad pastoral de un obispo extraordinario. Se advierte en ellos una especial preocupación por explicar al pueblo pasajes del Antiguo Testamento –preocupación que comparten también otros obispos del siglo iv, como san Ambrosio y san Gregorio de Elvira–. La convergencia en Cristo de toda la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, preside siempre la hermenéutica zenoniana. Los Testamentos son dos –dice–, pero uno solo el testador. El testador es Cristo, a quien aplica las figuras del pez, de cuya boca han salido dos denarios, esto es, los dos Testamentos; del padre de familia, que saca de sus tesoros cosas nuevas y antiguas; de la pluma de escribano, que ha sido cortada y tiene dos vértices en su punta con los que dibuja un sola letra, un solo Cristo, Hijo de Dios… los cuales no pueden ser útiles uno sin el otro, porque, así como el nuevo [Testamento] da fe del antiguo, del mismo modo el antiguo ofrece testimonio del nuevo, como está escrito: Una sola vez ha hablado el Señor y estas dos cosas hemos oído (Sal 61, 12).
A la riqueza doctrinal que ofrecen los tratados de Zenón, tanto en el ámbito dogmático como en el de la teología moral, añádase la singular importancia que adquieren los sacramentos de la iniciación cristiana. El bautismo es tema central en estos sermones, en los que aflora con abundancia la doctrina de san Pablo:
«Porque vuestro hombre viejo (Col 3, 9) ha sido felizmente condenado, para ser absuelto, habiendo sido sepultado en el agua de un mar sagrado, de modo que, vivificado en el nido del sepulcro, disfrutara de los derechos de la resurrección».
Y, junto al bautismo, la eucaristía:
«…después de que vuestras almas nacieran a la esperanza de la inmortalidad por el lavacro de vida de la blanca fuente, de la que, quienes erais de diversa edad y de diversa nación, salisteis de inmediato como auténticos hermanos, como niños engendrados al mismo tiempo, a vosotros os exhorto a celebrar la fiesta de un nacimiento tan grande con un gozoso convite…, con una comida celeste, pura, saludable y eterna; recibidla con hambre para que podáis estar siempre saciados y ser felices.
»El padre de familia [Dios Padre] os da de su mesa el pan y el precioso vino de sus frutos».