Traducción y notas de Manuel Andrés Seoane (Libros VII, VIII, XI y XII), Jesús-M.ª Nieto Ibáñez (Libros IX y X), M.ª José Martín Velasco y M.ª José García Blanco (Libros XIII, XIV y XV e índices).
Eusebio de Cesarea, una de las mayores personalidades de su época, compuso esta obra en un momento (h. 312) en el que el cristianismo, tras ser reconocido como religión oficial, debe utilizar argumentos más sutiles que los ya caducos empleados por la apologética tradicional, sin pasar simplemente de la defensa al ataque. Ante la acusación de falta de cultura e inteligencia de los cristianos, Eusebio responde con la sabiduría de la Escritura, y ante la traición e infidelidad de la religión pagana tradicional, el autor cristiano pone de manifiesto los errores y escándalos de la misma. Nos hallamos, pues, ante una obra monumental, cuyos principales argumentos son el interés pedagógico por exponer la enseñanza evangélica, así como el deseo de mostrar y justificar, de un modo racional, el mensaje cristiano y defenderlo de los ataques externos.
Segunda edición (aumentada).
Edición bilingüe promovida por la Federación Agustiniana Española (F.A.E.).
Traducción y notas de Pío de Luis y José Anoz Gutiérrez.
Contiene: Sermones 117-183: Evangelios de san Juan, Hechos de los Apóstoles y Cartas apostólica.
La obra consta de 41 volúmenes (cf. PDF Complemento).
Edición bilingüe promovida por la Orden de San Jerónimo.
En este volumen: Introducciones, traduccones y notas por Juan Bautista Valero.
El epistolario de san Jerónimo, que comprende un centenar y medio de cartas, constituye una clave imprescindible para acercarse a la interioridad del personaje. Las cartas son como una guía que invita y a la vez conduce a través de la experiencia íntima de alguien que, dirigiéndose a personas particulares, sabe dar a lo escrito el valor universal de lo privado. Por lo que respecta a los contenidos, Jerónimo cultiva cuatro campos fundamentales; el de la amistad, el exegético, el dogmático y el ascético.
Tertuliano es un autor que abre caminos: lo mismo que fue el primero en elaborar una teología del bautismo y del sacramento de la penitencia, lo fue también en redactar un tratado de psicología desde la fe cristiana.
Su tratado De anima tiene una estructura ordenada, a la manera de los tratados de la época: comienza con una presentación del alma, sujeto del estudio, y concluye indagando en su destino final más allá de la muerte. En la estructura se intercalan a veces ciertas digresiones sobre temas (la metempsicosis, los sueños) que tenían un particular interés para la gente de aquel tiempo.
La obra es a la vez didáctica y polémica, pues tiene siempre presentes a los herejes gnósticos, que eran muchos y combativos. Tras los herejes descubre siempre a los filósofos, que los aprovisionan de ideas y argumentos.
Como él mismo confiesa, quiso acercarse a los filósofos paganos, que tanto habían discutido sobre el alma, llevándoles las preguntas de un creyente cristiano de aquel tiempo (siglo ii-iii). No menos de veinte filósofos –desde el presocrático Tales de Mileto hasta el medio-platónico Albino– van pasando por sus páginas; todo lo cual demuestra que Tertuliano vivía su fe en constante diálogo con la razón.
Para defender sus tesis suele ofrecer como argumento final el testimonio de la Biblia; en su búsqueda de la verdad no podía no tener en cuenta el libro que, desde su conversión, era para él la revelación de la verdad.
No podemos pretender que nuestro autor se comporte como un intelectual cristiano de hoy que, mientras investiga, pone en cuestión su fe; eso habría sido en él un anacronismo.
Esta obra puede prestar un servicio a los estudiosos de la primera Patrística, así como a cuantos estén interesados por conocer la aportación del cristianismo al pensamiento y a la lengua de entonces.
Esta obra, preparada por Salvador Vicastillo en edición bilingüe, quiere prestar un servicio a los estudiosos de la primera Patrística, así como a cuantos estén interesados en conocer la relación entre la filosofía y la primera cultura cristiana.
Los dos libros que se incluyen en este volumen no aparecen en la Biblia hebrea, aunque sí en la Septuaginta y en la Vulgata. Por ello son catalogados como «deuterocanónicos». Como se podrá ver por los comentarios incluidos en estas páginas, salvo escasos escritores eclesiásticos de los siglos iii-v, la Iglesia Católica los ha considerado inspirados por Dios y dentro del canon bíblico, como lo definió el Concilio Ecuménico de Trento (1546) y lo ratificó el Vaticano I (1870). En los tres primeros siglos cristianos, los escritores citan el libro de la Sabiduría como inspirado por Dios. En los siglos siguientes, a excepción de algunos, como san Atanasio, san Jerónimo, san Epifanio o san Juan Damasceno, por ejemplo, consideraban la Sabiduría como libro apto para la edificación de los fieles, pero no para probar los dogmas, y también como canónico. Así, san Agustín defendió su inspiración frente a los semipelagianos. Estos titubeos afectaron a muchos comentaristas patrísticos, que no se fijaron con detenimiento en este libro. A pesar de ello, el lector contemporáneo puede encontrar en estas páginas las interpretaciones más importantes de las distintas regiones cristianas de la Antigüedad. También las dudas sobre la inspiración del texto de Sirac, o libro del Eclesiástico, y sobre todo al carácter primordialmente moral de su contenido, pusieron en un segundo lugar los comentarios de los exegetas cristianos de los primeros siglos. De esta manera encontramos el primer comentario completo sobre este libro a finales del siglo viii, de manos de Rábano Mauro. No obstante, sus exhortaciones a la práctica de la virtud fueron objeto de muchos sermones y exhortaciones patrísticas. Un ejemplo de este interés de la exégesis primera son las glosas paradigmáticas de los autores orientales y occidentales del cristianismo antiguo que recuerdan las páginas del presente volumen.
Orígenes es el primer pensador cristiano que intentó llevar el esfuerzo de la inteligencia humana a sus límites extremos en la investigación del misterio. Estos límites los pasó más de una vez; pero ello era tal vez necesario para que se los pudiera fijar exactamente. En una época en que no estaban aún determinados, probó a ver hasta dónde podía llegar la inteligencia humana. Ello constituye la grandeza de su tentativa» (J. Daniélou).
Si tenemos en cuenta estas palabras de Daniélou, es fácil comprender por qué Orígenes fue y seguirá siendo un pensador controvertido. Aunque él nunca fue un hereje, sí fueron condenadas posteriormente algunas de sus opiniones. No obstante, como teólogo, como exegeta y como hombre espiritual, Orígenes fue el iniciador en la Iglesia de una corriente de pensamiento que ha dejado una profunda huella a lo largo de los siglos, por lo que podríamos calificarle de un maestro entre los teólogos cristianos de la antigüedad.
Henri Crouzel (1918-2003), jesuita, fue profesor de patrística en el Instituto Católico de Toulouse y en la Universi­dad Gregoriana de Roma. Gran cono­cer de Orígenes, colaboró en la edición crítica de sus textos en la prestigiosa co­lección Sources Chrétiennes.
Traducido de la ed. original francesa (Origène) por las Monjas Benedictinas de la Abadía Santa Escolástica de Victoria (Buenos Aires).
Esta obra del P. Antonio Orbe reúne con impresionante seriedad científica y plenitud no alcanzada hasta ahora todos los elementos ireneanos relativos a las parábolas del Evangelio, a fin de restituir, con extraordinaria objetividad, la atmósfera de la teología del siglo II. El detallado estudio de las parábolas las conduce, además, a una paradoja. Sobre ellas se funda una gran parte de la dogmática (eclesiástica o heterodoxa). Y en tal dogmática ha de apoyarse el lector para tender las parábolas en el siglo II. Entenderlas una a una es ganar terreno a la misteriosa economía de Cristo.
El P. Antonio Orbe (1917-2003), jesuita, fue, desde 1949, profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana. Era considerado un gran experto en el campo del gnosticismo y un extraordinario conocedor de la teología de san Ireneo, sobre quien escribió numerosas obras, algunas de ellas publicadas en la BAC.
Este octavo volumen comprende tres tratados: Tratado de la religión; Tratado de las virtudes sociales; Tratado de la fortaleza.
Texto latino de la edición crítica leonina, traducción y anotaciones por una comisión de PP. Dominicos presidida por Francisco Barbado Viejo. Volumen séptimo en texto bilingüe (de los dieciséis de que consta) de la nueva edición en la serie BAC Thesaurus de la Suma teológica de santo Tomás de Aquino. Reimpresión de la primera edición de 1955.
Obra cumbre de su doctrina teológica, santo Tomás la redactó a lo largo de su intensa vida docente (1266-1273), y que no pudo concluir por alcanzarle la muerte a la temprana edad de cuarenta y nueve años.
La personalidad de Ambrosio de Milán emerge en la historia del pensamiento patrístico como uno de los Padres de la Iglesia que tuvieron un lugar más destacado en la vida cristiana de Occidente. Nacido en Tréveris hacia el año 340, se traslada a Roma en 354 y es nombrado gobernador de Liguria y de Emilia en 370. En el año 374, siendo todavía gobernador y sin haber recibido el bautismo, fue elegido obispo de Milán.
La obra que tenemos el gusto de ofrecer al lector es su célebre tratado De officiis, que hemos traducido por Los deberes. El título de este tratado ambrosiano es el mismo de otros autores clásicos latinos, como Cicerón, Séneca y Suetonio. Es más, Ambrosio tendrá a la vista sobre todo el modelo ciceroniano.
El presente tratado está dirigido por el obispo de Milán a sus «hijos espirituales», siguiendo en esto, de modo semejante, la dedicatoria del tratado De officiis del maestro de Arpino a su hijo Marco. Esta finalidad formativa es una de las claves de lectura del presente escrito, tal vez la más relevante, que nos permite calibrar la importancia de la aportación ambrosiana.
Es claro para Ambrosio que el modelo del cristiano está fundamentado en las virtudes humanas, aunque, como hacen otros Padres de la Iglesia, este basamento se ve enriquecido por las virtudes sobrenaturales recibidas en el bautismo.
Otro aspecto que está presente en Cicerón y en Ambrosio es la necesidad de utilizar las virtudes no solo como soporte de una personalidad arquetípica, sino como la única forma de hacer que esos hábitos se hagan operativos.
También queda muy patente la gran valoración que hace Ambrosio de los ejemplos de vida (exempla), que tienen delante una realidad histórica bien precisa al tratarse de figuras que se encuentran en la Sagrada Escritura.
San Jerónimo es, entre los Padres de la Iglesia, una de las figuras más interesantes y dinámicas. En este comentario nos ofrece un sustancioso ensayo de su extraordinario genio. Es casi un compendio de doctrina, extraída de las Escrituras. Suscita mayor interés el hecho de que san Jerónimo se detiene preferentemente en los pasajes más escabrosos del Evangelio de san Marcos. Impresiona, sobre todo, la audacia de las imágenes y la original penetración en el sentido espiritual de las Escrituras. Excavando en cada una de las palabras, logra encontrar una riqueza insospechada. Hasta tal punto que interrumpe algunos de sus razonamientos para prevenir eventuales objeciones, diciendo: "¿Creéis que forzamos la Sagrada Escritura?", e indica que aquellos que se atienen sólo a las palabras "siguen la letra que mata, y no el espíritu que vivifica?. Y más adelante añade: "Todo lo que soy capaz de entender, no lo quiero entender sin Cristo, el Espíritu Santo y el Padre. Nada de ello puede serme agradable si no lo entiendo en la Trinidad que me ha de salvar". De ahí, de esa sabiduría, brota toda la luz de este comentario, enormemente precioso y moderno, con intuiciones excepcionales.
Bajo este título se publican por primera vez en lengua española tres escritos de san Gregorio de Nisa.
Tienen en común estos escritos que versan sobre la dignidad y exigencias de la vocación cristiana, y ponen en evidencia el carácter cristocéntrico que debe tener la vida cristiana, concebida como una imitación de Cristo.
Los títulos de estos escritos son ya bien elocuentes: "Qué significa el nombre de cristiano" (carta dirigida a Armonio); "Sobre la perfección" (opúsculo dedicado a Olimpio); "La enseñanza de la vida cristiana".
Estas tres obras pertenecen a la época de madurez de Gregorio, y son de suma actualidad e importancia. Ellas, en efecto, sintetizan su visión teológica y su doctrina espiritual en torno a la naturaleza del cristiano y a la espiritualidad que dimana del bautismo.
Los libros de Ezequiel y Daniel tienen una gran riqueza de imágenes, muchas de las cuales serán usadas después por el Nuevo Testamento. Especialmente en el Apocalipsis aparecen ecos de Ezequiel: sus palabras de desolación y promesas de esperanza, la visión de un nuevo templo y el profeta que come los pergaminos. Daniel tiene una gran importancia porque aporta terminología e imágenes para las descripciones que Jesús de Nazaret hace de sí mismo, como «Hijo del Hombre», una frase que también encontramos en Ezequiel y que Juan emplea repetidamente cuando describe las figuras glorificadas de sus visiones en la isla de Patmos. Las cuatro bestias de Daniel encuentran sus equivalentes en el león, el buey, el hombre y el águila de Ezequiel y del Apocalipsis. No hay que sorprenderse de que estos libros, a pesar de las dificultades que albergaba su interpretación, tuvieran gran influencia en el imaginario de la Iglesia primitiva. En el comentario a Ezequiel se citan más de cuarenta Padres de la Iglesia, algunos de los cuales han sido traducidos aquí al castellano por primera vez; pero el puesto de honor se lo llevan cuatro obras: las homilías de Orígenes y Gregorio Magno y los comentarios de Jerónimo y Teodoreto de Ciro, que crean puentes entre Este y Oeste, Norte y Sur. Una variedad semejante de Padres la encontramos también en los comentarios a Daniel. Tenemos una extensa colección de textos, escritos por Teodoreto de Ciro, Hipólito, Jerónimo e Iso?dad de Merv, que nos enriquecen por su amplitud de miras, al igual que se ofrecen valiosos comentarios de Efrén de Nisibi y Juan Crisóstomo, entre otros.