
Un día no datado de mi juventud... creí descubrir que el relato de Pinocho contenía ciertamente un anuncio, pero no, como había pensado hasta ese momento, un ambiguo mensaje moralista y exhortativo: más que sugerir las reglas de comportamiento, el libro desvelaba la verdadera naturaleza del universo; no me decía por sí mismo y en modo directo qué debía hacer, sino que narraba sin incertidumbres la historia del mundo y del hombre; no pretendía aconsejarme; más bien se ofrecía empáticamente a ayudarme a comprender. Bajo el velamen de la fábula, aparecía una doctrina nítida y definida, que los humildes han conocido y amado desde siempre. Más allá del encaje de los eventos narrados, y en apariencia perfectamente gratuitos, entreveía la visión de las cosas más alta y más popular... que se haya ofrecido nunca a la mente del hombre. Pinocho trata sobre la ortodoxia católica: he aquí la hipótesis que me iba persuadiendo poco a poco y me devolvía una lectura pacificada y gratificante de esta obra extraordinaria.
La Verdad no es una teoría abstracta en la cabeza de unos pocos individuos, sino el suelo sobre el cual todos encuentran estabilidad y fuerza, y la fuente en la que todos pueden saciar su sed de Dios y de vida eterna (Jn 4,14). Lo “católico” no es el resultado de mayorías fortuitas en sínodos ni de las ideas personales del Papa o de los obispos. El Magisterio está sujeto a la ley moral natural, así como a la revelación que concluyó con Cristo y los apóstoles, a las decisiones dogmáticas de los concilios ecuménicos y a las declaraciones ex cátedra del Papa. En los capítulos de este libro, sobre la indisolubilidad del matrimonio, sobre la validez de la Humanae Vitae, sobre la singularidad de la Iglesia, sobre el ecumenismo, sobre el desarrollo de la doctrina que excluye cualquier cambio de la misma a su contrario, sobre la posibilidad de que los cristianos no católicos reciban la comunión únicamente en peligro de muerte, sobre el sacerdocio y el celibato, y sobre otros artículos de la fe, el autor trata de exponer con la claridad necesaria lo referente a la doctrina salvífica de la Iglesia.
Julián Bacaicoa ha alcanzado la cúspide en su profesión y se ha convertido en el más connotado médico español especializado en oncología. Ha dedicado todos sus esfuerzos, su tiempo y su vida a la curación del cáncer. Ha recorrido el mundo cosechando aplausos y reconocimientos, llegando al vértice del prestigio humano. Su satisfacción y su orgullo no tienen límites. Es un hombre seguro de sí mismo, de su valía, de su poder. Mal que mal ha salvado la vida de incontables enfermos. Pero, ¿ha salvado su propia vida?
Llegado el momento en que todo tiene su final, ya anciano y enfermo, Julián se enfrenta a su propia existencia, marcada por una angustiante soledad. Poco a poco van apareciendo en su mente los años transcurridos, su actuar en cada circunstancia. Aunque no lo quiera, resulta inevitable que se pregunte si logró alcanzar la felicidad, y más aún, si consiguió hacer felices a quienes le rodeaban. Julián hace un doloroso recorrido en su afán de llegar a la verdad.
Una obra emocionante e inolvidable que lleva al lector no solo a cuestionarse lo que significa verdaderamente vivir, sino a un mundo de esperanza y de perdón.
Dos grandes pontífices hacen propio el sufrimiento de los pequeños y de todo el pueblo de Dios, lo cargan sobre sí mismos, intervienen con responsabilidad pastoral, interpretan con profundidad, en la fe, estos eventos. Habiendo trabajado al servicio de los dos, puedo confirmar que, a través de estos acontecimientos, ellos viven delante de Dios su servicio a la Iglesia y a la humanidad, dándonos testimonio ejemplar de amor a los pequeños, de humildad, de paciencia, de valentía, de verdad, de amor a la justicia. Con la gracia de Dios y con la guía de ellos, que el Señor ayude a su Iglesia a purificarse en profundidad para reencontrar plenamente la credibilidad en la misión y la alegría del servicio a los más pequeños. Federico Lombardi, S.J.
«Voz de Dios» se pensaba la conciencia, a causa de la autoridad prescriptiva absoluta de sus juicios. «He aquí la voz de Dios» se piensa hoy, más bien, en tono más humilde, conscientes de la necesidad de verificar la autenticidad de lo que resonó en lo íntimo con tanta fuerza categórica de obligación interior. ¿Quién habla en mí con la voz de mi conciencia? ¿Un intruso que vulnera mi libertad? ¿O un huésped, esperado desde siempre, por ser aliado y familiar, «más íntimo a mí que yo mí mismo»? Es necesario un discernimiento, ciertamente. Pero para ello se necesita más todavía una formación.
“Es necesario encontrar continuamente en lo que es ‘erótico’ el significado esponsal del cuerpo y la auténtica dignidad del don. Esta es la tarea del espíritu humano. Si no se asume esta tarea, el hombre, varón y mujer, no experimenta esa plenitud del ‘eros’ que significa el impulso del espíritu humano hacia lo que es verdadero, bueno y bello”.
JUAN PABLO II
“Llamados al amor atestigua la fascinación por la diferencia sexual, posibilidad singular de encuentro entre hombre y mujer. La sexualidad no es la diversidad que fractura, sino el fundamento de una relación fecunda en el amor, donde accedemos a la riqueza de la vida y su misterio”.
CARDENAL ANGELO SCOLA Patriarca de Venecia
“El ritmo de un poema puede ser el ritmo de una oración. En la sorpresa de un verso se agazapa a veces, como ciervo entre arbustos que enseguida huye, el reclamo de una gracia. Todas las palabras pasan, menos la suya. ¿Nos empujará al menos el vaivén de nuestras estrofas hacia su orilla?”.