Spinoza murió en enero de 1677. En noviembre de ese mismo año vio la luz su Ética, incluida en un paquete de obras póstumas financiado por sus amigos. Al siguiente, 1678, ya estaba condenada esa obra por el gobierno holandés. Hubo que esperar más de un siglo a que irrumpiera el rescate del pensamiento de Spinoza, iniciado por la vena más profunda de la ilustración alemana y el neopaganismo romántico de Goethe y continuado por el romanticismo filosófico y el idealismo absoluto germanos. Ese rescate marca un momento estelar del pensamiento contemporáneo. (De la Presentación de M. Garrido) La Ética es mucho más que la definición de marcos metafísicos en alianza pugna con un método. En la Ética hay mucho más. Por ejemplo, hay una extraña relación entre su título y su contenido, y no ya sólo porque esta «ética» sea en buena parte metafísica, doctrina del conocimiento, generalísima física especulativa y psicología, sino porque, cuando es ética, lo es de tal manera que no privilegia al hombre, y eso puede sorprender hoy –e incluso incomodar– a los temperamentos éticos. (De la Introducción de Vidal Peña) El recelo frente a las derivas utópicas marca el nacimiento de ética y política modernas, sobre la consigna lanzada por Maquiavelo: “conocer el tiempo y el orden de las cosas y acomodarse a ellos”. A ese llamamiento a favor de una desengañada cautela, tendrá que dar concepto el siglo xvii. ¿Es pensable una ética que se ajuste a las solas exigencias de la razón? ¿Y una política? Tal, el envite cuya entidad dibujará Spinoza al comienzo de esa inacabada prolongación de la Ética que quiso ser el Tratado Político. «Si la naturaleza humana estuviera dispuesta en el modo adecuado para hacer vivir a los hombres bajo el solo imperio de la razón, sin tender a cosa otra alguna, entonces el derecho de naturaleza no estaría determinado más que por la potencia de la razón. Pero…» (Del Epílogo de Gabriel Albiac)
Toda revolución en filosofía entraña un cambio radical en la concepción que esta tiene de sí misma. Ludwig Wittgenstein es en buena parte responsable de nuestra forma actual de entender la filosofía. La actividad filosófica, sus tareas, naturaleza y métodos han sidi profundamente modificados por su personalidad filosófica. Wittgenstein creía estar trabajando en un "nuevo" tema que no podía entenderse como un simple desarrollo dentro de la tradición anglosajona de filosofía. El presente estudio de K. T. Fann pretende colaborar en la díficil tarea de dar una interpretación adecuada al pensamiento de Wittgenstein. Para ello examina un buen número de importantes cuestiones, comenzando con el debatido problema de la relación entre el Tractatus y las Investigations (y de ambos con los Notebooks). Dentro del "primer Wittgenstein" analiza, entre otras, las siguientes cuestiones: el lenguaje como límite del pensamiento y como reflejo del mundo, las condiciones a priori necesarias para la construcción de todo lenguaje, y las proposiciones atómicas como reducto del análisis. Con respecto al "segundo Wittgenstein", Fann subraya su tendencia pragmatista, en cuanto a su perspectiva lingüística se refiere. La crítica del "análisis último" y de la definición ostensiva, el papel del aprendizaje, la analogía del lenguaje con la caja de herramientas, los juegos de lenguaje, los conceptos de "regla", "técnica" y "forma de vida", así como el problema del criterio unívoco de sentido, son algunas de las cuestiones que este distinguido profesor estadounidense se propone esclarecer.
Más que ningún otro pensador contemporáneo, Jürgen Habermas ha logrado integrar la crítica de la racionalización en una reconstrucción del proyecto de la modernidad. En su obra encontramos el gran bosquejo de una vía intermedia entre las oposiciones que desgarran a la cultura y a las sociedades modernas. La obra de Habermas puede considerarse en conjunto como un sostenido esfuerzo por repensar —a fondo— la idea de razón y la teoría de una sociedad democrática basada en ella. Los viejos modelos han caído en descrédito; y no disponemos todavía de modelos nuevos; pese a lo cual nos vemos en la necesidad de tomar cada día decisiones preñadas de consecuencias para el futuro. En la época de confusión que nos ha tocado vivir, la teoría crítica de la sociedad de Habermas puede servir para proporcionar a nuestro pensamiento alguna dirección, de la que tan menesterosos estamos. Y, en este aspecto, el pensamiento de Habermas no tiene par en la escena contemporánea. Sin embargo, ha resultado evidente que la principal dificultad para entender la obra de Habermas es la falta de una visión sistemática y comprensiva de su pensamiento. A consecuencia de ello, las discusiones críticas, en pro y en contra, se ven distorsionadas con demasiada frecuencia por malentendidos fundamentales. Cubrir tal necesidad es el objeto del presente estudio.
La filosofía analítica tiene más o menos unos cien años, y es ahora la fuerza dominante en la filosofía occidental. El interés por su desarrollo histórico aumenta día a día, pero hasta el presente no se ha dado ningún intento serio de dilucidar cuál sea exactamente su posición actual y de qué manera difiere de la llamada filosofía «continental». En esta obra de extenso alcance, Hans-Johann Glock sostiene que la filosofía analítica es un amplio movimiento sustentado por diversos lazos de influencia y variados aires de «parecido familiar». Tras analizar los pros y los contras de las diversas definiciones de la filosofía analítica, el autor analiza las cuestiones metodológicas, historiográficas y filosóficas suscitadas por esas definiciones. Finalmente, explora las amplias implicaciones intelectuales y culturales de la notoria división entre filosofía analítica y continental. Este libro será sin duda una guía inestimable para todo aquél que trate de comprender a la filosofía analítica y de qué manera se practica.
A comienzos del siglo XXI cobran fuerza la neuroética y la neuropolítica, empeñadas en descubrir las bases cerebrales de la conducta humana en lo moral y en lo político. Contando con la ventaja de conocer mejor el cerebro, se plantean de nuevo las grandes preguntas de la filosofía: ¿existen unos códigos morales inscritos en nuestro cerebro que nos permiten eliminar los códigos filosóficos y religiosos admitidos hasta ahora?, ¿apoyan los resultados de las neurociencias la construcción de sociedades democráticas abiertas, o más bien la formación de sociedades cerradas, que sólo internamente viven de la ayuda mutua?, ¿es posible descubrir los perfiles neurobiológicos de demócratas, republicanos, PSOE, PP, izquierdas, derechas, como promete el neuromarketing electoral?, ¿somos libres o estamos determinados a actuar por nuestro cerebro, un cerebro que según un buen número de autores funcionaría de forma tan mecánica como un reloj?, ¿es posible hablar con sentido de cosas tan importantes para la vida humana como responsabilidad y autonomía, bien y mal, o todo eso no es más que una ilusión? Y, por último, ¿qué se seguiría para la educación de las respuestas que pudiéramos dar a estas preguntas? El presente libro trata de responder a estas cuestiones críticamente, es decir, intentando discernir hasta dónde llegan las aportaciones positivas y dónde empiezan los límites.
Los trabajos de Gadamer recopilados en este libro (selección que él mismo autorizó y reconoció expresamente dejando constancia escrita de su aprobación) corresponden a prácticamente treinta años de una larga vida filosófica. Son escritos cuidados pero no academicistas; no son textos sobre arte, ni incursiones de la filosofía en él. Conllevan una proyección hermenéutica de la estética y estética de la hermenéutica, en la que el arte es no sólo comprensión del mundo sino, más aún, acontecer de la verdad, su ponerse en obra. Resultan claves para una reconsideración de la hermenéutica efectuada por quien es tenido como uno de los artífices de su concepción contemporánea. La escritura, el texto, la lectura, la interpretación se renuevan en una atención a las artes plásticas nada lateral. Platón, Aristóteles, Kant, Hegel, Heidegger... vienen a ser diálogo y conversación, incluso con Kafka. Literatos, historiadores del arte, filósofos, filólogos y artistas encuentran aquí terreno común.