Sinopsis: Se recoge en este volumen una selección de Actas de los mártires redactadas en África que, desde el punto de vista histórico, abarcan desde el año 180 hasta el 304, en que se emanan los cuatro edictos de Diocleciano que marcarán el fin de las persecuciones.
La elección ha sido principalmente geográfica, por lo que se encuentran escritos de diferentes épocas y tendencias doctrinales, incluyéndose también algunas actas que han sufrido reelaboraciones donatistas.
La selección, por tanto, incluye la Passio Marcelli y la Passio Felicis.
La literatura latina cristiana nació en África, puesto que allí se hicieron las primeras versiones latinas de la Biblia; allí surgieron, de la mano de Tertuliano, los primeros tratados teológicos en la lengua de Roma; y allí se escribieron, antes del final del segundo siglo, los primeros documentos martiriales en latín: las Actas de los mártires escilitanos.
Es lógico, por tanto, emplear el criterio geográfico en una selección como ésta.
El martirio, concebido como testimonio cruento en favor de la fe, representa, en todas las actas, la forma suprema de perfección cristiana, el modo más sublime de imitación de Jesucristo.
Esta concepción es el resultado de un lento progreso en el que se unen testimonio del Evangelio y muerte cruenta.
Antes de esta fusión, el testimonio por Cristo ya había asumido con san Pablo un carácter de participación en los sufrimientos y pasión del Redentor, y en los escritos joánicos la muerte de Cristo está en íntima relación con el testimonio que ha venido a dar al mundo.
Este testimonio es una prerrogativa de la comunidad porque es la misma existencia de la comunidad la que desencadena la persecución.
La Passio Perpetuae constituye la obra maestra de la literatura hagiográfica, por su patetismo y amplitud de miras, la obra más bella y original de toda la literatura cristiana de los primeros siglos, el arquetipo de todas las demás obras de este género.
La influencia de esta passio en las posteriores es un hecho claro que habla del gran valor que se ha dado siempre a esta obra.
Sinopsis: La obra de Clemente de Alejandría (h. 150-215) que ofrece el presente volumen constituye una invitación personal a la conversión. En la tradición cultural clásica un protréptico era, en sentido estricto y originario, un discurso de propaganda académica; por ello el autor cristiano adopta esta fórmula para presentar la primera tarea pedagógica del Logos divino, antes de presentarlo como Pedagogo y Maestro. Siguiendo un orden de prioridad, Clemente despliega su magisterio demostrando, en primer lugar, que el Logos de Dios es protréptico, porque exhorta e incita al cambio de vida y a la búsqueda de la verdad y de la salvación. Se trata de su primera obra literaria en la que ensalza a Cristo como intérprete y maestro del nuevo orden de realidades que establece el cristianismo. Utilizando el mismo método de los primeros apologistas cristianos, dibuja un cuadro de sombras y claros que descansa en la inmoralidad y necedad de los cultos, fábulas y misterios paganos por una parte, y, por otra, en la verdad y auténtica sabiduría de Cristo-Logos. Las exhortaciones transmitidas, llenas de piedad y optimismo, son válidas para el hombre de cualquier época. Se trata de la obra más sobria y mejor compuesta por el Alejandrino, donde aparecen todas sus mejores artes como escritor y moderador entre la cultura pagana y la cristiana. El resultado es un hermoso canto a la revelación divina. Con la publicación de este volumen se concluyen las tres obras más importantes de Clemente de Alejandría. Un autor de los primeros siglos del cristianismo que tiene mucho que decir a los lectores de nuestros días. En palabras del papa Benedicto XVI, Clemente de Alejandría «puede servir de ejemplo a los cristianos, a los catequistas y a los teólogos de nuestro tiempo» (Discurso del 18 de abril de 2007). Ciertamente su diálogo con la cultura de su tiempo puede marcar las pautas de la inculturación contemporánea.
Sinopsis: Tito Flavio Clemente nació probablemente en Atenas, de padres paganos, a mediados del siglo II de la era cristiana.
Pertenecía a una familia pagana y recibió una primera y esmerada educación también pagana.
Aunque ignoramos las circunstancias de su conversión, sabemos que hacia el año 190, Panteno –su maestro– le asocia a la enseñanza en la Escuela Catequética de Alejandría; y que diez años después le sucede en el magisterio y, tal vez, en la dirección de la misma.
Probablemente murió antes del año 215.
Durante los tres siglos posteriores a su muerte son numerosos los testimonios de estima y reconocimiento de su ciencia, ortodoxia y santidad.
Sinopsis: Sobre Victorino de Petovio son pocas las noticias de la antigüedad llegadas hasta nosotros. San Jerónimo en el De uiris illustribus le dedica estas líneas: “Victorino, obispo de Petovio, no conocía tan bien el latín como el griego. Por eso sus obras, excelentes en cuanto al contenido, aparecen menos valiosas en cuanto a la composición literaria. Son éstas: Comentarios al Génesis, al Éxodo, al Levítico, a Isaías, a Ezequiel, a Abacuc, al Eclesiastés, al Cantar de los Cantares, al Apocalipsis de Juan, Contra todas las herejías, y otras muchas. Al final, alcanzó la corona del martirio” (De uir. illus. 74). La ciudad de Petovio estaba situada en la Panonia Superior (hoy Ptuj en Eslovenia), lugar fronterizo entre la parte oriental y occidental del Imperio Romano donde convivían el latín y el griego. Victorino fue obispo de Petovio en la segunda mitad del siglo III, y murió mártir el año 304, durante la persecución de Diocleciano. El De uiris illustribus le atribuye un importante patrimonio literario, especialmente de carácter exegético; por desgracia, de todos los comentarios a los libros de la Escritura allí citados, sólo el último ha llegado íntegro hasta nosotros. Se trata, por cierto, del más antiguo comentario al Apocalipsis, que conocemos, lo que le confiere un valor histórico añadido al exegético. En la obra asoman los grandes temas teológicos, sobre todo, cristológicos y escatológicos, a los que, de modo especial, se presta el libro sagrado. Y de las otras obras, que san Jerónimo no especifica, únicamente conservamos el tratado De fabrica mundi, un escrito breve en extensión, aunque de no escaso interés teológico. A Victorino hay que reconocerle el mérito de ser el primer exegeta en lengua latina, propiamente dicho; antes que él ninguno de los Padres de occidente ha abordado la tarea de comentar, en su totalidad, alguno de los libros de la Escritura. Confluyen en sus escritos las dos tradiciones teológico-exegéticas: la asiática, propia de Ireneo y Tertuliano, y la alejandrina, representada por Orígenes.
"Y comenzando por Moisés y por todos los profetas [Jesús] les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él" (Lc 24,27).
Los Padres de la Iglesia indagaron a fondo en el Antiguo Testamento en busca de mensajes proféticos referidos al Mesías, y descubrieron que pocos libros bíblicos contienen tantas referencias mesiánicas como los Doce Profetas, también llamados los Profetas Menores no por la menor importancia de sus escritos, sino por la brevedad de los mismos.
Animados por el ejemplo de los escritores del Nuevo Testamento, los Santos Padres hallaron numerosos paralelismos entre los evangelios y los libros proféticos. Entre los acontecimientos profetizados encontraron no sólo la natividad, la huida a Egipto, la pasión y resurrección de Cristo, y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, sino también la traición de Judas, el temblor de tierra en la muerte de Jesús y el velo del Templo rasgado. Cada detalle asume así un enorme significado para la doctrina cristiana, como en el caso del bautismo, la Eucaristía y la relación entre la Antigua y Nueva Alianza, entre otros.
En estas páginas encontramos textos -algunos de los cuales se traducen al castellano por primera vez- de más de 30 Padres de la Iglesia, que van de Clemente de Roma, Justino Mártir e Ireneo de Lyón (siglos I-II) a Gregorio el Grande, Braulio de Zaragoza y Beda el Venerable (siglos VI-VIII). Desde el punto de vista geográfico las fuentes se extienden desde los grandes Capadocios -Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa-, Juan Crisóstomo, Efrén de Siria e Hipólito en Oriente, hasta Ambrosio, Agustín, Cipriano y Tertuliano en Occidente, además de Orígenes, Cirilo y Pacomio en Egipto.
Este volumen constituye, pues, un tesoro del que se pueden extraer riquezas antiguas y nuevas, para una mejor comprensión de la sabiduría de los Santos Padres.
En un mundo cada vez más globalizado, es prioritario el encuentro entre culturas, y al diálogo interreligioso le corresponde un papel de primera importancia en ese proceso.
Este pequeño volumen reúne cuatro escritos del cardenal Joseph Ratzinger dedicados al diálogo judío-cristiano con el espíritu de la declaración conciliar Nostra aetate, que supuso un punto de inflexión en la actitud de la Iglesia hacia el pueblo judío. El hoy papa Benedicto XVI se esfuerza por sacar a la luz los profundos vínculos que unen a la Iglesia con Israel, en una tendencia que ha cobrado fuerza a raíz del Vaticano II.
El autor dedica además páginas esclarecedoras al diálogo con las grandes religiones de Oriente, cuya experiencia de fe fundamental es de naturaleza mística. Ratzinger está convencido de que el contacto con estas tradiciones religiosas puede ayudar al cristianismo a reavivar y profundizar su propia dimensión mística y apofática
Sinopsis: Basilio de Cesarea (330-379), uno de los grandes Padres de la Iglesia Oriental, destacó entre otras razones por sus brillantes dotes de orador. Nos ha legado una interesante producción homilética difícil de abarcar, tanto por su diversidad temática como por su extensión. Las homilías que se presentan en este volumen, muchas de ellas en primera traducción al castellano, reflejan mejor que otros discursos el aspecto pastoral de su actividad. Tienen en general una intención moral y contienen numerosas citas de la Sagrada Escritura. Los Panegíricos a los mártires son el testimonio y la memoria de aquellos que, con el sacrificio de su vida, sellan su adhesión inquebrantable a Cristo. Mediante una acertada argumentación, Basilio logra su propósito final: despertar la devoción de sus oyentes y exhortar a la imitación; sin dejar de lado, en alguno de los panegíricos, su postura ante las herejías en auge. El segundo conjunto de discursos, las Homilías contra las pasiones, nos transmite imágenes de la vida cotidiana en Capadocia durante la época imperial y es una fuente de información de gran valor para la historia de la moral y las costumbres de la época. Basilio, observador minucioso, logra vívidas descripciones que le proporcionan argumentos contra aquellos que obran en oposición al ideal evangélico. El encuentro, siempre nuevo, con los Padres de la Iglesia nos brinda la oportunidad de revalorar temas y soluciones que siguen siendo actuales.
El Evangelio de Mateo destaca como uno de los textos bíblicos preferidos por los Padres de la Iglesia a la hora de estudiar y proclamar la Palabra de Dios.
La tradición de comentarios patrísticos sobre Mateo comienza a mediados del siglo tercero con el que lleva a cabo Orígenes.
En el occidente de lengua latina, donde los comentarios no aparecieron hasta aproximadamente un siglo más tarde, el primer comentario sobre Mateo lo escribió Hilario de Poitiers a mediados del siglo cuarto.
Desde entonces, el primer Evangelio se convirtió en uno de los textos más frecuentemente comentados por los Santos Padres. Entre ellos sobresale el comentario de Jerónimo, en cuatro libros, y el Opus imperfectum in Matthaeum, obra muy valiosa, aunque anónima e incompleta. Se conservan también fragmentos de catenas griegas, que se derivan de comentarios realizados por Teodoro de Heraclea, Apolinar de Laodicea, Teodoro de Mopsuestia y Cirilo de Alejandría.
Las antiguas homilías también ofrecen extensos comentarios sobre el primer Evangelio. Destacan entre ellas las noventa homilías de Juan Crisóstomo y las cincuenta y nueve de Cromacio de Aquileia. Además, existe un buen número de homilías dominicales y de días festivos compuestas por grandes figuras, como Agustín y Gregorio Magno, entre otros.
Esta rica abundancia de comentarios patrísticos, muchos de los cuales presentamos aquí traducidos al castellano por primera vez, nos ofrece un generoso y variado alimento sobre la antigua interpretación del primer Evangelio.
Los Padres de la Iglesia consideraban que los evangelios no se debían emplear, primariamente, para el análisis y estudio personal; por ello se leían y se explicaban dentro de la liturgia de la comunidad cristiana. Los textos evangélicos servían para orientar y corregir pastoralmente a los que se habían comprometido a seguir el camino de Jesús. Si bien los evangelios de Mateo y Juan eran, en general, los preferidos por los Santos Padres, cuando llegaba el tiempo de Navidad, Pascua y otras fiestas importantes, el que más se utilizaba era el de Lucas, debido a la narración que contiene sobre la infancia de Jesús, y a otros pasajes que solamente se encuentran en este evangelio.
Durante el periodo patrístico primitivo, la tradición de la lectura continuada (lectio continua) de los evangelios se desarrolló de tal manera que en un ciclo de tiempo determinado se leía, en secciones, un Evangelio completo, y se explicaban estas lecturas con homilías durante la liturgia diaria o semanal.
De entre las homilías que se han conservado, este volumen recoge textos de Orígenes y Cirilo de Alejandría. Pero aparte de las homilías, poseemos tratados teológicos, cartas pastorales y catequesis diversas en las cuales los Padres también afrontaron distintos temas exegéticos. Al igual que en otros volúmenes de esta colección, los lectores encontrarán escritos que van del siglo primero al octavo, pertenecientes a Padres de Oriente y Occcidente. Entre los más célebres podemos citar a Ambrosio, Atanasio, Agustín, los Capadocios, Juan Crisóstomo, Juan Damasceno y Beda el Venerable; y entre los menos concocidos a Juan Casiano, Filoxeno de Mabbug y Teofilacto.
Este volumen nos ofrece tesoros de sabiduría antigua -algunos de los cuales se traducen por primera vez al castellano-, que permiten a los Santos Padres hablar con agudeza y convicción a la Iglesia de hoy.
El P. Antonio Orbe ha consagrado toda su vida al estudio de los primeros siglos cristianos. Sus numerosas y decisivas obras han descubierto dimensiones insospechadas en la teología y exégesis primitivas. Ha sabido ahondar, como ningún otro estudioso, en los escritos de los heterodoxos y de los eclesiásticos.
Esta es una de sus últimas investigaciones, y en ella afronta los más importantes temas de la teología primera, desde los trinitarios a los escatológicos. El P. Orbe adelanta que de ordinario la crítica ha impuesto pesadamente orientaciones y categorías que han impedido descubrir lo que los autores, heterodoxos y ortodoxos, han querido decir. El P. Orbe desentierra cuestiones de transcendencia dogmática que todavía hoy pueden esclarecer aspectos fundamentales de la revelación. Muestra con todo vigor que en el siglo II queda mucho terreno por roturar y mucho espacio para la reflexión teológica.
El lector podrá descubrir los caminos seguidos por la más pristina reflexión cristiana y el nacimiento de los má antiguos espequemas teológicos a la par que se le ofrecen infinidad de aspectos susceptibles de futuras investigaciones.