La segunda mitad del siglo XIX ha sido considerada la edad de oro de la literatura y el pensamiento rusos. Nombres como Gógol, Tolstói, Turguénev, Dostoievski, Tiútchev, Soloviov, Filareto o Bújarev testimonian en su vida y en sus obras el alma rusa de manera desbordante.
Siendo cierto lo anterior, no conviene perder de vista que mucho antes de que los intelectuales hubieran alcanzado la suficiente madurez para intentar entender la hondura de la «autohumillación de Cristo», la actitud del pueblo ruso se nutría de la llamada evangélica a la mansedumbre, la pobreza y la obediencia. No en vano, desde tiempo inmemorial la gente humilde fue capaz de encarnar esta idea cristiana y recibir de ella la fuerza para vivir con una mínima dignidad su pobre y sufriente existencia.
Sólo más tarde fueron los intelectuales y literatos quienes en sus obras reflejaron con agudeza aquella paradójica verdad. Sobre esta categoría sorprendente de la autohumillación gira este original ensayo.
Este libro busca un sentido a la trascendencia. En él la voz del profeta se pone al lado de la del filósofo. Esto se hace una vez que se ha logrado romper el ser y su lenguaje para salir fuera de su estructura. Es ahora –no antes– cuando aún tímidamente Levinas denomina Dios al Infinito, cuando Dios, que rompe todo nuestro lenguaje, puede ser invocado sin caer en las redes predicativas de la ontología.
El apresuramiento habitual convirtió a Dios en un ente y, de este modo, lo transformó en un ídolo a medida del hombre en las diversas ontologías discursivas. El proceder de Levinas exige el largo desierto ateo de una superación de todas las teologías hasta que la voz del profetismo pueda ser oída en su pureza incontaminada.
Tal profetismo no es tanto una revelación de Dios como del hombre, de su subjetividad creatural herida y sufriente por el otro que se impone en una responsabilidad que no admite escapatoria.
Cuando en el siglo XVI Lutero quiso volver al fundamento del cristianismo utilizó el adjetivo «solo»: solus Deus, sola gratia, sola fides, sola Scriptura. En el siglo XX, Balthasar ha propuesto el amor como clave comprensiva: no sólo se revela como fundamento de la teología cristiana, sino como el único lugar donde ésta puede rejuvenecerse y tener credibilidad.
El centro del cristianismo lo constituye el Amor, que es Dios en sí mismo y el origen de toda la realidad, que se ha revelado en la cruz de Cristo y ha sido derramado en nuestros corazones por su Espíritu. Sólo el amor, porque es lo único que nos garantiza el todo de la realidad de Dios y del mundo, sin confusión y sin separación.
A lo largo de las páginas de esta obra emblemática, Balthasar anticipa las líneas de su propuesta teológica y ofrece una perfecta síntesis de su pensamiento.
Ensayo de teología sistemática. Dios se comunica con el hombre de una manera privilegiada en Jesucristo, pero también a través de otras mediaciones segundas como la Iglesia. En estas últimas lo hace de manera paradójica.
El primer tomo de esta obra afrontó la cuestión de la revelación de Dios en la modernidad; en el segundo tomo se presentó el itinerario seguido por el Verbo de Dios desde el comienzo de los tiempos hasta hacerse carne en Jesús (II/1).
En esta última entrega, el autor prolonga su reflexión a través de la historia de la Iglesia estudiando las siguientes cuestiones candentes de la misma: su reestructuración, unidad y diversidad, defección de los fieles, escasez de clero, promoción del laicado, autoridad y reparto de responsabilidades, unión de las iglesias, relaciones con las otras religiones, teología del pluralismo religioso…
La preocupación por el futuro de la Iglesia invita a recuperar la inspiración del humanismo evangélico a fin de volver a entrar en comunión con un mundo que se cierra a la llamada de la fe.
A lo largo de su existencia, los hombres experimentan un deseo irrefrenable de trascendencia, que históricamente ha recibido el nombre de «Dios». Y sin embargo, en distintas épocas esta constatación se ha vuelto conflictiva, hasta el punto de poner bajo sospecha la posibilidad de alcanzar con el conocimiento algún aspecto de esta Realidad última.
La filosofía, sin embargo, se ha caracterizado desde el principio por su afán irreductible de abordar cualquiera de las cuestiones decisivas que brotan del corazón humano. Por este motivo, cada época se ha esforzado por encontrar itinerarios verdaderos que conduzcan a Dios o por desenmascarar aquellos que son falsos.
El deseo y la memoria, junto a la vivencia del sufrimiento que suele golpear al ser humano en algún momento de la vida, se han revelado como lugares privilegiados desde los que reflexionar a fin de hallar sentido a la existencia.
Sumergirse en los textos griegos del Nuevo Testamento constituye una experiencia enormemente enriquecedora tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual. Ello permite captar la fuerza y los matices que tantas veces se pierden en las traducciones. Precisamente como estímulo y facilitador de la lectura directa de los textos originales presentamos este Vocabulario griego del Nuevo Testamento.
Esta obra, concebida para una consulta rápida y fiable, no se dirige en exclusiva a los especialistas, sino que aspira a resultar útil también a los estudiantes e incluso a cualquier persona que, con unos conocimientos básicos, desee leer el Nuevo Testamento en su lengua original.
En la primera parte se ofrecen todos los términos griegos que aparecen en el Nuevo Testamento, acompañados de su transliteración castellana y de su correspondiente traducción. La segunda parte recoge un listado orientativo de palabras castellanas con su versión griega, pensado para propiciar el acceso a los términos que subyacen a las traducciones; esta parte se completa con el elenco de los nombres propios que aparecen en el Nuevo Testamento. La tercera y última parte contiene una breve morfología del griego neotestamentario.
Jesús Pulido, especialista en filología bíblica, ha preparado esta edición a partir del gran Diccionario exegético de Balz y Schneider.
Esta gran obra articula en un desarrollo unitario y coherente la totalidad litúrgico-sacramental, ofreciendo una respuesta a la sensibilidad y reivindicación simbólica del hombre actual.
1. Sacramentos de iniciación cristiana; bautismo y confirmación (Tena-Borobio); 2. Eucaristía (Aldazábal); 3. Penitencia (Aliaga); 4. Matrimonio (Borobio); 5. Orden (Oñatibia); 6. Unción de enfermos (Borobio); 7. Exequias (Llopis).
Estuvo a punto de ahogarse en el agua de su bautismo, pero morirá en las cámaras de gas de Ravensbrück por ayudar a los judíos. La vida de la Madre María Skobtsov (1891-1945) es toda una novela. Épica, trágica. Estrella de los salones literarios de San Petersburgo, socialista-revolucionaria encargada de asesinar a Trotski, alcalde de una villa a orillas del mar Negro, exiliada en Europa, madre de tres hijos, ella lo ha vivido todo. Tentada por el ateísmo tras la muerte de su padre, fue visitada por Dios con ocasión de la muerte de su hija Anastasia. Casada y divorciada dos veces, toma el hábito monástico en 1932.
Pero en vez del desierto del claustro prefiere el desierto de los corazones consumidos por la historia. En lugar de la disciplina del convento, la bohemia de una vida entregada al soplo imprevisible del Espíritu. ¿Su meta? Vencer la desmesura. ¿Su regla? Darse totalmente, vivir la compasión hasta la locura de la Cruz. En París ella será la madre de todos los heridos por la vida, vagabundos, locos y perseguidos.
Y sin embargo Madre María también fue teóloga y artista. Como signo de su fe y de su lucha, ha dejado iconos, diseños y textos elocuentes sobre los fundamentos místicos de la relación con el otro, la espiritualidad y la acción social, el sentido del trabajo, el monaquismo en el mundo, la libertad en la Iglesia, el acto creador. Estela de una vida y de una reflexión poderosamente inspiradoras, este libro quiere ser el eco de la llamada, profética y provocadora, que Madre María había deseado ser.
Este libro quiere ser una palabra y una pregunta a la vez que un testimonio agradecido ante Dios. Todo ello supone que la invocación orante ocupe siempre el fondo y la distintas reflexiones y argumentos que caracterizan a la teología se muevan en un segundo plano.
Sin ser exhaustivo, sabiendo que el tema es imposible de agotar, los diferentes capítulos de esta obra son otras tantas aproximaciones y evocaciones para no quedar aprisionados en el silencio; son una invitación a contemplar el misterio desde distintos ángulos.
«Dios mío» (cap. 1) hace referencia a la actitud primera que es posible tener ante Dios y que no es otra que la invocación y la adoración. «Dios divino» (cap. 2) subraya la trascendencia de Dios, donde su majestad, santidad y gloria impiden al hombre reducirlo y manipularlo según sus propias categorías humanas. «Dios real » (cap. 3) descubre un Dios en sí como gracia y salvación para el hombre también en sus necesidades intramundanas. Por último, «Dios histórico» (cap. 4) presenta a Dios en el tiempo y en la historia concreta de los hombres como un Dios vivo y de vivos que comparte su destino con cada uno de ellos.
El «amor a las letras» es en realidad el amor a la literatura: arte que usa las palabras como medio para llegar a la belleza. Los monjes de la Edad Media dedicaban su tiempo a meditar en los textos sagrados. En este sentido, no hacían otra cosa que seguir a los antiguos, para quienes meditar consistía en leer un texto y aprendérselo de memoria, es decir, poniendo en dicha actividad todo el ser.
La palabra escrita, leída y escuchada se manifiesta como una especie de punzada imprevista que desagarra el alma adormecida y la despierta para que preste atención a Dios (Gregorio Magno). La palabra se convierte en camino privilegiado para ahondar en el misterio de la realidad, orientarse en el laberinto del ser humano y alcanzar el misterio último que es Dios.
Conocer la palabra, es decir, su lógica, su gramática y sus posibilidades, permite recuperar la cultura clásica y hacer con las palabras actuales una cultura nueva. Por esta razón, al indagar sobre los autores monásticos medievales, en realidad se está recuperando una parte esencial de la cultura de Occidente que sustenta el presente. El amor a la palabra escrita que permanece es, pues, amor a la verdad que sobrevive a lo largo del tiempo.