Los dos libros que se incluyen en este volumen no aparecen en la Biblia hebrea, aunque sí en la Septuaginta y en la Vulgata. Por ello son catalogados como «deuterocanónicos». Como se podrá ver por los comentarios incluidos en estas páginas, salvo escasos escritores eclesiásticos de los siglos iii-v, la Iglesia Católica los ha considerado inspirados por Dios y dentro del canon bíblico, como lo definió el Concilio Ecuménico de Trento (1546) y lo ratificó el Vaticano I (1870). En los tres primeros siglos cristianos, los escritores citan el libro de la Sabiduría como inspirado por Dios. En los siglos siguientes, a excepción de algunos, como san Atanasio, san Jerónimo, san Epifanio o san Juan Damasceno, por ejemplo, consideraban la Sabiduría como libro apto para la edificación de los fieles, pero no para probar los dogmas, y también como canónico. Así, san Agustín defendió su inspiración frente a los semipelagianos. Estos titubeos afectaron a muchos comentaristas patrísticos, que no se fijaron con detenimiento en este libro. A pesar de ello, el lector contemporáneo puede encontrar en estas páginas las interpretaciones más importantes de las distintas regiones cristianas de la Antigüedad. También las dudas sobre la inspiración del texto de Sirac, o libro del Eclesiástico, y sobre todo al carácter primordialmente moral de su contenido, pusieron en un segundo lugar los comentarios de los exegetas cristianos de los primeros siglos. De esta manera encontramos el primer comentario completo sobre este libro a finales del siglo viii, de manos de Rábano Mauro. No obstante, sus exhortaciones a la práctica de la virtud fueron objeto de muchos sermones y exhortaciones patrísticas. Un ejemplo de este interés de la exégesis primera son las glosas paradigmáticas de los autores orientales y occidentales del cristianismo antiguo que recuerdan las páginas del presente volumen.
Reflexiones breves y sencillas sobre el matrimonio y la familia con las que el papa Francisco ha conseguido conmover e iluminar a millones de fieles.
La obra contiene la serie completa de catequesis pronunciadas en sus audiencias de los miércoles entre el 10 de diciembre de 2014 y el 16 de septiembre de 2015. Fue precisamente en esta última audiencia donde el papa Francisco anunció:
Esta es nuestra reflexión conclusiva sobre el tema del matrimonio y la familia. Estamos en vísperas de acontecimientos hermosos y arduos, que están directamente relacionados con este gran tema: el Encuentro mundial de las familias en Filadelfia y el Sínodo de los obispos aquí, en Roma.
La personalidad de Ambrosio de Milán emerge en la historia del pensamiento patrístico como uno de los Padres de la Iglesia que tuvieron un lugar más destacado en la vida cristiana de Occidente. Nacido en Tréveris hacia el año 340, se traslada a Roma en 354 y es nombrado gobernador de Liguria y de Emilia en 370. En el año 374, siendo todavía gobernador y sin haber recibido el bautismo, fue elegido obispo de Milán.
La obra que tenemos el gusto de ofrecer al lector es su célebre tratado De officiis, que hemos traducido por Los deberes. El título de este tratado ambrosiano es el mismo de otros autores clásicos latinos, como Cicerón, Séneca y Suetonio. Es más, Ambrosio tendrá a la vista sobre todo el modelo ciceroniano.
El presente tratado está dirigido por el obispo de Milán a sus «hijos espirituales», siguiendo en esto, de modo semejante, la dedicatoria del tratado De officiis del maestro de Arpino a su hijo Marco. Esta finalidad formativa es una de las claves de lectura del presente escrito, tal vez la más relevante, que nos permite calibrar la importancia de la aportación ambrosiana.
Es claro para Ambrosio que el modelo del cristiano está fundamentado en las virtudes humanas, aunque, como hacen otros Padres de la Iglesia, este basamento se ve enriquecido por las virtudes sobrenaturales recibidas en el bautismo.
Otro aspecto que está presente en Cicerón y en Ambrosio es la necesidad de utilizar las virtudes no solo como soporte de una personalidad arquetípica, sino como la única forma de hacer que esos hábitos se hagan operativos.
También queda muy patente la gran valoración que hace Ambrosio de los ejemplos de vida (exempla), que tienen delante una realidad histórica bien precisa al tratarse de figuras que se encuentran en la Sagrada Escritura.
San Jerónimo es, entre los Padres de la Iglesia, una de las figuras más interesantes y dinámicas. En este comentario nos ofrece un sustancioso ensayo de su extraordinario genio. Es casi un compendio de doctrina, extraída de las Escrituras. Suscita mayor interés el hecho de que san Jerónimo se detiene preferentemente en los pasajes más escabrosos del Evangelio de san Marcos. Impresiona, sobre todo, la audacia de las imágenes y la original penetración en el sentido espiritual de las Escrituras. Excavando en cada una de las palabras, logra encontrar una riqueza insospechada. Hasta tal punto que interrumpe algunos de sus razonamientos para prevenir eventuales objeciones, diciendo: "¿Creéis que forzamos la Sagrada Escritura?", e indica que aquellos que se atienen sólo a las palabras "siguen la letra que mata, y no el espíritu que vivifica?. Y más adelante añade: "Todo lo que soy capaz de entender, no lo quiero entender sin Cristo, el Espíritu Santo y el Padre. Nada de ello puede serme agradable si no lo entiendo en la Trinidad que me ha de salvar". De ahí, de esa sabiduría, brota toda la luz de este comentario, enormemente precioso y moderno, con intuiciones excepcionales.
Bajo este título se publican por primera vez en lengua española tres escritos de san Gregorio de Nisa.
Tienen en común estos escritos que versan sobre la dignidad y exigencias de la vocación cristiana, y ponen en evidencia el carácter cristocéntrico que debe tener la vida cristiana, concebida como una imitación de Cristo.
Los títulos de estos escritos son ya bien elocuentes: "Qué significa el nombre de cristiano" (carta dirigida a Armonio); "Sobre la perfección" (opúsculo dedicado a Olimpio); "La enseñanza de la vida cristiana".
Estas tres obras pertenecen a la época de madurez de Gregorio, y son de suma actualidad e importancia. Ellas, en efecto, sintetizan su visión teológica y su doctrina espiritual en torno a la naturaleza del cristiano y a la espiritualidad que dimana del bautismo.
Los libros de Ezequiel y Daniel tienen una gran riqueza de imágenes, muchas de las cuales serán usadas después por el Nuevo Testamento. Especialmente en el Apocalipsis aparecen ecos de Ezequiel: sus palabras de desolación y promesas de esperanza, la visión de un nuevo templo y el profeta que come los pergaminos. Daniel tiene una gran importancia porque aporta terminología e imágenes para las descripciones que Jesús de Nazaret hace de sí mismo, como «Hijo del Hombre», una frase que también encontramos en Ezequiel y que Juan emplea repetidamente cuando describe las figuras glorificadas de sus visiones en la isla de Patmos. Las cuatro bestias de Daniel encuentran sus equivalentes en el león, el buey, el hombre y el águila de Ezequiel y del Apocalipsis. No hay que sorprenderse de que estos libros, a pesar de las dificultades que albergaba su interpretación, tuvieran gran influencia en el imaginario de la Iglesia primitiva. En el comentario a Ezequiel se citan más de cuarenta Padres de la Iglesia, algunos de los cuales han sido traducidos aquí al castellano por primera vez; pero el puesto de honor se lo llevan cuatro obras: las homilías de Orígenes y Gregorio Magno y los comentarios de Jerónimo y Teodoreto de Ciro, que crean puentes entre Este y Oeste, Norte y Sur. Una variedad semejante de Padres la encontramos también en los comentarios a Daniel. Tenemos una extensa colección de textos, escritos por Teodoreto de Ciro, Hipólito, Jerónimo e Iso?dad de Merv, que nos enriquecen por su amplitud de miras, al igual que se ofrecen valiosos comentarios de Efrén de Nisibi y Juan Crisóstomo, entre otros.
Camino de Emaús, Jesús les explica la verdad a los discípulos, y el corazón les ardía. Pero al final las palabras no bastan, y dicen: «¡Quédate con nosotros!». Necesitan la presencia viva de la persona. Esta imagen es extraordinariamente moderna: la filosofía contemporánea apunta al personalismo; más allá de las ideas abstractas, insiste en el contacto físico: la relación solo puede darse gracias a un cuerpo, una voz, algo concreto. La eucaristía es el sacramento de la presencia personal de Cristo en todo lo que existe, en la vida, en lo que comemos y en lo que vivimos. Ante los dramas de hoy, hemos de volver a descubrir la eucaristía como presencia del sacrificio de Cristo, actualización de su muerte y resurrección. Pero la eucaristía es también divinización: llevamos al altar un pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, y recibimos a cambio el mismo pan, pero consagrado. Del mismo modo estamos llamados a llevar al altar nuestra vida tal como es y a recibirla nueva de manos de Dios. Ahí está el secreto para transformar nuestra vida personal y la historia humana.
Matrona romana de gran cultura, madre de familia, enamorada de las Escrituras y de Virgilio, considerada la primera poeta cristiana (siglo iv), Proba es una gran desconocida para la mayoría del público en general, pues siempre han destacado los grandes Padres de la Iglesia, pero de las mujeres estudiosas de la Biblia apenas se ha sabido gran cosa. Apenas existen trabajos de investigación en castellano sobre Proba, como tampoco traducción al español de su poema. Hemos tratado de lograr una traducción clara y fácil y que no abuse de los términos puramente poéticos, ya que quizá la característica esencial de los versos virgilianos es lograr una construcción mágica a partir de palabras más bien sencillas. Y lo que pretende Proba precisamente es hacer un poema cristiano a partir de los versos de Virgilio.
Este libro es fruto de un experimento: comunicar a estudiantes universitarios de las más variadas disciplinas lo esencial del discurso teológico. Un discurso cuya palabra e inteligencia (lógos) parten de la experiencia de Dios, que se hace accesible a través del seguimiento de Jesús dentro de la comunidad de sus discípulos. Se trata de plasmar en palabras, de forma consciente y crítica, el significado de lo que ya se vive en la fe, mostrando que el acto de creer está plasmado, en sí mismo y hasta el fondo, por Aquel en quien se cree. Este es el hilo conductor de los diferentes temas que se irán sucediendo: un viaje desde la fe como respuesta responsable hacia su Objeto o, mejor dicho, su Sujeto: el Dios que se dice en Jesucristo, diciéndose a sí mismo y a nosotros en él.
Junto con su amigo Gregorio de Nacianzo y a su hermano Gregorio de Nisa, Basilio de Cesarea forma el grupo de los denominados «Padres capadocios», que desempeñó un papel decisivo en la vida y la doctrina cristianas del s. IV.
Y quizá el «Magno» –como se lo apodó ya en la Antigüedad– sea el más polifacético de los tres: creyente, pastor, teólogo, defensor de la misión eclesial frente al poder político, asceta y organizador de la vida monástica, predicador, maestro espiritual, escritor…
Las llamadas Reglas Morales, con sus «Prólogos», destacan en su extensa obra literaria.
Todas ellas están originariamente dirigidas a los mismos destinatarios, los creyentes de a pie; todas orientadas al mismo fin: tener «plena certeza de cuáles son las obligaciones» esenciales de un cristiano que quiera vivir el Evangelio con coherencia; todas marcadas por un estilo peculiar respecto al resto de la producción basiliana.
Según J. Quasten, «constituye la pieza más antigua y más importante del corpus asceticum».
Precisamente en esta obra se revela Basilio del modo más auténtico y da lo mejor de sí mismo: aquí emplea todos los recursos de su espíritu, comunica su sentir más profundo, abre su corazón con toda franqueza, sin preocuparse de mediar culturalmente y sin artificio literario alguno, de modo que este es el primer libro que debe leer quien quiera conocer de verdad a Basilio: no hay más que escucharlo, ante todo cuando habla a sus hermanos en la Iglesia, que comparten con él –con el mismo empuje y seriedad– «el objetivo de complacer a Dios».
Las introducciones, comentarios y notas ayudan a profundizar en distintos aspectos de la obra de este gran Padre de la Iglesia.
La presente traducción es la primera edición íntegra de esta obra que se publica en castellano.