Dada la innegable importancia de los primeros siglos de la era cristiana para la fijación del credo y la constitución de la Iglesia, se analiza la cristología patrística hasta el año 451 (concilio de Calcedonia), que constituye una auténtica historia de fe.
I. El nacimiento de la cristología; II. Las primeras interpretaciones teológicas de la persona de Jesucristo desde Orígenes hasta el concilio de Efeso; III. Kerigma-Teología- Dogma: Efeso y Calcedonia.
En algún momento, los historiadores de la religión, los estudiosos de la Biblia y los teólogos de la fe cristiana se han visto urgidos a responder una pregunta enormemente compleja y, sin embargo, crucial: ¿Cómo, cuándo y por qué surgió la devoción a Jesús? O dicho con otras palabras, ¿a partir de qué momento se comenzó a rendir culto a Jesús por considerarlo ya una persona divina?
El monumental estudio de Larry Hurtado aporta un arsenal de datos y, sobre todo, una nueva perspectiva en este tema tan delicado. Así, dejando en un segundo plano la preocupación por la cuestión del Jesús histórico, se plantea de forma exhaustiva la función que desempeñó Jesús en la religión de los primeros creyentes cristianos.
Para llevar a cabo esta empresa, la investigación no rehúye ninguna de las fuentes antiguas: desde la Escritura y los escritos de figuras como Ignacio de Antioquía o Justino, hasta textos apócrifos como el Evangelio de Tomás y el Evangelio de la verdad. Con todo, el interés mayor reside en la búsqueda y el esclarecimiento de las primeras confesiones de fe cristianas sobre Jesús, las oraciones dirigidas a él, el uso de su nombre en los exorcismos, bautismos y curaciones, la invocación ritual de Jesús como «Señor», el martirio y otros fenómenos menos conocidos, como las posturas usadas al orar o la curiosa práctica de los nomina sacra.
La aparición de Señor Jesucristo inaugura, sin duda, una nueva etapa de la investigación de la cristología primitiva y de los estudios sobre el primer cristianismo.
Pablo, Silvano y Timoteo anunciaron el evangelio en Corinto y fundaron allí una pequeña comunidad. Sin embargo, poco después llegaron a la ciudad otros misioneros que les acusaban de haberse presentado sin cartas de recomendación que los avalaran, de no poder aducir experiencias religiosas extraordinarias y de carecer de la elocuencia y de la presencia que los acreditara como mediadores religiosos. Los corintios quedaron hechizados al ver en estos misioneros un estilo de vida que encajaba mejor en el mundo en que vivían.
Cuando Pablo se enteró de lo que estaba sucediendo en la joven comunidad de Corinto, reaccionó enseguida enviándoles una carta por medio de Timoteo. Aquella misiva se encuentra ahora recogida dentro de la Segunda carta a los corintios y expone, con gran frescura y originalidad, los rasgos fundamentales del ministerio cristiano, entendido como un servicio a Dios y una entrega en profunda unión con Cristo.
Tras ejercer como profesor de filosofía en la universidad de Jena, Fichte tuvo que abandonar su cátedra en 1799 a causa de las acusaciones de ateísmo (panteísmo, spinozismo) vertidas contra su filosofía.
Un año después, ya en Berlín, publica El destino del hombre, con el fin de hacer llegar sus ideas a cualquiera que «sencillamente sea capaz de comprender un libro». El resultado final supera, sin embargo, estas humildes expectativas, ya que el lector asiste sorprendido a un genial y riguroso ejercicio de filosofía primera.
En dicho ensayo, Fichte aborda alguna de las cuestiones que se habían planteado en la triste disputa de Jena sobre «el ateísmo», pero también se ocupa de la difícil fundamentación del yo a partir de la acción. La obra reviste, por otra parte, un interés historiográfico, ya que ayuda a entender la evolución del idealismo alemán. No obstante, su mayor logro consiste en plantear con gran libertad literaria cuestiones que siguen siendo centrales para la filosofía actual: la conciencia inmediata, la intuición, la intersubjetividad o la existencia misma de una conciencia moral.
La literatura cristiana primitiva en general y el Nuevo Testamento en particular contienen numerosas referencias al fenómeno de la posesión por espíritus y variados ejemplos de la práctica exorcista. Aunque en algunos textos se cuestione la autenticidad de ciertos casos de posesión o la honradez de ciertos exorcistas, en ninguno se pone en duda la existencia de espíritus capaces de poseer a las personas, ni de individuos capaces de exorcizarlos.
Espíritus, posesos y exorcistas forman parte de la realidad cultural de la Antigüedad. De igual manera, el fenómeno de la posesión ha tenido un papel central en Jesús, en el movimiento creado por él y en los orígenes del cristianismo.
Este libro quiere contribuir a la exégesis histórica del tema ofreciendo una interpretación social y culturalmente contextualizada de los testimonios existentes sobre la creencia en la posesión espiritual y las prácticas exorcistas en el movimiento de Jesús.
El presente ensayo trata de aproximar la figura y las comunidades del apóstol Pablo a los lectores de nuestros días, pero no desde una perspectiva tradicional-teológica, sino histórico-contextual.
A la hora de abordar las cartas paulinas, la mayoría de los autores han centrado sus esfuerzos en los contenidos religiosos que aquellas transmitían, obviando la importancia del ambiente greco-romano que las está condicionando.
Conviene tener en cuenta, no obstante, que el culto al emperador configuraba de manera absoluta aquella sociedad y las relaciones políticas, económicas, religiosas y culturales existentes. Hasta el punto de determinar en gran medida a Pablo y a las comunidades cristianas que recibieron sus escritos.
Cuando a finales de los años cincuenta Joseph Ratzinger era un joven teólogo, dictó un curso en Viena sobre el concepto «hermano» según el cristianismo.
¿En dónde radicaba la originalidad de este análisis? ¿Por qué sigue siendo válido?. He aquí las cuatro tesis que defiende: 1) la fraternidad depende del concepto que se tenga de la paternidad de Dios y de cómo sea Dios; 2) la fraternidad cristiana está siempre por delante de los lazos biológicos (familia) y sociales (ciudadanía); 3) el cristiano es antes de nada y sólo hermano del cristiano; 4) el cristiano es hermano para servir a los que están fuera de la comunidad cristiana.
1. Un lenguaje sobre Dios; 2. Desde el reverso de la historia; 3. Dar testimonio de la resurrección; 4. El sentido del quehacer teológico; 5. Su relación con las ciencias sociales; 6. El conflicto en la historia; 7. Verdad y teología; 8. El camino de la liberación; 9. La misión liberadora de la Iglesia.
El título y subtítulo del presente libro aclara su contenido: Misión y ministerios laicales. Mirando al futuro. A lo largo de doce capítulos, el autor toma el pulso al estado de la Iglesia actual a partir de los denominados ministerios y servicios que pueden realizar los laicos. Pero, además, reflexiona sobre su teología y propone sugerencias pastorales para ahondar en tales servicios y mejorarlos en bien del pueblo cristiano.
Los primeros capítulos esbozan una teología fundamental de los ministerios a partir de sus elementos esenciales (misión, corresponsabilidad, vocación, relación con los distintos sacramentos) y del lugar que la mujer puede ocupar en la Iglesia (La mujer y los servicios y ministerios en la Iglesia, cap. 4).
Los capítulos siguientes presentan siete familias básicas de ministerios y servicios: catequista-guía del catecumenado; educador cristiano; comunicador cristiano; ministerio de sanación; promotor de la pastoral familiar; ministerio de la reconciliación y la pacificación; ministerio de la animación litúrgica y de la comunión.
La conclusión del libro esboza el futuro de los ministerios y servicios con una mirada amplia, esperanzada y urgente. Y puesto que todo ministerio dinamiza y estimula a la comunidad de creyentes que sirve, se invita a articular la propia Iglesia desde esta ministerialidad abierta y corresponsable, adulta y participativa.
Dos de los rasgos que sin duda caracterizan la cultura actual son la laicidad, o sea, la pretensión de vivir las distintas realidades de la existencia sin ponerlas en relación con Dios, y el respeto y aprecio del pluralismo, que conlleva el rechazo a la imposición de cualquier creencia o verdad.
En principio, ambas ideas podrían considerarse contrarias tanto a la fe cristiana, que precisamente quiere encontrar a Dios en todos los ámbitos de la vida, como al monoteísmo, que postula la existencia de una única realidad absoluta.
La genialidad de la reflexión teológica de Adolphe Gesché parte de no aceptar tal conflicto. Para él resulta obligado esforzarse por dialogar con la mentalidad moderna y sus valores si se quiere seguir hablando bien de Dios y bien del hombre. En este sentido, el cristianismo debe recuperar de su interior aquellas afinidades que le conectan con el ateísmo y con el rechazo a las verdades absolutas, para alcanzar la única verdad que promueve la comunión de todas las sensibilidades verdaderamente humanas. Sólo así podrá profundizar en la paradoja que caracteriza su ser.